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Una metrópolis en mayúsculas

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Río de Janeiro reviste una belleza de playas sublimes, íconos monumentales y una población dueña de una alegría suprema.

En enero de 1502, André Gonçalves, acompañado por el navegante Américo Vespucio, confundió la entrada de la bahía de Guanabara con la desembocadura de un gran río. Los expedicionarios nunca imaginaron que aquella porción de naturaleza soberbia a la que bautizaron Rio de Janeiro –”río de enero”, en portugués- emergería como una ciudad impactante y maravillosa del planeta.
En la actualidad, unas pocas horas de vuelo separan Córdoba de esta metrópolis de palabras mayúsculas donde todo “é maior” (más grande).
Al salir del Aeropuerto Internacional Antônio Carlos Jobim-Galeão, los vehículos que transportan a los pasajeros se sumergen en su recorrido por calles atestadas de edificios ultramodernos y palacetes renacentistas para aparecer finalmente frente a la explosión de colores de las playas de Copacabana.
Allí, un mar inquieto de azul intenso refresca al bullicioso hormiguero de gente que se contonea con pieles curtidas por el sol y atuendos llamativos.
El espectáculo cotidiano que contrasta con la arena blanca e inmutable se extiende a lo largo de toda la costa sur de la ciudad, apaciguando y descomprimiendo la vorágine a medida que se llega a los barrios de Ipanema y Leblon.
En la inmensa rambla de Copacabana, que abriga la mayor parte del parque hotelero, la multitud se amontona para caminar, correr, pedalear, participar de los tradicionales partidos de fútbol o voley playero, o relajarse en uno de los kioscos y apreciar el paisaje con  agua de coco, jugo de frutas natural o cerveza en mano.
El paisaje de la costanera se completa con la omnipresencia disputada entre los cerros Corcovado y Pan de Azúcar, ambas postales indelebles y marca registrada de la ciudad, que aparecen desde innumerables esquinas, puntos turísticos, calles y edificios.
El Cristo Redentor, que domina el paisaje desde los 710 metros de altura del Corcovado, penetra en el cielo con sus imponentes 30 metros más, enaltecido por los miles de visitantes apiñados a sus pies.
Al Corcovado es posible acceder en auto por el Parque Nacional da Tijuca, pero en tranvía resulta una opción más cómoda y pintoresca, con la única salvedad de que es necesario armarse de paciencia, ya que siempre está atestado de gente y las colas suelen ser largas. Al Crito se asciende mediante tres ascensores panorámicos y dos pisos de escaleras mecánicas.
Sobre la bahía de Guanabara, el Pan de Azúcar compite como la segunda parada obligada de los turistas, donde el encanto está en el traslado por medio de los nuevos funiculares adquiridos el año pasado -cuyos antecesores funcionaban, con sucesivas renovaciones, desde principios del siglo pasado-.
El recorrido, de aproximadamente 750 metros de largo, ofrece una vista panorámica de la bahía y sus alrededores, las fortalezas de São João y la de Santa Cruz, en la ciudad de Niterói, e incluye una parada en el morro de Urca, donde está el restaurante, el anfiteatro y el helipuerto.
Río es inagotable, una enredadera de estilos arquitectónicos, parques, lagos y ambientes exóticos. Vale la pena detenerse en el Jardín Botánico, uno de los diez más importantes del mundo, especialmente en La casa de la Emperatriz y el Orquideario, visitar el Sambódromo en Carnaval y, para los más fanáticos, disfrutar de un partido de fútbol en el estadio Maracaná.

Noche bohemia
Los alrededores de los Arcos de Lapa, un acueducto formado por 42 arcos con estilo romano construidos entre 1744 y 1750,  son el nuevo polo de la diversión carioca, enmarcado por la bohemia y el pasado. Entre las calles de adoquines late la música brasileña en un pasaje, desde la samba al forró, y de la bossa nova, al reggae o al jongo.
La rua (calle) de Lavradio es la secuencia embriagadora de bares y casas nocturnas donde la energía brasileña se percibe en su máxima expresión, como Río Scenarium, una casona de cuatro pisos que concentra cada noche espectáculos en vivo en el marco de un verdadero anticuario.

Imperdibles

*La noche ecléctica del barrio bohemio de Lapa.
* La visita en tranvía al Cristo Redentor y el atardecer en el Pan de Azúcar.
* Un “suco” (jugo) de frutas  en los kioscos de la rambla de Copacabana.
* Una feijoada en algún restaurante típico de la zona.

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