Estamos convencidos de que a partir de la lectura de esta columna habrá amigos que cruzarán de vereda al vernos y, otros, los más audaces e indignados, nos enrostrarán la pequeña travesura de haberles dejado expuestos en su patética desnudez. Que, quizás, también sea la nuestra.
Snob es un vocablo que llega de lo más profundo de la Edad Media. En cada época, acorde a las circunstancias, ha tenido significados y significantes distintivos.
Las primeras en usarlo fueron las universidades inglesas agobiadas por las eternas estrecheces presupuestarias. Después de intensos debates resolvieron abrir los campus a una burguesía aspiracional que intentaba imitar las costumbres y estilos de vida de la aristocracia y la nobleza.
Así surgieron dos pabellones con unos frontis similares pero diferenciados al ojo avisado. En el primero, a manera de escudo distintivo, se leía en la estela la palabra “don”, acrónimo de la expresión “de origen noble”. Leyenda que indicaba el señorío de los residentes.
El otro, destinado a los nuevos ricos, a la “nobleza del dinero”, en el mismo lugar y con iguales artificios arquitectónicos se leía snob, que en latín significa sine nobilitas.
Si usted es también creyente pero no se anima a salir del “closet”, quizás estas líneas irreverentes le ayuden a dialogar, de una vez y para siempre, sobre el significado de snob.
Sigla que puede tener múltiples aplicaciones. Veamos a manera de ejemplos algunas frases: social naivelé of behaviour or simple necessities of business (ingenuidad en el comportamiento social o requisitos indispensables de los negocios), dependiendo de la dirección en que usted mire.
Quienes han adoptado el snobismo (esnobismo) como forma de vida a veces no conocen el valor del lema que reza “nada es tan ciego como una mente colonizada”.
La teoría del snob es algo que se ha vuelto oportuno porque la explotación en el mundo, a partir del periodo poscolonial, es un asunto intrincado. Mucho más ante el horizonte guerrero que se extiende como una mancha de aceite.
¿Será cierto que ya no se reúne a los nativos para decirles simplemente “o producen o verán lo que les pasa”? Ya no se reparten o desparraman artículos baratos en los mercados de los países avasallados, para arruinar las industrias locales.
Éstos son tiempos difíciles para hacer negocios. Un antiguo comerciante en pieles de la calle Santa Rosa al 100 tenía una muletilla para explicar su éxito comercial en tiempos de crisis: “Hay más de una forma de desollar conejos”, decía.
Desde entonces preguntamos, siguiendo la fórmula del peletero, si existen alternativas para combatir la pobreza extrema en América Latina, África, Asia y Oceanía.
El esnobismo no sólo rinde considerablemente a quienes lo practican apropiadamente: les da las satisfacciones más perversas como la dominación lisa y llana.
Los aportes teóricos al snob han sido conocidos a lo largo de los siglos y sus aplicaciones son universales.
El principio que norma el esnobismo es que los seres humanos tienden a imitar a aquellos que consideran sus superiores sociales.
Los adeptos más lúcidos consideran a Molière, autor de Le bourgeois gentilhomme -el burgués gentilhombre-, su más ilustre antepasado.
Los historiadores y críticos de la literatura inscriben en la lista a Marcel Proust, creador de Madame Verdulìn y otros personajes inolvidables. Los académicos recuerdan al sociólogo francés Gabriel Tarde, autor de Las leyes de la imitación (1890), libro que sirvió de inspiración a José Ingenieros para escribir La simulación en la lucha por la vida (1905) y El hombre mediocre (1913).
De hecho, el esnobismo fue en sus primeros tiempos un fenómeno intelectual. Se gestó y desarrolló en un universo de fronteras cerradas. Los que intentaron cruzar las rígidas barreras clasistas tratando de imitar “mejores costumbres y maneras de hablar” hicieron el ridículo y lo echaron a perder.
Con el ascenso del comunismo -explican algunas escuelas de sociología-, los anunciantes y comerciantes se dieron cuenta de la enorme veta comercial que ofrecía el esnobismo.
El mejor ejemplo fue la campaña publicitaria para “Hombres de Distinción” que ofrecía consumir el whisky Calvert, marca característica de los años 50 que constituyó un ejemplo clásico del cambio de imagen que hizo que una marca decididamente de clase baja fuera un éxito comercial a pesar de la opinión de los catadores de whisky, que lo calificaban en el rango de los kerosenes.
El esnobismo fue el cómplice necesario del capitalismo transnacional. Es que al deslizarse a través de las fronteras, y florecer en todas partes, facilitó la colonización. A partir de ese momento, con la ceguera de las mentes colonizadas quisieron parecerse a…
Así comenzaron a vestirse de manera uniformada. Pagando costosas prendas por la marca que recomendaban algunos miembros venidos a menos de la realeza británica que paseaban por prolijos parques públicos y/o mostraban suntuosas mansiones, por lo general alquiladas para el evento.
Así fue como se transformaron en la meta de las grandes corporaciones o asociaciones pseudobenéficas que usaron el esnobismo para enrolar las burguesías del Tercer Mundo confiando en que arrastraran consigo a las propias masas. Argentina, América Latina y El Caribe es un inmenso laboratorio que hace las delicias de los cientistas sociales.
Ningún snob moderno pensaría en usar bombas de destrucción masiva si tiene a mano programas de capacitación, donativos, expertos en mercado, religiones y medios de comunicación para llenar los espacios en blanco con productos farmacéuticos peligrosos, fórmulas mágicas para mejorar la alimentación de nuestros niños y adolescentes como también regímenes para adelgazar adecuados a cada necesidad sin pasar por los nutricionistas y un largo etcétera de promesas que jamás se cumplirán.
Esto ha demostrado hasta el hartazgo que es demasiado fácil “colonizar la mente”. Sólo hace falta un poco de sutileza y darles sabor y color exótico a los mensajes. Sabores y colores que estimularán a la población a que abandone su propia cultura en favor de un sucedáneo de clase media inferior, occidental y cristiana, siempre bien comercializado.
Con raras excepciones, explica Jorge Bosch en su libro Cultura y contracultura, no se permite a las elites del Tercer Mundo participar del banquete de las clases superiores. Tampoco les es permitido acceder a los recursos culturales de la alta burguesía que, con frecuencia, se cierra misteriosamente para aquellos a quienes la víctima condicionada debe aprender a considerar como “retrasados e inferiores” a los habitantes de su propio país.
Apenas hemos comenzado a esbozar el problema que hemos traído al debate. Por ello, a manera de un aporte más a la conclusión que cada uno arribará, diremos que habrá que observar la prestidigitación que encierra el desplazamiento de una cultura auténtica del Tercer Mundo a un consumismo occidental descarado, imitado por las burguesías de segundo orden que son capaces de someterse a las mayores humillaciones para tener la sensación de pertenecer y asumir como propios los valores de las clases altas occidentales.
A manera de colofón recordaremos la malaventura que vivió Henry James, aquel notable novelista yanqui y convencido anglófilo, a manos de una rotunda matrona inglesa. La dama en cuestión, en una fiesta que había organizado James para celebrar el otorgamiento de la ciudadanía inglesa, dijo para que escuchara el anfitrión: “Ciertamente, el pobre Sr. James nunca conoció a la gente importante”.