ESCUCHARSi aplicásemos las enseñanzas de Antoine-Laurent de Lavoisier, padre de la química moderna, a la historia y las relaciones internacionales, pronto comprenderíamos que nada es definitivo.
Por Silverio E. Escudero – Exclusivo para Comercio y Justicia
Mucho menos cuando se trata de las fronteras de los Estados. La experiencia europea es un buen ejemplo para ello. Su retorno a las fronteras de 1918 explica con cabalidad la vigencia de aquel aserto.
¿Sucede lo mismo en América Latina? La primera respuesta que surge de la mera lectura de un atlas escolar, es negativa. Sin embargo, existe un fuerte movimiento, más o menos subterráneo, que pretende modificar la configuración de nuestras naciones que mantiene, con leves variantes, las fronteras concebidas tras las guerras de la independencia.
La pérdida de territorios de México a manos de Estados Unidos y la persistencia de los movimientos separatistas en Canadá, Chile, Bolivia, Brasil, Perú, Venezuela, México, Guatemala, Honduras, Colombia, Paraguay y Ecuador hacen pensar en qué intereses están detrás de estas pretendidas nuevas naciones-Estados. ¿Es menester recordar el nombre de las petroleras que, cual titiriteros, exacerbaron los sentimientos nacionalistas de bolivianos y paraguayos, que terminaron matándose en la Guerra del Chaco?
En la República Argentina esta tendencia tiene numerosos antecedentes y adeptos. La prensa gráfica, con cierta periodicidad, suele recoger estas noticias que, a veces, vienen desde el fondo de la historia. La región de Cuyo es pródiga en estos hechos. La República de Malargüe y el Movimiento Separatista de Guanacache, presidido por un robusto cuanto ignoto escribano puntano, que presumía de novelista, fueron algunos de ellos…
Los historiadores y los partidos políticos argentinos, con cierto ánimus jocandi, han dado por cerrada la historia del Reino de Araucanía y de Patagonia (o Nueva Francia) -que reivindica como suyo un territorio de 738.500 kilómetros cuadrados, integrado por la Araucanía chilena y toda la Patagonia Argentina, desde el Río Negro hasta el estrecho de Magallanes, incluida la isla de Tierra del Fuego-. Pero, al parecer, la realidad es otra.
Vayamos por partes. Se cuenta que un grupo de caciques mapuche, hastiados de la persecución que eran objeto por el ejército chileno, convocan a un gran parlamento que debe reunir todas las tribus que habitan ambos lados de la cordillera. El encuentro fue largo, complejo, repleto de tensiones. Duró cerca de noventa días. Por fin llegan los acuerdos y una decisión, de la que participa Manuel Namuncurá, el Gran Señor, el Emperador de la Confederación de las Salinas Grandes: proclamar la independencia de sus territorios y crear un nuevo Estado a la usanza europea.
Estos jefes, a propuesta del lonco José Santos Quilapán -uno de los caciques más audaces de la historia chilena-, eligieron a Orélie-Antoine de Tounens, un procurador y abogado francés que se había radicado en la Araucanía desde 1858, como el primer Rey del Reino de Araucanía y de Patagonia. En 1862, el rey Orélie-Antoine I fue hecho prisionero por soldados chilenos y expulsado a Francia después de padecer un largo cautiverio en condiciones infrahumanas. El monarca, preocupado por la suerte de sus súbditos, organizó tres expediciones, una de las cuales fue financiada por un consorcio financiero francés-alemán, para reclamar su trono agrupando a los mapuches contra la República de Chile que había invadido y colonizado sus territorios.
Contemporáneamente, la República Argentina, en prevención de una invasión francesa, comenzó la ocupación de la Patagonia que culmina con la marcha al sur que comanda el general Julio Argentino Roca. El rey no se arredra ante el fracaso. Tras declarar a París como sede de su gobierno en el exilio, teje una intrincada red de alianzas, con intereses, muchas veces, contrapuestos.
Mas allá de la polémica que causó esta aventura monárquica que contó con el indisimulado apoyo de Francia, ha quedado mucho por investigar. Los sucesores de Orélie-Antoine I – Achille I (Gustave Achille La Viarde), Antoine II (Antoine Hippolyte Cros), Laure Thérèse I (Laure Thérèse Cros), Antoine III (Jacques Antoine Bernard) y el reinante Philippe I (Philippe Boiry), siguen reclamando ante los gobiernos europeos y organismos internacionales por sus supuestos derechos soberanos sobre los territorios de Chile y Argentina.
El príncipe Phillipe encabeza la nueva ofensiva. Sus consejeros trabajan a destajo. Los planes concebidos para desestabilizar la región y sembrar el caos son diferentes en Chile y Argentina. Allende la cordillera optó por el enfrentamiento armado. Las milicias mapuche procuran “liberar” territorios, mientras delegaciones de esa etnia visitan gobiernos europeos en busca de apoyos, con suerte diversa. Desde hace diez años, aproximadamente, son escuchados con atención en el Parlamento Europeo.
Phillipe, en forma personal, se ocupa de la cuestión argentina. No sólo ejerce la representación de las tribus mapuches de Argentina ante las Naciones Unidas sino que es su principal consejero. Como amante de lo simbólico es autor intelectual y financista de la campaña para “desmonumentar” a Roca.
Está feliz –y así se trasluce en sus gestos- porque ha ganado una batalla impensada que le permite hacer oír su voz con mayor fuerza en los foros internacionales. El gobierno de la provincia de Río Negro, durante la gestión del radical Miguel Saiz, al crear la bandera provincial, eligió un pabellón con tres franjas horizontales, una azul oscuro, otra blanca y la inferior verde. Lo curioso es que guarda una fuerte similitud con la creada, en 1861, por Orélie-Antoine I, para el reino de Araucanía y de Patagonia.
