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El planeta de los humanos

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Por Lucas Crisafulli / Abogado, docente e investigador. Adscripto a la Cátedra de Criminología. 

Suelen acusarme mis alumnos, no sin cierta razón, de que se me rompió la videocasetera en 1990 y a partir de allí no vi más películas. Ello es debido a que los filmes citados en clase tienen todos fechas de estreno anterior a 1990. El amor por los clásicos y cierta especulación económica a la que viró el cine en los 90’, cuando se dividió masividad y calidad, hace que las películas que más atesoro sean viejas, antiquísimas según mis jóvenes alumnos.

No obstante la prohibición de fumar en las salas del cine, hice un abstinente esfuerzo por ver una película que desde el género y el título no me llamaban la atención. Era una re-re-make: El planeta de los simios. La primera versión, protagonizada por el mítico Charlton Heston (quien hizo involuntariamente el papel de fascista ridículo en el documental de Michael Moore, Bowling for Columbine) y la bella (en ese entonces) Linda Harrison, fue una burla, incluso, para la ciencia ficción de ese momento. Estrenada en 1968, el mismo año que el gran Stanley Kubrick estrenó 2001 Odisea en el Espacio, fue poco convincente aunque la novela en la que estaba basada, de Pierre Boulle, gustó. Sólo los maquillajes, que recibieron tardíamente un reconocimiento de la Academia, valían la pena. La película trata de la llegada de una nave espacial tripulada por humanos a un extraño planeta gobernado por simios que hablaban inglés.

Más tarde, en 2001, Tim Burton hizo su versión en la que los efectos hacen parecer a Helena Bonham Carter un pariente cercano de Michael Jackson. Salvo algunas actuaciones, es una película olvidable. Entretiene pero uno puede morirse tranquilamente sin verla y no se pierde de nada.

Como decía, me interné por casi tres horas sin corte (ni para ir a fumar) para ver esta nueva versión, que más que remake es una nueva obra, y maestra, por cierto, del ignoto director inglés Rupert Wyatt.

El film versa sobre los avances de la industria farmacéutica. James Franco (el mismo que hace de nene rico y caprichoso en Spiderman I y II) es un eximio (y nótese la sutileza fonética, es un ex simio) científico que trabaja para un laboratorio que está experimentando con monos la cura para el alzheimer. La obsesión por encontrarla se explica por su padre, quien padece esa enfermedad. Así lo lleva a James a probar con un simio que se lleva a su casa para evitar que lo sacrifiquen: César, quien toma la medicación que lo hace ser superinteligente.

La actuación de James Franco sumada a la estúpida ingenuidad de Freida Pinto (quien no se da cuenta, hasta casi la mitad de la película, de que el mono es “especial” siendo veterinaria), vienen a pelo para mostrarnos la decadencia humana. La atención se la lleva Andy Serkis, quien hizo magistralmente de Golum en El Señor de los Anillos y de César en este film.

Los efectos son increíbles. Están puestos en razón de la narración y no para deslumbrar bobamente al espectador. Los ojos de los simios, sobre todo los de César, son claramente de lo mejor. La mirada nos interpela constantemente.

La elección del nombre del mono por parte del director no es arbitraria. César era un título imperial en la antigua Roma que significaba “cabeza del imperio”.

La primera mitad de la película trata de cómo James humaniza el simio, como lo dociliza, lo disciplina en las costumbres humanas, o mejor: cómo un humano socializa (hace sociable) el mono. La remisión al cuento de Kafka Informe para una academia es clara. El relato del escritor austríaco analiza cómo un grupo de científicos transforma, a medias, un mono en humano. Digamos que es la antítesis del best seller póstumo La Metamorfosis.

La otra parte de la película ya no es la humanización de César sino la transformación de César en César. Es cómo el simio construye un imperio para romper las cadenas que los humanos han fabricado para los animales.

No es, claro está, una película verde, en la cual los animales se rebelan contra la dominación humana. No. Es más bien una película ética. ¿Tiene algún sentido el avance de la técnica si no existe una brújula ética que guía el desarrollo? Cientos de miles de muertos en Hiroshima y Nagasaki responden rápidamente la pregunta. La técnica del lado del bando equivocado éticamente es un mono con navaja o un César con remedio.

