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La revolución «tecnocrático-humano-digital» y el mejoramiento humano II: La naturaleza fabricada

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Por Armando S. Andruet (h) twitter: @armandosandruet

Las categorías que resultaron evidentes desde los orígenes (esto es, por una parte, los seres vivientes -reino animal o vegetal-, además de los seres humanos, y por la otra el mundo de las cosas) han comenzado a desplazarse a una zona imprecisa, sembrando con ello confusión en los tiempos actuales.

El mundo de las cosas, con la técnica, tiene una conversión que ha colocado a estas últimas en una condición de entes «cuasi-animados» en razón de alguna dotación de energía que sobre ellas se haya podido realizar. Así se fue generando lo que se ha dado en llamar el terreno de la «artefactualidad», del cual Gilbert Simondon se ocupó en sus consideraciones teóricas. Jean Baudrillard también le prestó atención suficiente.

Ese territorio resulta ser un ámbito a veces volátil para aprehenderlo conceptualmente. A ello se suma un ejercicio deconstructivo sobre dicha naturaleza, fruto del avance y la impronta no sólo de la tecnología en general sino, en las últimas décadas, por los desarrollos especialmente informáticos y computacionales.

Tecnologías que tienen, en buena medida, como objetivo final, poder realizar una transferencia de la capacidad cognitiva de los seres humanos a ciertos artefactos o sistemas de artefactos que, una vez nutridos de esa competencia, puedan emular primero y sobrepasar después la misma realización operativa que tiene la naturaleza humana frente a episodios, exigencias y necesidades que la forma y manera de vivir de manera contemporánea nos impone a todos nosotros.

A modo de ilustración, señalo que dichos resultados ya están presentes entre nosotros y quizás son inadvertidos. Basta pensar en la logística del Aeropuerto Internacional Hartsfield-Jackson, de Atlanta, EEUU, que en el año 2019 recibió a 110 millones de pasajeros. Un promedio de 30 mil personas diarias y miles de aterrizajes y despegues de aeronaves, millones de maletas en tránsito, organización e información de puertas de embarque y desembarque. Además de todos los controles técnicos y abastecimiento de los aviones.

Sin duda, el aeropuerto está controlado por inteligencia artificial en diferentes servidores que están a miles de kilómetros de distancia. Podría hacerlo el ser humano, seguro que sí, pero en más tiempo, con mayor número de personas afectadas y con un margen de error mayor.

Ese desarrollo para muchos no es otra cosa que la línea proyectiva del homo faber, haciendo con la técnica una suerte de singamia constante. Consolidando la tesis orteguiana de que el ser del hombre es un ser para la técnica. No hay humano fuera de la técnica y, a la vez, dicho progreso humaniza el encuentro entre hombre y técnica en todo tiempo.

Los procesos de transformación que en la naturaleza ha realizado el hombre reposan sobre las tesis que Francis Bacon postuló en el siglo XVII. Recordaba el citado filósofo que la naturaleza primero debe ser conocida, saber los entresijos de su funcionamiento para que, aprendido ello, pueda el hombre ejercitar prácticas de su gobierno. La tesis es que quien conoce la naturaleza aspirará a gobernarla y finalmente superarla.

Así, el hombre pudo construir una segunda naturaleza, que es fabricada -por oposición a ser creada- y desde ella avanza, dotando a la realidad sintética que ha fabricado de mayores prestaciones para mayores necesidades. El hombre, de esta forma, ejercita una práctica de «tecnocratismo» motivado más por el ejercicio del poder que una real comprensión de la naturaleza.

Las diversas revoluciones industriales que en nuestra moderna civilización se han emplazado han sido muestras de la realización del tecnocratismo. La primera revolución industrial, iniciada a mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XIX, es la de la fuerza motriz y, por lo tanto, asociada con las máquinas. Dicha revolución modificó positivamente los estándares económicos de una gran parte de la población.

La segunda revolución industrial, que ocurrió hasta las primeras décadas del siglo XX, se materializó en una transformación de la fuerza de la energía que moviliza las máquinas, a la que se sumó el carbón mineral como abastecedor principal de la industria, la energía eléctrica -de origen térmico o hidráulico- y también el petróleo refinado y las máquinas a combustión. Continuó el desarrollo de instrumentos de comunicación y, por ello, este período se nombra como el de la primera globalización.

