Un año de guerra en Ucrania: ¿preludio de la gran ofensiva rusa?

El 24 de febrero de 2022 fue un día trágico. El Kremlin ordenó invadir Ucrania. Lo que el alto mando ruso imaginó como un paseo triunfal y la toma festiva de Kiev se transformó en el escenario de una guerra que parece sin solución. Una trampa de la que los principales actores no pueden escapar.

Un alto jefe de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en una larga entrevista, le transmitió al presidente ucraniano sus impresiones de la guerra: el frente, más allá de las erupciones que significan los bombardeos, está estabilizado.

De seguir la guerra en tono convencional, ninguna de las partes está en condiciones de vencer. ¿Será una necesidad política urgente de Vladímir Putin el uso de su arsenal nuclear?

Aquel 24 de febrero nadie tomó en serio el llamamiento a defender a Ucrania por parte del presidente Volodímir Zelenski, quien era motivo de mofa de la prensa occidental por su pasado de actor.

Sin embargo, sus dichos se transformaron en bandera y blasón: “Cuando nos ataquen verán nuestros rostros. No nuestras espaldas sino nuestros rostros”, desafió.

Hoy esas palabras increpan a quienes, con alguna preferencia, mostramos los sucesos internacionales. Mucho más a los expertos en cuestiones militares que abonaban la idea del “paseo ruso”.

Durante un año el ejército ucraniano ha enfrentado a una fuerza mucho mayor, hecho retroceder los avances iniciales de los rusos en Járkov y Jersón, y mantener la línea en la disputada región de Donbás.

En el proceso, los ucranianos han infligido impresionantes pérdidas al ejército ruso y dejado al descubierto sus tácticas anticuadas, un liderazgo viejo y anquilosado y la moral quebradiza de una fuerza que lucía en la Plaza Roja un impresionante poderío en los desfiles pero que está ausente en el campo de batalla.

Quizás sea uno de los mejores ejemplos de la resistencia ucraniana lo que ocurrió el primer día de la invasión, cuando una gran fuerza rusa de asalto con helicópteros se apoderó de un aeródromo en las afueras de la capital, Kiev, para convertirlo en cabeza de puente, decisivo para el avance de la fuerza invasora y sus refuerzos.

La noche siguiente fue un infierno. Las fuerzas ucranianas, apoyadas por el fuego de artillería, penetraron en la base y mataron por miles a paracaidistas rusos e inutilizaron la pista de aterrizaje.

El comando estratégico ruso tampoco pudo farfullar una media docena de excusas para justificar ante Putin por qué permaneció inmovilizada sobre una ruta asfaltada una enorme columna de tanques, cañones y camiones de transportes que carecía de neumáticos y orugas aptos para transitar sobre los caminos gredosos de la feraz llanura ucraniana.

El alto mando atacante no había revisado siquiera la historia de las guerras en la región. Tanto los ejércitos nazis como las tropas estalinistas vieron hundirse sus tanques y cañones cuando intentaron exterminar o trasladar en masa a los ucranianos hacia las estepas siberianas.

Un mes después, la columna rusa que avanzaba a duras penas por las carreteras al norte de Kiev se retiró. Moscú describió el repliegue como un “gesto de buena voluntad”. Nadie sabe cuál fue la suerte que corrió el estado mayor ruso y los generales desplegados en el terreno.

Informes coincidentes de la inteligencia occidental y emisiones en onda corta de la resistencia rusa en Rusia afirman que fueron fusilados. La misma suerte pueden haber corrido quienes intentaron, desde el Ministerio de Defensa, asesinar a Putin.

Dejamos aquí las desventuras en la retaguardia rusa. Aunque sí, antes de continuar nuestro relato, debemos dejar constancia de la resistencia de miles de jóvenes a ser convocados por el ejército ruso, que opta por emigrar o pasar a la clandestinidad. Temas ya abordados en esta columna.

Todo indica que estamos ante las vísperas de un gran ataque ruso. El Kremlin necesita una victoria aplastante.

Despachos de inteligencia occidentales y de algunas agencias musulmanas avisan de una concentración mayúscula de hombres y pertrechos en la frontera de ambos países.

¿Estamos en las vísperas de un gran ataque a lo largo de todo el frente? ¿Moscú necesita esto para contrarrestar la sorpresiva visita del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, a Kiev la semana pasada?

Algunos funcionarios occidentales esperan que la fuerza aérea rusa se convierta en un componente trascendental del nuevo plan de batalla ruso.

“Sabemos que Rusia cuenta con un número considerable de aviones en su inventario y que le queda mucha capacidad”, declaró hace unos días el secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin.

Expertos latinoamericanos de nota que siguen cotidianamente la suerte de la guerra aseveran que el alto mando ruso no se siente entusiasmado en emprender una nueva etapa de la guerra. Pero la central de inteligencia rusa para América del Sur, desde su sede en San Pablo, despliega optimismo.

Así las cosas, el secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, aseguró que la suspensión del cumplimiento por Rusia del Nuevo Start -o Start III-, último tratado de desarme nuclear aún vigente entre Moscú y EEUU, supone que el control de armas quedó desactivado.

“Con la decisión sobre el Nuevo Start, toda la arquitectura de control de armas ha sido desmantelada”, declaró el político noruego en una rueda de prensa en la sede de la OTAN junto al jefe de la diplomacia de la Unión Europea, Josep Borrell, y el ministro ucraniano de Exteriores, Dmytro Kuleba, después de conocer el anuncio que Putin hizo durante un discurso televisado sobre el estado de la nación.

¿Qué dijo éste que tanto ha encrespado los ánimos?

Durante su discurso, de casi dos horas de duración retransmitido en directo, Putin repitió una y otra vez que la culpa de la guerra en Ucrania es de Occidente.

“Quiero repetirlo: son ellos los culpables de la guerra, y nosotros estamos usando la fuerza para detenerla (…) No tienen en cuenta los sacrificios humanos ni las tragedias (...) Deben seguir robando a todo el mundo, disfrazándose con eslóganes de democracia y libertad”, indicó, flanqueado por cuatro banderas tricolores de su país.

En este punto, acusó a Occidente de “abrir el camino” para que los nazis tomaran el poder en la década de 1930 y afirmó que desde el siglo XIX Occidente ha intentado arrebatar a Rusia sus “tierras históricas (…) lo que ahora se llama Ucrania”.

Para Putin “todo se repite”, y añadió que Occidente financió la revolución de 2014 en Ucrania que derrocó a un gobierno prorruso. Según él, esto dio lugar a la “rusofobia”, al nacionalismo extremo.

Agregó que su país había hecho todo lo posible para evitar la guerra pero que Ucrania, respaldada por Occidente, había estado planeando atacar Crimea, controlada y anexionada por Rusia en 2014.

Agregó que el objetivo de Occidente es dirigir la agresión hacia el este y “eliminar la competencia”, y que quiere convertir un conflicto local en un conflicto global, algo contra lo que Rusia reaccionará “en consecuencia”.