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¿Un ejército clandestino garantiza el giro a la derecha en Europa?

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Confusión, desasosiego y estupor son las palabras que mejor definen el clima que vive Europa en las vísperas de las elecciones continentales. Millones de europeos se encuentran frente a una de las mayores encrucijadas de su historia. Tienen en sus manos su propio futuro y, al parecer, no saben qué hacer con tamaña responsabilidad. Las encuestas auguran una severa derrota de los defensores de la Europa Comunitaria.

Los últimos actos de los que hemos tenido noticias han sido vibrantes. Los oradores antisistema muestran un tono cada vez más irónico ridiculizando a los partidos en el gobierno. No se guardan adjetivo alguno. La más elocuente fue Marine Le Pen. En su discurso mezcla deliberadamente -como cierto lenguaraz nativo- “datos reales con algunas medias verdades” mientras culpa a la Unión Europea y a los dos grandes partidos franceses de todos los males, “ciertos e imaginarios: déficit democrático, paro masivo, crecimiento cero, cero porvenir para los jóvenes, invasión de inmigrantes, desindustrialización, un euro concebido por Alemania y para Alemania, competencia fiscal desleal, una política monetaria errática”, desnudando a la vista de todos a “una casta de gobernantes sometidos al poder de la oligarquía financiera”, tal como lo consigna, por estos días, el diario El País, de Madrid.

Como ya hemos advertido desde este espacio, el programa político de Marine, como familiarmente la llaman los franceses –y la de los otros “resistentes”- tiene como base de sustentación el mismo programa que culminó con el arribo de Hitler al poder, al que ha agregado una promesa de cumplimiento imposible: modificar el pasado para “devolver a Francia la soberanía perdida hace 30 años y protegerla de la globalización neoliberal”.
El entusiasmo de Le Pen permitió descorrer algunos velos que motivaban el insomnio de muchos analistas y observadores de la realidad internacional. Reconoció la existencia de poderosos vasos comunicantes entre Moscú y la ofensiva antieuropea al decir que “El señor Putin es un patriota (…) Está comprometido con la soberanía de su pueblo. Y seguramente no encuentra estas cualidades de coraje, franqueza y respeto a la identidad y la civilización en otros movimientos políticos franceses”.

¿Sería demasiado arriesgado pensar que el movimiento de los indignados fue financiado por el servicio secreto ruso? Esa respuesta aparece compleja, pero torna creíble la advertencia que en el Parlamento Europeo formularon los radicales franceses y que tuvo escasa repercusión en los medios de comunicación, que la calificaron de descabellada.
Nos enteramos por estas horas de que el resto de los partidos de la extrema derecha europea -como antes lo hizo Marine Le Pen- han desfilado por la Duma -Parlamento ruso- que los recibió en sesión especial. Oportunidad que sirvió para que esos legisladores escucharan un encendido discurso de Heinz-Cristian Strache, presidente del Freiheitliche Partei Österreichs (FPÖ) -que se traduce al castellano como Partido de la Libertad de Austria-.

Posteriormente pasaron por Moscú el ferviente partido antieuropeo UKIP, del que hemos hablado en esta columna, el Movimiento por una Hungría Mejor -Jobbik Magyarországért Mozgalom-, Alternativa para Alemania -Alternative für Deutschland, el griego Aurora Dorada -Chrysí Avgí- y el Movimiento Cinco Estrellas -Movimento 5 Stelle-, representante del ultrapopulismo italiano, también descriptos por El Balcón, trabajos que podrán ser consultados en nuestra página web (www.comercioyjusticia.info).

Los partidos tradicionales, que desde el gobierno han afrontado la crisis económica y financiera, más allá de pagar un alto precio por sus errores demostraron no tener reflejos suficientes para enfrentar la crisis política que sobreviene, indefectiblemente, al crack económico. Desconocen su propia historia. Por ello tropezaron con la misma piedra con la que se llevaron por delante Stanley Baldwin y Arthur Neville Chamberlain, que poco hicieron para impedir el avance del nazismo. Responsabilidad compartida por los franceses León Blum y Êdouard Daladier.

La misma confusión parece haber ganado a la izquierda. Todavía no se ha repuesto de la sorpresa que le significó perder la batalla ideológica cuando disputaba espacios en la construcción de la agenda del movimiento de resistencia. Algunos terminaron recluyéndose para restañar sus heridas. Otros, en cambio, eligieron el camino de la confrontación y la denuncia. Y así lo hicieron cuando divulgaron la existencia de un ejército clandestino en operaciones, que reuniría alrededor de 50 mil milicianos, responsable de la ejecución de miles de héroes, líderes y militantes antifascistas, mientras siembra el terror en todo el centro y este europeo. Ejército que nació tras el final de la Segunda Guerra Mundial y la conquista de Alemania por los aliados, integrado por soldados de la Wehrmacht con la intención de restaurar el nacionalsocialismo en la antigua Germania y usado por los servicios secretos alemanes y estadounidense como un arma estratégica durante la Guerra Fría.

¿Los festejos del eventual triunfo del neonazismo tendrán la misma significación para Europa que el incendio del Reichtag -sede del parlamento alemán-? ¿Vladimir Putin, al que los skinheads o cabezas rapadas consideran la reencarnación de Napoleón Bonaparte, con los resultados electorales en la mano, avanzará sobre Berlín y París para asumir la conducción “de la Nueva Europa”? ¿Ante esa eventual demostración de poder cómo reaccionarán Bruselas y Washington? ¿Será el comienzo de la guerra tan temida?..

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