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Violencia de género: entrampados entre el punitivismo, la mirada individualista y la preeminencia del riesgo por sobre el cuidado

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Por Carolina Mauri (*)

La violencia por razones de género es estructural y se enmarca en un contexto social, económico, político y cultural determinado. Por tanto, las políticas de prevención, control y erradicación, como las intervenciones concretas en situaciones o casos
particulares, deberían necesariamente incidir en dicho contexto.
Lejos de eso, en Argentina seguimos entrampados frente a la violencia de género entre las respuestas criminalizadoras o punitivas, la aplicación de teorías individualistas para comprender e intervenir en los casos concretos y la preeminencia del miedo para
actuar, por sobre el cuidado.


La trampa punitivista
Más allá de los títulos, muchas veces pomposos, las políticas que se formulan para prevenir, controlar y erradicar la violencia de género en Argentina no tienen influencia en la estructura y el contexto social, económico, político y cultural en que la violencia
se produce y reproduce.

Esto obedece, en gran parte, a la colonización del pensamiento punitivista en el análisis y la resolución de los problemas sociales, que ha llevado a simplificarlos y comprenderlos como un conjunto de problemas particulares en el que existe un único responsable, sobre quien debe recaer una sanción estatal.
Según este modo de entender los conflictos sociales, si a corto y mediano plazos todos los responsables individuales son sancionados, a largo plazo el problema general seguramente desaparecerá.
Pensar soluciones de este tipo (individuales y punitivas) para uno de los problemas sociales más graves implica dejar de pensarlo como tal, para redefinirlo en iguales términos que la solución punitiva (como un problema –individual– entre dos, víctima y
victimario), dejando por fuera el contexto social, político y cultural.
Esta simplificación se observa también en las intervenciones concretas, judiciales o psicosociales, en las cuales se dramatiza el conflicto social y se lo redefine como una relación asimétrica de víctima y victimario, con las caracterizaciones que a cada uno se
asigna: agredido/a agresor/a, sumiso/a violento/a, bueno/a malo/a, amigo/a enemigo/a.


El círculo de la violencia
Además de la centralidad de las respuestas punitivas a la hora de pensar y diseñar políticas para hacer frente a la violencia de género, quienes trabajan interviniendo en situaciones o casos concretos siguen caracterizándola casi exclusivamente bajo el
modelo teórico desarrollado por Leonor Walker en 1979, conocido como “círculo de la violencia”.
Dicho modelo teórico, desarrollado en el marco de una sociedad particular a partir del análisis de la experiencia de mujeres blancas, pertenecientes a la clase media y media alta, caracteriza la violencia como un problema de dos (víctima y victimario) y deja de lado el contexto –socioeconómico, familiar, político y cultural–.
Así, la mujer carga en gran parte con la responsabilidad de “salir” de ese círculo en el que “cayó”. Pongo comillas porque es habitual escuchar hablar del círculo de la violencia como una realidad ontológica, en la que las mujeres “caen” y del que
pueden “salir”, y no como un modelo teórico de análisis.
Si bien éste puede usarse en algunos contextos para explicar la violencia dentro de la pareja sexo-afectiva, posee una mirada individualista sobre un problema estructural, que impide la búsqueda de soluciones estructurales.


Riesgo y miedo versus cuidados
Una tercera trampa, que impide abordar la violencia de género como un problema complejo, social, político, económico y cultural, es el miedo de quienes en el Estado operan cotidianamente en dichas situaciones, frente a la imprevisibilidad de los
riesgos y la falta de marcos de protección efectiva, que permitan neutralizarlos. El miedo de los y las operadores estatales corre del centro a la víctima e impide que las decisiones que se toman pongan el cuidado por sobre el riesgo.

Así, la actuación de los y las operadores estatales, que debería consistir en el diseño de medidas efectivas de cuidados, teniendo en especial consideración la complejidad que cada caso presenta –en lo personal, lo relacional y lo contextual–, termina limitándose a la remisión de informes de un organismo a otro (para no quedarse solo con el caso), en los que se simplifica dicha complejidad a ciertos aspectos relacionales e individuales.

Pensar la violencia de género desde una perspectiva del cuidado cambiaría drásticamente la manera como se piensan los riesgos a los que las mujeres y las personas sexogenéricas disidentes efectivamente están expuestas. Además, permitiría que éstos fuesen gestionados sin dramatismos ni sobreactuaciones, tan perjudiciales.

(*) Abogada y fiscal a cargo de la Unidad Fiscal de Violencia de Género de Neuquén

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