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Una voz diferente frente al conflicto de Medio Oriente

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Las noticias que llegan desde el frente de guerra en Siria e Irak son atroces. A medida que transcurre el tiempo salen a la superficie informes que alarman, revelaciones que las cancillerías europeas no quieren que se divulguen por cuestiones que han sido guardadas bajo siete llaves. Revelaciones que hacen temblar a las cancillerías europeas porque describen una red de complicidades que compromete seriamente a los gobiernos y a sus “socios ocultos”, que multiplican sus ganancias con la muerte.

Uno de los tantos que se atrevió a descorrer esos velos fue Pierre Conesa, un antiguo funcionario del Ministerio de Defensa de Francia, editor del primer plan estratégico de su país para el apoyo a la exportación de armas y catedrático en el Sciences Po (Instituto de Estudios Políticos de París), que conoce la entretela del poder europeo como pocos.

Sus declaraciones al portal de noticias Middle East Eye –El Ojo de Medio Oriente-, en su edición francesa, modifican la percepción de la guerra que golpea la Media Luna fértil -que va desde el río Éufrates hasta el delta del Nilo-. El experto francés, en todos los foros mundiales declara que Occidente fue el responsable del comienzo de las hostilidades. Lo hizo en el mismo momento en que Nicolás Sarkozy asumió la presidencia y Francia alineó su política internacional tras los intereses de Estados Unidos.

París, desde ese momento, se convirtió en punta de lanza de la ofensiva europea que dio comienzo en Libia y continuó con el intervencionismo de François Hollande y sus duras declaraciones contra Siria.

Conesa asegura, en consecuencia, que el “Estado Islámico (EI) debe haber sabido diferenciar entre Jacques Chirac (que se opuso a la guerra contra Irak) y los neoconservadores, Nicolás Sarkozy y François Hollande. Existe un vínculo evidente entre el activismo neoconservador en Francia y esos ataques.

Por desgracia, Francia subió muchos peldaños en la lista de enemigos. La segunda razón es que Francia es una tierra de inmigrantes. Tiene las comunidades chinas, judías, armenias y musulmanas más grandes de toda la Unión Europea.

De hecho, la opinión pública francesa es más sensible a las cuestiones diplomáticas. Se ha demostrado en el pasado, por ejemplo en el caso Mohamed Merah -refiere a los asesinatos de 2012 en el sur de Francia cometidos por un francés de origen argelino-, que había pocas personas dispuestas a realizar ataques motivados exclusivamente en las acciones militares de Francia en el extranjero”.

Pierre Conesa, advierte de que los actos terroristas tendrán graves consecuencias para la población musulmana en Europa porque favorecerá “la radicalización ultraconservadora. (Por lo que hay que manifestarse) en contra de la idea de que todos los musulmanes son responsables”. Especialmente ahora que el estado de emergencia se ha desencadenado.

Es aun más necesario – recomienda- dialogar con los musulmanes franceses para evitar errores groseros. Por ejemplo, tomemos el caso de la familia de Mohamed Merah. Uno de sus hermanos y su hermana lo apoyaron; sin embargo, su otro hermano condenó de forma clara su accionar.

El gobierno debe ser capaz de establecer la diferencia. Incluso más, cooperar con los representantes de la comunidad musulmana, sus teólogos, y cualquiera que esté dispuesto a evitar que ocurran otros atentados. Ellos son los que más pueden ayudar (…)”. Tras otras argumentaciones, avanza en su análisis, al decir: “Tenemos que considerar que los países occidentales siempre trataron de controlar Oriente Medio.

En el caso de los salafistas -movimiento sunnita que reivindica el retorno a los orígenes del islam, fundado en el Corán y la Sunna -, comenzó en 1979, cuando el Ejército Soviético invadió Afganistán.

El pueblo musulmán se percató entonces del doble estándar: el interés occidental constante de intervenir en Oriente Medio, pero no tanto para defender a los palestinos. En un sitio web salafista una vez leí: ‘Asesinan a mil personas en Gaza, no hacen nada. Matan a cuatro occidentales, y envían fuerzas militares”.

París, Washington, Londres, Roma y Berlín –reflexiona- no tienen idea cómo enfrentar esta guerra irregular.

Es como si “se les sugiriera que Arabia Saudita podría haberse encargado de separar a los católicos y protestantes en Irlanda del Norte”; hubieran dicho que era una locura. Lo cual es precisamente lo que los países occidentales están haciendo.

Justifican sus acciones en el nombre de los derechos humanos y de la democracia. ¡De acuerdo! Pero si combatimos al EI porque decapitan personas, cortan manos, prohíben otras religiones, oprimen a las mujeres (…) ¿por qué respaldamos a Arabia Saudita, que hace exactamente lo mismo? Se toma como válida esa esquizofrenia. Ahora que los países occidentales se enfrentan a ese problema, y encuentran la relación evidente entre los atentados y la guerra en Siria, se ven atrapados, por lo que deben retroceder y ceder a la provocación del terrorismo. Pero ahora que el daño ya está hecho, tenemos que considerar si las acciones militares deben intensificarse, lo que es un error claro en mi opinión, o retirarnos de allí.

Por desgracia, la segunda alternativa implicaría admitir que nos equivocamos, algo complejo de hacer justo antes de las elecciones regionales. Temo que los políticos no elegirán la segunda opción”.

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