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¿Seremos capaces de iniciar un diálogo fecundo con José Carlos Mariátegui? 

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Por Silverio E. Escudero

Ésta es una invitación especial en procura de ampliar las fronteras del pensamiento y derrotar al dogmatismo.

La personalidad de José Carlos Mariátegui excede largamente el marco político de su país. La significación de su labor social y política y de su obra como pensador ocupa un lugar destacado en la historia del movimiento revolucionario de América Latina.

La vida y pensamiento de este peruano eminente contribuye a esclarecer, en esta hora crucial, la lucha contra la dependencia y el surgimiento de una sociedad más justa y equitativa que conduzca a la solución de los problemas del desarrollo económico y social de los países que la integran.

Los cambios que se operan en la sociedad peruana, y que han determinado un gran progreso, permiten anticipar, en medio del desarrollo “de un proceso revolucionario, el surgimiento de la sociedad que Mariátegui amasó en sus sueños de pensador y combatiente por la causa del socialismo”.

Es decir, cuando la sociedad tenga capacidad para soñar, para imaginar el futuro, a partir de la realidad concreta del presente, es una cualidad que algunos reclamaban como una condición del accionar revolucionario para construir una nueva sociedad.

En la advertencia de su obra Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, que vivamente recomendamos leer, Mariátegui subraya: “Toda esta labor no es sino una contribución a la crítica socialista de los problemas y la historia del Perú. No faltan quienes me suponen un europeizante, ajeno a los hechos y a las cuestiones de mi país”.

Estos conceptos tienen una importancia capital, imposible de soslayar. Señalan la actitud del pensamiento teórico ante un mundo en el que se operan cambios fundamentales; indican la necesidad de utilizar la metodología científica para investigar la realidad social, y expresan, asimismo, que esa metodología emana no del exclusivo pensamiento propio sino del carácter universal de la corriente de pensamiento que se adscribe; pues así como no puede hablarse de una física nacional, tampoco puede hablarse de un marxismo nacional, lo cual no excluye sino que -por el contrario- requiere la integración de las conclusiones de las investigaciones particulares, es decir, de los fenómenos propios de cada sociedad humana, en la ciencia general de la sociedad.

La calificación de europeizante fue hecha, en diversas etapas de la historia, en un intento de descalificar a los hombres más eminentes y representativos, fundamentalmente cuando encabezaban la lucha de sus pueblos por su libertad, independencia y desarrollo autónomo de las potencias hegemónicas.

Ése fue el recurso, quizás el más vil, que usaron los sectores conservadores y clericales para obstruir el desarrollo autónomo del Hombre, lejos de supercherías, hechizos y engaños sobre realidades incomprobables.

Cuando Argentina abandonó el imperio español y comenzó a dar sus primeros pasos como entidad política independiente, los revolucionarios de 1810 abrevaron en el pensamiento liberal en su vertiente francesa.

Más allá de los escarceos ideológicos del Cabildo Abierto del 22 de mayo, serán Juan M. Gutiérrez y Esteban Echeverría, entre otros, quienes señalaron posteriormente la necesidad de consolidar, en el campo cultural, la ruptura con España en busca de la conformación de un modelo ideológico diferente “por su forma y contenido». 

En esa misma advertencia recuerda Mariátegui: “Sarmiento, que es todavía uno de los creadores de la de la argentinidad, fue en su época un europeizante”; y la obra del peruano eminente, del Amauta, demuestra que, desde el punto de vista del marxismo-leninismo, es decir, de la ideología de nuestra época, es necesario adoptar lo que tiene validez de la cultura universal, tanto del pasado como del presente, para enriquecer nuestra herencia cultural investigando el ser nacional, comprenderlo en su plenitud y afianzar el desarrollo del pensamiento científico.

Por eso, con igual claridad y precisión, en el último capítulo de su libro, refiriéndose a lo que aún perduraba del colonialismo -”el prestigio intelectual y sentimental del Virreinato“- Mariátegui escribió estas palabras: “Hoy la ruptura es sustancial (…) Por los caminos universales, ecuménicos, que tanto nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos”.

Mariátegui, coinciden la mayoría de los cientistas sociales, fue un gran teórico y dirigente del proletariado. Fueron vanos los intentos de algunos pensadores burgueses para ubicarlo entre los ideólogos de la pequeña burguesía, o de oponer las concepciones de aquel marxismo-leninismo.

La personalidad de Mariátegui se forjó no solamente en el Perú de la primera preguerra, con escaso desarrollo capitalista y muy poca difusión de los clásicos del marxismo-leninismo sino también durante los años de su permanencia en Europa, donde sus experiencias fueron variadas e intensas.

“Aquí los campos ideológicos no estaban aún nítidamente delimitados fuera del leninismo. La bancarrota de la II Internacional en la primera guerra mundial; el triunfo de la Revolución de Octubre; las revoluciones derrotadas en Alemania y Hungría; la traición del socialismo reformista; la defensa de la Revolución Rusa y los ataques contra ella; la formación de diversas tendencias ideológicas; constituían una situación harto compleja y no era fácil, para quien no la hubiera vivido desde cerca y desde el comienzo, le sirvió para orientarse en el mundo de las ideas”, enseñó, en tiempo oportuno, el inolvidable Juan Culleré, profesor de Historia de la Cultura en nuestra Universidad Nacional de Córdoba.

No obstante, la gran honradez intelectual y los objetivos profundamente revolucionarios de Mariátegui determinaron que escribiera, en su Defensa del Marxismo: “Lenin aparece, incontestablemente, en nuestra época como el restaurador más enérgico y fecundo del pensamiento del pensamiento marxista (…)”. Para que no cupiera duda alguna, agrega con firmeza, en el mismo texto: “La revolución rusa, acéptenlo o no los reformistas, el acontecimiento dominante del socialismo contemporáneo”.

El leninismo, continúa el Amauta, es el marxismo de la época contemporánea, y su desarrollo teórico como marxismo-leninismo sólo puede realizarse mediante el proceso lógico-dialéctico de su propia estructura interna, que asimila permanentemente las verdades objetivas parciales obtenidas por la experiencia universal del movimiento revolucionario y la investigación de las ciencias.

Estas ideas estaban -reiteramos- estaban en la base del pensamiento y de la acción de Mariátegui. Por eso su espíritu de combatiente revolucionario rechazó con decisión el tibio reformismo de los dirigentes de la II Internacional, que encubría -sostienen los discípulos del maestro peruano- la traición al proletariado, y fue ascendiendo en un intenso proceso, desde las concepciones liberales de su adolescencia hasta las firmes posiciones del marxismo.

En ese tránsito reside la agudeza del pensamiento mariateguiano, como ha sido largamente analizado por las más diversas corrientes marxistas del mundo como las que representan Adalbert Desseau y Manfred Kossok, porque encontró el rumbo certero al estudiar la realidad peruana, al realizar un análisis clasista de la sociedad, y porque al asumir la defensa intransigente de los intereses inmediatos y mediatos del proletariado y de las masas populares, luchó sin desmayos por la revolución antilatifundista y antiimperialista, como una etapa previa en la marcha hacia el socialismo.

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