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Vaca muerta, la Argentina y el problema de su talle XL

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Por Sergio M. Porteiro (*)

El presente artículo se referirá a una de las mayores desventajas de la economía de la Argentina, y la manera en que la misma impacta o impacto a lo largo de su historia. Desde que los argentinos vivos tenemos memoria, nos referimos a Argentina como un país bendecido por sus riquezas naturales, la variedad de las mismas, la generosidad de su tierra, el equilibrio de sus recursos, etcétera. Pero no nos referimos a un defecto que, quizás sea un elemento necesario de su riqueza, cual es la superficie que nuestro país abarca. Ello es lógico: tanta riqueza no puede entrar en poco espacio. Obsérvese que media Europa cabría en Argentina o que la distancia entre Moscú y Berlín es más corta que entre Neuquén y Formosa (1.800 km contra 2.000). Ahora bien, si los dones recibidos son un regalo de la naturaleza, es función del hombre y sólo del hombre, proveer a que las distancias no sean impedimento para que dicha riqueza se produzca y se movilice para el bien común del país. Para ello, utilizando un término muy usual en energía, diremos que los argentinos debemos crear “vínculos”, es decir hacer posible el acercamiento fáctico de los puntos de creación, transporte, consumo y exportación de riqueza. Debemos vincular el país con infraestructura adecuada y moderna para movilizar la riqueza que nos fue dada.

Argentina es el octavo país en superficie en el mundo, con una población que no llega a 50 millones de personas. Adicionalmente, tomando como epicentro la ciudad de Buenos Aires, su consumo energético industrial más significativo, así como alrededor de 12 millones de personas, tiene lugar y viven en un radio de alrededor de 100 kilómetros contados desde el centro de la ciudad. Sin embargo, la riqueza natural (no la industrial) a la que nos referimos se localiza mayormente, lejos, muy lejos tanto de los centros de consumo como de sus puntos de exportación. La creación de vínculos de transporte entonces se impone.

Cuando los argentinos nos autocomparamos o deseamos hacer un ejercicio de autoestima, generalmente inútil, decimos que fuimos ricos, que fuimos el sexto país del mundo, que teníamos un futuro promisorio, etcétera. Esa afirmación se basaba en las generosas pampas, que casi en forma automática y sin un esfuerzo humano que se pudiera ubicar en el límite de sus posibilidades, nos regalaban productos agropecuarios a granel. Éramos el granero del mundo.

Ahora bien, y aquí viene la pregunta clave de todo este asunto, la opción que nos lleva a discernir el camino correcto de aquel que no lo es. Aunque reconociendo que la pregunta es casi tonta, y la respuesta una verdad de Perogrullo. ¿Argentina fue un país rico porque tenía granos?, o ¿la Argentina fue un país rico porque vendía granos?

La respuesta que entiendo corresponde es la segunda. Argentina fue un país rico porque vendía granos al exterior. Su superávit en productos agropecuarios era y es enorme. Dejar esa riqueza donde estaba y no utilizarla hubiese sido un desperdicio gigantesco, amén de que el consumo de ella para una población tan pequeña resultaba y resulta imposible. Así las cosas, la opción era exportar y con la divisa generada, adquirir bienes de capital o de consumo para hacer crecer la economía.

En ese contexto, para exportar había que fundar empresas agropecuarias en los lugares donde esta riqueza se producía y trasladarla a los centros de exportación. En esa línea, Argentina fue rica porque creó vínculos que beneficiaron de forma notable su inserción comercial en el mundo. En este enorme país, con grandes extensiones muy ricas y de pocos habitantes, propios y extraños crearon redes de ferrocarriles (la tecnología moderna de su tiempo) y carreteras para que los productos exportables llegaran a los puertos de exportación, particularmente Buenos Aires.

Se podría argumentar que esto creó una demografía deforme y que quienes se beneficiaron eran extranjeros porque eran los dueños de los vínculos. Pero si pensamos en un escenario estrictamente contrafáctico sin esos vínculos, aquella Argentina no habría sido posible, y lo que hoy abundaría en Argentina sería más pobreza.

