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Oralidad, una destreza que puede (y debe) desarrollarse

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COLUMNA DE JUSCOM

Por Leonardo Altamirano*

La oralidad está extendiéndose en casi todos los fueros e instancias. Cada vez más procesos prevén audiencias orales. Sin embargo, muchos profesionales en actividad nunca han recibido capacitación específica en la materia durante su formación de grado. Hay pocos espacios curriculares dedicados al desarrollo de destrezas en comunicación.

Este déficit genera ciertos mitos que conviene derribar. Hay quienes creen que la capacidad de hablar en público viene de nacimiento. Asocian la oralidad con la espontaneidad, la inspiración e, incluso, con cierta improvisación. Sin embargo, los expertos aseguran, en forma unánime, que la capacidad de exponer en forma oral no es un don innato; sino una destreza que puede (y debe) desarrollarse. Para optimizar la capacidad oratoria conviene tener en cuenta cuatro aspectos indispensables:

  1. Preparar la exposición: No es verdad que las mejores exposiciones se improvisan. Todo lo contrario. Para dar fluidez a las presentaciones orales tenemos que organizarlas con precisión. La espontaneidad aparece cuando conocemos en detalle el tema y hemos ensayado la forma de presentación.

    Es fundamental tener en claro la idea central de la disertación. Muchos profesionales fracasan porque no pueden explicar “en una frase” qué quieren transmitir. A muchas personas les resulta útil escribir una lista de los puntos clave, otras recurren a esquemas o cuadros conceptuales, otras redactan la disertación completa. Lo importante es no desviarse del objetivo central. Ponerle un límite a la digresión.

  2. Adecuar las intervenciones al auditorio: Hay que conocer a los destinatarios de la exposición, recabar toda la información disponible sobre los interlocutores para ajustar nuestro discurso al auditorio. Una disertación, un alegato, un dictamen puede ser eficaz o ineficaz de acuerdo al grado de adecuación con el destinatario. Hay argumentos convincentes para auditorios técnicos que fallan a la hora de convencer a destinatarios legos. Esto se ve con frecuencia en los juicios con jurados. Muchos profesionales optan por diseñar presentaciones mixtas con pasajes más jurídicos, dirigidos al tribunal técnico, y fragmentos más emocionales o fácticos, destinados a persuadir al jurado.

  3. Preparar el contenido de cada alocución: Todo discurso debe tener un orden para que el destinatario pueda seguirlo con mayor atención. La opción más sencilla para exponer hechos es el orden cronológico. Pero también hay otras opciones: de lo general a lo particular, de mayor a menor, de lo superficial a lo profundo, de lo más importante a lo menos importante.

    Para asuntos complejos, conviene pensar en ejemplos, metáforas o analogías. Así, un contenido extraño a los conocimientos del interlocutor puede hacerse más próximo y, por ende, más comprensible. No está mal utilizar una dosis de redundancia, ya que, a diferencia de la escritura, el discurso oral no permite volver atrás para repasar algo que no comprendimos.
    Con respecto al orden de los argumentos, la jurista española Cristina Carretero González siempre recomienda seguir el consejo de Cicerón: “de entre los argumentos más sólidos, unos los situará al comienzo, otros al final, e intercalará los más débiles”.

  4. Ensayar su puesta en escena. No solo resulta imprescindible preparar la alocución sino también practicarla. Pararse frente a un espejo o grabarse con el celular. Controlar el tiempo, vernos a nosotros mismos desde el punto de vista del otro, detectar en qué partes podemos equivocarnos, qué fragmentos podemos olvidar. Corregir la postura corporal, ajustar los gestos faciales y el movimiento de las manos. A menudo, no somos conscientes de tales detalles hasta que no nos vemos en el espejo o en una pantalla.

    También conviene practicar la entonación de la voz, clave para mantener la atención. Dar énfasis a las partes más importantes, a ciertas palabras que quiero resaltar. Un discurso monótono pierde eficacia. Estos ensayos nos permiten anticipar obstáculos que pueden presentarse en la puesta en escena e imaginar antídotos.

    En tal sentido, es importante usar construcciones sintácticas muy breves. Que las oraciones no superen las diez o quince palabras. Esto permite que el público comprenda en forma paulatina cada idea de la exposición y no reciba más información de la que puede procesar en tiempo real.

Nunca hay que perder de vista que la conversación oral siempre tiene por lo menos dos protagonistas: quien habla y quien escucha. Es un proceso colaborativo, una invitación que el otro acepta o rechaza. Todo depende de la capacidad que tengamos para cautivar su atención.

(*) Doctor en Semiótica y Licenciado en Comunicación Social.

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