Reconstruir la dignidad de los argentinos en una nación libre y soberana

"...todo el mundo era enemigo de todo el mundo y una economía de miseria había creado en el campo económico una lucha permanente en la que - como dice el tango- todos los días había que salir a buscar el mango para poder morfar. Esa economía de miseria ha sido el azote más extraordinario contra la solidaridad del pueblo argentino… En política estaba el que le hacía la zancadilla mejor al otro, para que el otro cayera y él pasara adelante; ésa era la escuela nefasta y negativa de ganar haciéndoles mal a los demás, en vez de ganar corriendo más ligero que los demás y siendo más capaz y más moral que los otros. Ése es el espíritu maldito del individualismo, carente de sentido social y de sentido político, que no solo ha hecho de cada hombre un lobo sino que ha hecho lanzar unas naciones contra otras". Juan Domingo Perón - Conducción Política

Los conceptos del epígrafe que acompañan este artículo describen la realidad oprobiosa generada durante lo que se conoce como Década Infame, que comprende el período de la historia argentina que comenzó el 6 de setiembre de 1930 con el golpe de Estado cívico-militar que derrocó al presidente radical Hipólito Yrigoyen y finalizó el 4 de junio de 1943 con el golpe de Estado militar que derrocó al presidente conservador Ramón Castillo.

Sectores del radicalismo identificados como Forja (Fuerza Obrera Radical de la Joven Argentina vieron como muy auspicioso el nuevo proceso iniciado en el 43 que, como una especie de continuidad político-institucional del gobierno de Yrigoyen, terminaría con tantos años de escarnio.

Señalada esa circunstancia como beneficiosa para el país, varias figuras de dicho movimiento se sumaron y participaron del nuevo Gobierno que se impuso en las elecciones de 1945, instalando como presidente al teniente coronel Juan Domingo Perón.

Pero más allá de este acontecimiento de verdadera trascendencia histórica, es de destacar el ejercicio de aquel modelo de gobernanza que durante 10 años estableció determinados privilegios a favor de ciertas corporaciones y sectores de la oligarquía, mientras por otra parte imponía a amplios sectores populares el despliegue de una injusticia social que negaba derechos y coartaba toda posibilidad de protagonismo social, incluyendo la prohibición al voto femenino.

La decadencia reinstalada

Hoy, a más de 80 años de aquella época, los argentinos estamos viviendo circunstancias inauditas según la decrepitud política y social de un modelo de gobernanza autocrático, generado por una dirigencia políticamente senil. Extraviada en sus misiones, esta dirigencia procede escandalosa e irrespetuosamente y resiente aún más la estabilidad institucional, hoy ya desarticulada en muchos de sus aspectos.

Los síntomas más graves son la pérdida de autoridad y de confianza en los tres poderes y en los organismos del Estado, una economía inflacionaria bajo el paradigma de “sálvese quien pueda”, decrecimiento de la solidaridad, desintegración y degradación social con aumento constante de la inseguridad y la negativa permanente de los políticos a consensuar un modelo para el proyecto de nación y de sociedad de los argentinos.

Esta realidad oprobiosa, ninguneada por la dirigencia en general, es producto del maldito individualismo que resiente la calidad de un dirigente hasta que éste abandona la misión de servir a su pueblo y comienza a servirse de él.

Este contexto, que puede anticipar hechos comparables a un tsunami político, económico y social de inmedible magnitud, va armándose sobre esta realidad nacional, mientras el pueblo -en su lucha diaria contra la inflación, el desempleo, la pobreza, el narcotráfico, la falta de servicios esenciales, salarios informales, la inseguridad, etcétera- no lo visualiza ni tiene posibilidad de enfrentarlo y desarmarlo.

La sociedad se muestra agotada en su paciencia y totalmente decepcionada porque no cree que la dirigencia retorne al camino de la noble misión de servir a sus necesidades. Reclama sus derechos y peticiona por ellos y ante las escasas o nulas respuestas comienzan sus protestas, no solo contra la inacción del Estado sino también contra la dirigencia en general y más aún de los que están totalmente absorbidos por la campaña electoral.

Algunos dirigentes aprovechan las equivocaciones de los contrarios, las exponen reiteradamente como la forma más espuria de hacer política, que sin duda alguna es la metodología que aprendieron en tantos años de decadencia.

Consensuar una etapa de transición

Lo inaudito es comprobar cómo la mayoría de los y las dirigentes cree que con la realización de las elecciones, sin cerrar las grietas partidarias ni acordar un plan nacional con la sociedad en su conjunto, podremos salir de la crisis. Menos podríamos salir si la Argentina sigue atosigada por los estigmas más graves y urgentes que la acosan permanentemente.

Pensar en esa sola alternativa electoral es desconocer, minimizar u ocultar la gravedad y profundidad de la crisis que soportamos, ya que no hay interés en prever mecanismos de diálogo y consenso para terminar definitivamente de sobrevolar sobre un abismo pleno de situaciones incontrolables.

Por eso debemos salir al encuentro de actitudes éticas y morales con el país y los argentinos que coadyuven a formalizar una etapa transicional para solidificar un acuerdo -antes de las elecciones- que habilite lo que en anteriores artículos presenté como un ámbito de coincidencias esenciales .

Ello permitirá consensuar un plan emergente con todos los partidos, sectores y entidades intermedias, bajo el compromiso de respetarlo y protagonizarlo, mediante un comité de emergencia conformado por el gobierno elegido, la oposición y los sectores y entidades participantes.

Superada la campaña electoral y definidos los espacios del poder constitucional, tendremos a favor del proceso de entendimiento nacional un plan consensuado y sellado como garantía del compromiso y la participación entre todos los partidos y sectores, para la solución de los problemas más graves en lo económico, político y social.

Esta etapa que denominamos de transición nos servirá para resolver lo emergente y los casos de mayor gravedad institucional, pero también nos ayudará a creer que la paz y unidad de los argentinos solo es posible cuando se superan los egoísmos y los intereses particulares y se antepone el concepto de que nadie puede realmente realizarse en una sociedad anarquizada, dividida, desorientada y degradada.

Así lo expresa Juan Domingo Perón en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional

Si se quiere salvaguardar la Nación y seguir adelante en el proceso de preservarla y depurarla, o se usa la política de la fuerza o bien se elabora la fuerza necesaria para respaldar una política.

Una Argentina en la que imperen la felicidad y la grandeza admite únicamente la segunda alternativa. Necesitamos pues, crear la fuerza requerida para sustentar una política nacional. Es ésta la hora de su realización.

Tengamos en cuenta el ejemplo que nos muestra el mundo en el que está ganando terreno la idea de que el bienestar de los pueblos se halla por encima de las concepciones dogmáticas. Esto origina un campo de mutuo respeto, que parece nutrirse en base a civilización, comprensión y tolerancia hacia las ideas de los demás.

No tengo dudas de que éste es un momento crucial de nuestra Patria; o profundizamos las coincidencias para emprender la formidable tarea de clarificar y edificar una gran Nación, o continuamos paralizados en una absurda intolerancia que nos conducirá a una definitiva frustración. .