Con posterioridad, sobre la mitad de la centuria pasada hasta aproximadamente la primera década del presente siglo, se iniciaron los desarrollos de sistemas informáticos primarios y también los semiconductores necesarios para ello. Así, esta tercera revolución industrial se convertiría en la «revolución científico-tecnológica», tal como Jeremy Rifkin señaló con acierto y destacó el desarrollo de internet y energías renovables como cuestiones centrales. Desde allí en más, las tecnologías de la información y telecomunicaciones fueron preponderantes.

En los tiempos que corren, según afirma Klaus Schwab -creador del Foro Económico Mundial-, asistimos a la cuarta revolución industrial, iniciada en la década de 2010, que se corresponde con el surgimiento de un conjunto de tecnologías que ha propuesto la fusión de lo físico, lo digital y lo biológico, promocionando con ello las mayores transformaciones que jamás haya experimentado la humanidad.

A dicha revolución en curso prefiero nombrarla «revolución tecnocrático-humano-digital» y, si bien no importará mejoramientos económicos per cápita a la población en general como lo hizo la primera, implicará mejoras concretas sobre la misma naturaleza humana. Aunque huelga señalar que ellas tampoco serán para todos por igual sino que seguirán la variable habitual ya demostrada en lo sanitario, mediante la cual los progresos médico-científicos en lo inmediato son disponibles sólo para 10% de la población.

Bien apunta Jesús Zamora Bonilla (Contra apocalípticos, 2021, pág. 298): “Los smartphones y el 5G no van a conseguir que el aumento en el nivel de vida entre la actual generación y las siguientes vaya a ser ni mucho menos tan grande como la mejora económica que la luz eléctrica y el automóvil implicaron en el paso de generación de nuestros bisabuelos a la de nuestros padres”.

Sin embargo, la revolución tecnocrático-humano-digital, entre otros emplazamientos, promoverá que los hombres se encaminen a encontrar como resultado los paliativos significativos para superar la debilidad ontológica de una naturaleza frágil y limitada como es per se la naturaleza humana; modificando de esta manera el estándar de sujeto careciente por un modelo que reporte haber alcanzado una naturaleza suficientemente abastecida desde lo sanitario y también fortalecida en sus capacidades cognitivas.

A tales concreciones se encaminan desde hace algunos años las llamadas tecnologías emergentes para el mejoramiento humano, conocidas por su acrónimo NBIC. Éstas son las ciencias que se agrupan detrás de dichas prácticas convergentes para el mejoramiento humano: nanotecnología, biogenética, informática y ciencias cognitivas, que proyectan en buena medida el mundo que se avizora, impregnado de prácticas y realizaciones transhumanas y que, a la postre, se terminan confundiendo desde lo operativo con desarrollos teóricos próximos, aunque diferentes, como son los propios del poshumanismo.

Para terminar la presente consideración, formulo una reflexión que puede ser orientadora para cooperar en la difícil comprensión, a veces de distancia y otras de solapaciones, entre el transhumanismo y el poshumanismo, mediante un concepto significativo en el pensamiento del ya citado Simondon. El autor nombra como el «gesto técnico», mediante el cual se hace referencia, a cuando no existe una mera organización aislada de medios técnicos sino una tal que “compromete el porvenir, modifica el mundo y el hombre como especie, cuyo mundo es el medio”. Esto, en alguna medida, parece estar presentándose ante nosotros, particularmente cuando se quiere avanzar con las prácticas de NBIC en el ámbito de las células no somáticas.

Con esto quiero decir que el transhumanismo es un «gesto técnico» auténtico y por ser tal se asocia de alguna manera con una reflexión filosófica muy desordenada todavía, pero que en el fondo entiende que la especie humana ha sido ya superada -o muy pronto lo será- por una especie posterior que es la que corresponde al poshumanismo, de la cual ya se advierten elementos difusos que la presentan aunque no la delimitan.

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