El tiempo fue cambiando y la aludida riqueza se verificó también en otros ámbitos como el litio, petróleo, gas, energías renovables, etcétera. Esa riqueza también queda lejos de los centros de consumo o de los puntos de exportación. Habida cuenta del interminable y prolongado problema del frente externo (nacido en el segundo lustro de los años 70 como resultante del incremento del precio del petróleo y la consiguiente liquidez de los países productores y el sistema financiero internacional); este obstáculo al desarrollo requiere de especial atención. Prácticamente todas las crisis económicas de finales del siglo pasado y de este siglo están relacionadas con la deuda externa. Se dirá que el déficit fiscal causa todo este desbarajuste, pero las crisis se desatan y nuestro miedo reside en una sola y única palabra que de tanto temerle y pronunciarla, no necesita traducción y se llama “default”. ¿De qué? De la deuda externa.

Es en este contexto, que este artículo se concentrara sólo en una de las riquezas que posee nuestro tan generoso como extenso país. Me refiero a las reservas hidrocarburíferas de la formación geológica Vaca Muerta, ubicada mayormente en la provincia de Neuquén.

Luego de haber sido informados que allí se encontraban los segundos más grandes recursos de gas y el cuarto de petróleo no convencionales, comenzaron los trabajos de exploración y explotación. Si bien, y con particular énfasis durante el tiempo de la pandemia y la guerra de producción y precios entre la OPEP (o más bien Arabia Saudita) y Rusia, volviendo la exploración y producción inviable, el resto del tiempo las noticias fueron buenas. Los recursos gigantescos se fueron convirtiendo en reservas que estaban y están, la calidad de los hidrocarburos es muy buena, la curva de aprendizaje demoró menos tiempo que el esperado, la inversión se fue acercando en forma creciente, etcétera. Del lado negativo -después ampliaré el porqué- se confirmó -como era de esperar- que el costo de exploración y producción es generalmente alto o al menos claramente más alto que el correspondiente a los hidrocarburos convencionales. A esto se deben sumar los remanidos problemas argentinos, tales como la importación de bienes de capital, carga tributaria, inconvenientes con la remisión de dividendos, etcétera, que devienen en dificultades que es necesario solucionar de inmediato en este sector.

Sin embargo, aun considerando que los aspectos positivos se profundicen y los negativos se resuelvan, queda el problema del vínculo, es decir cómo llevar el gas y el petróleo a los centros de consumo y a los puntos de exportación, porque sin dicho vínculo ese hidrocarburo no vale nada. Es cómo tener una caja fuerte enterrada e inmovilizada llena de billetes en un campo gigantesco, pero sin ningún camino hacia una civilización que queda muy muy lejos. Esos vínculos, que hoy toman la forma de gasoductos, oleoductos, carreteras y hasta aeropuertos modernos (en algún momento se previó un vuelo de cargo directo Houston/Neuquén, que no se llevó a cabo porque la aduana queda a 12 km del aeropuerto y no había camino apto para transportar la mercadería entrante hasta allí), son para este presente en el sector hidrocarburífero y el país en general, lo que los ferrocarriles significaron al inicio del siglo pasado.

Los debemos construir sí o sí, y además los debemos construir rápidamente.

El gasoducto, Presidente Néstor Kirchner (GPNK) que hoy llega a Salliqueló, construido en tiempos sumamente cortos, es una muestra que es posible crear vínculos si la voluntad política de la clase dirigente se aúna; si este aspecto se convierte en una política de Estado y no en una política de gobierno que el próximo gobierno va a derrumbar para dar lugar a una política completamente nueva y diferente; si, teniendo en cuenta la situación financiera del Estado argentino, se permiten condiciones que favorezcan la participación del capital privado, sea este nacional o transnacional; si se favorece la importación de bienes de capital imprescindibles para las obras; si se reduce la cargo tributaria y las retenciones que pudiera haber, la remisión de divisas, etcétera. Debemos crear conciencia -particularmente los políticos- de que estas obras serán para beneficio de varios gobiernos (sean nacionales o provinciales) y no de uno particular, sea éste el que las construyó, el que las inauguró o el que las explotó, y que tampoco beneficia a un sector industrial o comercial en particular dado que el uso de estos hidrocarburos, más allá del que se exporte, tiene lugar en toda la economía en su conjunto.

Nos debe quedar en claro que para cumplir con un plan de la magnitud de la que estamos hablando, quienes inviertan deben obtener una rentabilidad, sin la cual nada es posible, y que cuanta más rentabilidad tengan más rápidamente lo vamos a hacer, porque en definitiva el capital es atraído por el capital y no por otra cosa. A los fondos que financien esto no les importa que tengamos un gasoducto o no. Si vender sopa en Alaska les resulta más rentable que construir un gasoducto en Argentina, derivarán el dinero hacia Alaska.

