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Un siglo y medio de ciencia argentina

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 Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth**

El próximo miércoles cumple 150 años de vida la Academia Nacional de Ciencias, sita en Córdoba, en el número 249 de la avenida Vélez Sarsfield.
Fundada en 1869 por el presidente Domingo Faustino Sarmiento, como se expresa en la noticia institucional de su página web, es “una corporación científica sostenida por el gobierno de la Nación Argentina que, por la fecha de su fundación, es la primera Academia Nacional de la República Argentina”. Dicha Institución tiene por misión “contribuir al desarrollo, progreso y divulgación de las Ciencias, estimular el estudio del país en todos los aspectos de las ciencias, hacer conocer el resultado de investigaciones y estudios por medio de publicaciones y conferencias, y servir de Consejo Consultivo al Gobierno de la Nación, o a gobiernos de provincias y a instituciones científicas oficiales, en caso que ellos lo requieran”.
En su tiempo se estableció con científicos extranjeros, por por la falta de este tipo de profesional en el país. Astronomía, física, química, entre otras disciplinas, que eran materias desconocidas por estas tierras, en las que se desperdiciaban vidas y tiempo en peleas entre hermanos, hasta la pax constitucional de 1853-60.
El desarrollo de la ciencia nacional fue un salto inmenso. Hoy en día, para equipararlo, deberíamos estar hablando de instalar un laboratorio en el espacio o algo similar.

Destaquemos el año 1869. Argentina era un país con solo un millón de kilómetros cuadrados efectivamente ocupados de los casi tres millones continentales que tiene. El primer censo de población, llevado a cabo entre el 15 y el 17 de setiembre de ese año, estableció que su población era de 1.830.214 habitantes, 77% de los cuales eran analfabetos.
El prestigio y continuidad de la academia durante 150 años es una muestra clara de que se puede hacer ciencia en el Estado sin que la política partidaria intervenga o a las actividades les gane el cortoplacismo.
Se halla fuera de toda duda, en esta víspera de tan trascendente aniversario, la importancia de la academia. No sólo históricamente, sino de cara al futuro.
El desarrollo científico es una vertiente estratégica para cualquier país en múltiples campos, como la economía y lo social, ya que su crecimiento impacta la generación de empleos productivos, mejora la calidad de vida, equilibra desigualdades e impulsa desarrollos regionales, entre otras muchas cuestiones.
El tránsito del subdesarrollo al desarrollo históricamente se ha dado vía un proceso de conocimiento aplicado que permite una mejor sociedad y una economía más sólida.
No nos vendría nada mal una ley de promoción de las ciencias y las artes, que tratara de modo integral el asunto, con inclusión de las múltiples aristas que lo componen y diversas técnicas estatales para llevarlas a cabo.

Debe ser dicha norma un marco regulatorio promocional sustentable, que permita una mirada plural, desideologizada, independiente de quien esté transitoriamente a cargo del Estado.
Es de esperar que las urgencias del presente no nos impidan dedicarnos a las medidas necesarias para esperar un mejor futuro. Para ello, reiteramos, es necesario que se fomente el desarrollo científico en función de un objetivo de país. Éste, como dijimos debe ser democrático y federal. Que tenga en cuenta las necesidades reales de la sociedad y no solo los intereses sectoriales o partidarios (por sobre las modas investigativas o la reedición hasta el infinito de proyectos ya dados en el pasado).

Se trata, en definitiva, de que se haga primar el interés público por sobre los intereses de ocasión. Incluso, el interés particular económico o profesional del investigador del caso.
Que se defina un sistema de incentivos (y desincentivos), fundamental para tender a generar procesos de investigación reales, de significación, con importancia, utilidad y eficacia. Sin caer, como ha pasado, en meras acumulaciones de papeles burocráticos que se agotan en las formalidades, sin sustancia real de avance científico.
Hace 150 se pensó, con la creación de la academia, hacer ciencia real y de verdad. Adentrarse en disciplinas desconocidas por estas tierras. Los vaivenes políticos y económicos de nuestra historia han incidido para que no se concreten estos objetivos plenamente. Pero si queremos ser un país de cierta significación, la investigación científica debe tener cierta significación en la sociedad. No por nada las sociedades que mejor y más investigan son aquellas más prósperas y estables.

(*) Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas
(**) Abogado. Doctor en Derecho y Ciencias Sociales

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