César arma su imperio de simios en un centro de rehabilitación, sitio donde es trasladado luego de defender al padre con alzheimer de James de la agresión de un vecino. Las semejanzas de ese lugar de encierro con la cárcel están muy logradas. Dodge, hijo del dueño del centro, fastidia los monos, se ríe, los tortura. Los atormenta por simple diversión o ganas de sentirse superior. No es una tortura para una confesión, no al estilo Esma. Es una tortura por placer. Otro interrogante ético, y tiene que ver con el placer del torturador, por lo que tortura no siempre es medio sino también un fin en sí mismo. Esto nos remonta a Kant y a su idea de hombre como fin. Larga discusión para hacer acá, o como diplomáticamente se dice: excede los límites de estas palabras.

Como es obvio, César logra escapar no sin antes matar a su torturador. Otro debate ético. César siente profundamente la muerte de un humano y es por eso que decide que no morirá otra persona por su mano o la de otro simio. De manera magistral, la película muestra en paralelo los avances técnicos del laboratorio, en el cual descubren que la droga puede hacer más inteligentes a los simios y, por lo tanto, con mucha potencialidad de venta en el mercado.

Esas imágenes en paralelo son impecables: un simio reflexiona sobre haberle dado muerte a un hombre. Reflexiona como humano, por supuesto, ya que no conocemos, más allá del film, otra reflexión que no sea humana. En cambio, el hombre, desesperado por la búsqueda de más riqueza, sigue investigando sobre esta droga que, si bien hace más inteligente los simios, es mortal para los humanos.

Los cinéfilos solemos odiar a los distribuidores que cambian el título original de las películas. Ello generalmente se debe a que ellos suelen tener menos imaginación que el director del film (si es acaso éste quien titula). Transforman hermosos títulos en películas que no veríamos ni un domingo a la tarde lluvioso por televisión abierta; o nos mal predisponen a verlas. El Planeta de los Simios es la excepción. El título original es Rise of the Planet of the Apes, algo así como “la rebelión del planeta de los simios”. Los distribuidores decidieron titularla para España El origen del Planeta de los Simios. Lo cual no tiene demasiado interés aunque nos da una pista de que esta película es en realidad de número cero de las anteriores. Pero los distribuidores para Hispanoamérica sí se lucieron y la titularon El planeta de los simios (R) Evolución. Allí sí tiene otra significación: tan de moda en las ciencias sociales lo de titular con un paréntesis donde la frase tiene dos (o más) significados: ¿los simios evolucionaron o hicieron una revolución? ¿La revolución es una evolución? ¿Qué es la evolución?

Implicancias éticas

Gran momento estético con implicancias éticas de la película cuando César se para frente a su torturador y emite un gutural “NO”. Claro que cuando lo hace tenía la posibilidad de responder las represalias de Dodge. Jean-Paul Sartre, en su filosofía de la libertad nos arroja una polémica frase: es el torturado el que en la tortura decide libremente que no da más. Es decir, en la filosofía sartreana, incluso el torturado, en el mismo momento extremo de la tortura, elige, decide, y por lo tanto es un hombre libre. La película, con sus matices, gira en torno a cómo la inteligencia, la razón, aprovechada por César, lo hace libre. A él y a sus compañeros de cautiverio. Pero la película nos deja una enseñanza (si es que el cine puede tenerlas): la razón humana, la razón de la ambición, llevan al hombre movido por una codicia extrema, al exterminio. Otro debate ético de la película: qué es la razón y a dónde puede conducirnos.

En ello es una película antineoliberal. Como modelo económico, el neoliberalismo se basa en la acumulación de riquezas sin preguntarse por las consecuencias que ello trae aparejado pues quienes acumulan son pocos y quienes están siendo “desacumulados”, muchos. ¿Qué sucede cuando el desposeído toma conciencia de ello? Estalla la violencia no articulada en formas políticas, como sucede en el film, sino una violencia contra todos.

Otro momento épico de la película es cuando César cruza el puente (no se sabe cuál, Estados Unidos está lleno de puentes importantes) montado en un caballo. Es decir, el simio criado para ser doméstico domestica otra especie. Principio básico del imperialismo: para dominar hay que domesticar el resto. El caballo galopa convencido de su dominación por parte de un simio.

A contramano del final de las películas hollywoodenses, y ésta es una de ellas, El planeta de los Simios nos muestra una distopía: el hombre no sólo ha creado a su creador sino también ha construido su exterminio. Un planeta a merced de simios inteligentes: ¿ha triunfado la razón postpostmoderna?

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