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¿Le suena familiar? Para muchos hijos de empresarios, éste es el pan de cada día.
El poder, la capacidad de premiar, castigar o influir en el comportamiento de los demás debido la posición que se ocupamos, es un arma de dos filos. Por un lado, nos permite alinear intereses y capacidades hacia una misma meta, haciendo la trayectoria más rápida y eficiente. Pero por otro, puede llegar a ser un inhibidor del talento humano asfixiando la iniciativa, la innovación y el rejuvenecimiento del negocio. ¿Cómo saber si estamos utilizando bien el poder? ¿De qué depende?
Sin duda alguna, la variable que más incide en el ejercicio del poder en la empresa familiar es la humildad del que manda —fundador o generación al mando-. Y, aunque tendemos a pensar que el poder lo puede todo, esto no siempre es cierto. Uno no consigue de los demás afecto, admiración o compromiso mediante la coerción; se requiere convicción. Por esto, es importante que involucremos a aquellos que nos siguen, especialmente a nuestros hijos y familiares, en nuestro proyecto empresarial: es la única manera en que podremos darle continuidad.
El empresario familiar utilizar el poder para generar beneficios económicos, para hacer lo que le gusta y es capaz y para prestar un servicio a terceros (clientes, proveedores, comunidad en general, familiares, amigos, etc.), no para inhibir las iniciativas que puedan rejuvenecer su propio negocio. De hecho, practicar el poder de forma justa no es fácil, hay que tener capacidades estratégicas y ejecutivas, buscar el bien común y hacer que las cosas pasen; e incluso, a veces estar dispuestos a ceder, a probar nuevas maneras de hacer, a escuchar, a delegar y a “dejar ir”.
Cuando aceptamos que no siempre tenemos la razón y que por ello es inteligente y sano “escuchar” otros puntos de vista, cuando reconocemos que nuestra visión puede estar sesgada (ya no vemos ni lo obvio) porque tenemos años haciendo lo mismo de la misma forma y así ha funcionado bien —lo que generalmente denominamos “ceguera del local”-, y cuando advertimos que el cambio es una constante y que para que nuestra empresa sobreviva a lo largo de las generaciones se requieren adaptaciones continuas que nos permitan servir más y mejor a nuestros clientes, estamos en posición de recibir consejo: estamos utilizando el poder para servir (a nuestra familia, a nuestra empresa, a nuestros empleados, a la sociedad en general).
La soberbia no es buena compañera… el egocentrismo tampoco. Para que una empresa familiar sobreviva a lo largo de varias generaciones debemos buscar que nuestro proyecto sea atractivo; es decir, un sueño compartido que satisfaga las necesidades de los involucrados y que, obviamente, alcance los resultados (objetivos) fijados en cuanto a rentabilidad, crecimiento, utilización de recursos y captación de talento se refiere. Cuando “imponemos” nuestras ideas y formas de hacer a nuestros colaboradores, a nuestros hijos, la puerta no debe ser la primera opción…al contrario, el enfoque debe ser hacia la sinergia y la negociación. Tarda más pero es también más efectivo a largo plazo.
Si no logramos comunicarnos no podremos llegar a acuerdos y si no concretamos acuerdos, será difícil trabajar juntos —especialmente siendo familia, ya que existen múltiples emociones involucradas en nuestra relación familiar-empresarial-… es en estos casos que generalmente la vocación de continuidad de nuestra empresa se ve comprometida y nuestro sueño empresarial de largo plazo, truncado. El poder sirve para hacer que las cosas pasen pero las cosas sólo pasan y se mantienen “vivas” si la gente involucrada está unida y comprometida con el objetivo final, en este caso, con la empresa familiar. ¡A Involucrarlos!
Por Rosa Nelly Trevinyo-Rodríguez, administradora de empresas. Graduadada de Stanford School of Business.