Las oportunidades que se nos abren son enormes. Cuanto más se extienda el GPNK y/o se realicen las obras de reversión (cambio del sentido del flujo del fluido de norte a sur por el flujo de sur a norte) del Gasoducto Norte, más divisas que hoy pagamos por su importación de Bolivia o de los buques de GNL (metaneros) se podrán ahorrar. Cuantos más gasoductos se construyan hacia los puntos de exportación, más va a crecer la industria exportadora de Gas Natural Licuado ubicando plantas de licuefacción en los puertos del caso, las plantas de producción de hidrógeno azul (es el desarrollado con gas) serán económicamente viables y convenientes, la posibilidad de exportar gas a Brasil reemplazando a Bolivia ante su anunciado declinio podrá ser realidad, retomar la senda exportadora hacia Chile, incrementar la producción petroquímica, la ampliación de oleoductos (Oldelval ya lo estaría haciendo) beneficiaria, enormemente la fabricación de derivados y la exportación de crudos, entre otros eventuales negocios.

Como si todo ello no fuera suficiente, tendríamos la posibilidad de enfrentar un incremento de consumo interno de gas sin temor a tener que endeudarnos para ello. Argentina tiene una matriz energética con una participación enorme del gas (tenemos un consumo de gas per cápita sólo superado por Rusia) y se prevé (si ese término resulta usable en Argentina) un crecimiento relevante de la economía en el bienio 25/26.

Para todas estas actividades el trabajo argentino es necesario, dando oportunidades a jóvenes y profesionales de desarrollarse y no verse empujados a vivir en otras culturas.

Las razones por las cuales debemos implementar estos vínculos en forma rápida y simultánea para extraer los hidrocarburos en el menor tiempo posible son dos, a saber: por un lado, el mundo se encuentra en un periodo llamado de “transición energética”, en el que  de a poco se pretende reemplazar los combustibles fósiles y contaminantes por fuentes de energía renovable y limpia. Este proceso es irreversible, so pena de correr grave peligro la salud y la vida misma del género humano. En particular el uso del petróleo debería mermar a mayor velocidad para evitar daños por el exceso del dióxido de carbono en la atmósfera; la segunda es que, si bien no se sabe a ciencia cierta cuando se dejarán de usar estos combustibles (aunque algunos lo ubican en alrededor de 50 años). lo cierto es que el abandono del uso de estos combustibles será progresivo, y dado que ellos constituyen commodities en el comercio internacional, que cotizan en mercados específicos de acuerdo con el costo marginal del producto, los oferentes con costos más altos son los que van a desaparecer primero, siguiendo la merma de la demanda hasta que esta última desaparezca. Dado que el costo de explotación de los hidrocarburos no convencionales es más caro que el de los convencionales, los primeros serán los que dejarán de usarse más pronto. Puesto que las reservas son abundantes, la extracción, transporte y venta de ellas en el plazo más corto posible implicará un mayor aprovechamiento de ellas. No vaya a ser cosa que, cuando por fin podamos abrir la caja fuerte llena de divisas a la que me referí más arriba, y construyamos los caminos para llevarlas a los bancos, éstos nos digan que los billetes no sirven más y que de aquí en adelante todo el dinero será plástico.

Si bien otros sectores también necesitan de proyectos para que los vínculos se fortifiquen sea tanto física como legal e institucionalmente, tales como el transporte de energía de eléctrica (donde las licitaciones para producir energía no convencional toma en cuenta los nodos por donde va a pasar la misma, por problemas de saturación del sistema), el transporte de litio, la concesión del dragado del río Paraná, es en este sector de los hidrocarburos, donde su desarrollo se vislumbra tan necesario como urgente.

Es en esta instancia de incertidumbre política y económica, y problemática concreta de reforzar en la mayor medida posible los vínculos que permitirán el flujo de la riqueza desde distancias considerables, que la clase dirigente argentina, se trate de políticos (oficialistas y opositores), empresarios, sindicalistas, etcétera, tienen la oportunidad de conjugar esfuerzos y acuerdos para construir una política conjunta de estado integrada, eficiente y despojada de toda mezquindad, para volver a ser lo alguna vez fuimos y que tanto añoramos.

(*) Abogado

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