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Psicología del tránsito y siniestralidad

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Por Lic. Andrea Queruz Chemes *

En la conducta de tránsito, tal como lo puede ser la de conducir un vehículo, tanto la seguridad propia como la de terceros dependen no sólo de la responsabilidad consciente del conductor y de su conocimiento en la mecánica del automotor sino también de distintos procesos cognitivos y emocionales intervinientes que pueden afectar el desempeño en el acto de conducir.
El manejo de un vehículo es una actividad social interactiva y un proceso complejo en el que la persona que está al volante debe hacer frente a otros conductores, a la dinámica del tránsito, a la presión de estresores externos, todos factores ambientales que interactúan simultáneamente a los que la capacidad humana debe decodificar, organizar y sincronizar conjuntamente con las variables visuoperceptuales y espaciales.
La situación en el tránsito se nos presenta como emisora de múltiples estímulos entre los que se observan las señales que le son propias, las agresiones de conductores o peatones, la violencia causada por la presencia de carros con animales desahuciados en medio de los automotores, las condiciones físicas de las calles, publicidad en la vía pública, entre otros erradicables y controlables, a los que hay que añadirles aquellos otros imprevisibles. Esos estímulos de situación junto con la conducta de conducción activan las llamadas funciones cerebrales ejecutivas (FE) que son las que permiten la selección y organización de dichos estímulos, como así también la formulación de objetivos, planificar y ejecutar acciones para el logro de los primeros; también controlan y regulan otras capacidades más básicas tales como la atención, memoria y habilidades motoras.
Para el proceso de atender intervienen redes neuronales diferentes vinculadas a la selección de información sensorial y sostenimiento de la atención viso-espacial, la vigilancia que mantiene el estado de alerta y la atención sostenida. A su vez, la atención ejecutiva es la que permite el cambio en las tareas, control inhibitorio, procesamiento de estímulos novedosos, la resolución de conflictos y de situaciones emergentes.

Así, seguir conduciendo o frenar, esquivar un pozo o pasarlo por encima, acelerar o desacelerar, responder a una señal de tránsito o a una provocación u obviarle son todas decisiones en pos de regular la conducta más adecuada a la situación que se presenta. Las FE también intervienen regulando los problemas de comportamiento y agresión en general, ya que permiten afrontar adaptativamente los desafíos que le imponen las relaciones interpersonales.
Hasta aquí, ser conscientes de que no manejamos solos y que estamos conectados -por lo menos empáticamente- es una condición sine qua non pero que no se corresponde con el colectivo humano de características diversas que maneja en las calles sino sólo a una fracción de éste. Existen trastornos de personalidad severos vinculados al déficit de control de impulsos, al despliegue de conductas antisociales, psicosis, etcétera que pueden generar conductas temerarias para sí mismos y para otros, las que se agravan al volante.

Valorar el daño potencial para prevenir el irreparable
El factor humano es el principal causante de siniestros viales, causal de muerte, lesiones, discapacidad y de otras formas de daño como el psicológico y moral. Aunque en su mayoría los siniestros terminan en demandas voluminosas de cuantías elevadas, contra aseguradoras, el Estado y particulares, no basta para devolver una vida humana o reconstituir la salud que se pierde.
El daño potencial entendido como aquel eventual que pudiera llegar a producirse por el peligro que reviste en sí mismo debe poder observarse para prevenir el daño ya causado, las más de las veces irreparable en el sentido absoluto del término en virtud de cuan haya sido su gravedad.
Un abordaje sistémico que permita erradicar los factores controlables ya mencionados como también identificar y desalentar la conducción agresiva conformada por las conductas deliberadas y voluntarias que, aunque no tengan la intencionalidad de dañar, muestran desatención sobre las consecuencias del propio accionar.
La seguridad en el tránsito vehicular en contextos de violencia urbana es una conducta social que depende principalmente de las medidas preventivas relacionadas a la erradicación de los estímulos potencialmente peligrosos; de la adecuada valoración de la población así como del entrenamiento de habilidades ejecutivas y sociales para dar respuestas adecuadas a cada situación que se nos presenta.

* Psicóloga judicial multifuero, perito de control

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