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Mujeres migrantes, género, guerra y humor sexista

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Por Gabriela Eslava *

COLUMNA DE AMJA

En la actualidad, el movimiento de personas a lo largo del globo se ha vuelto algo constante, al igual que el “acortamiento” de las distancias. Esto ocurre, no sólo por los modernos medios de transporte que nos permiten trasladarnos de un continente a otro en horas, sino también por la conectividad que, como fenómeno social de estos tiempos, nos permite estar “conectados” sin coincidir en el lugar. Paralelamente, los medios de comunicación nos permiten estar informados, en vivo y en directo, de lo que ocurre en lugares muy lejanos. Basta prender dos minutos la televisión para llenarnos de imágenes horrorosas del flagelo de la guerra. Aquello que parecía parte de un pasado lejano, resulta actual y cotidiano. Al ver hogares destruidos podemos pensar en las personas que los habitaban, imaginarlas, visualizarlas hasta momentos, llenándolos de risas, de discusiones, compartiendo la mesa, tareas del colegio, etcétera. El dolor se actualiza y nos toca de cerca.

En la agenda de género, se impone hablar de las consecuencias de la guerra en el colectivo femenino y demás diversidades sexogenéricas. Es que sin dudas el conflicto bélico aumenta la vulnerabilidad al interseccionalizarse con el género. Indica la jurista española Carmen Ruiz Sutil que la presencia de las mujeres en las migraciones forzadas, la sobrerrepresentación de la mujer en la pobreza, las múltiples formas de violencia que afectan mayoritariamente a las mujeres en todos los ámbitos de la vida y la específica persecución a que pueden ser sometidas por su condición de mujeres, nos lleva a plantear la necesidad de incorporar la perspectiva de género en todos los procedimientos de asilo y refugio en los que se vean implicadas.

Lo cierto es que, sin ocultar la evidente vulneración de los derechos de las personas humanas en general, la guerra parece invisibilizar y cosificar aún más a las mujeres.

Si observamos el iceberg que grafica a las violencias de género, vemos que bajo la superficie, entre aquellas sutilezas que se identifican como micromachismos pero que no por ello resultan ser machismos o formas de violencia de género menos importantes, se ubica el humor sexista.

Basta recordar aquello que se hizo viral, “Adoptá una ucraniana”, en alusión a las características físicas de las mujeres de dicha nacionalidad, generalmente ligadas a ciertos estereotipos de belleza.

Es que ni la guerra ni la problemática de “las mujeres migrantes” resultan, en modo alguno, temas aptos para las bromas o el sentido del humor.

La situación de hipervulnerabilidad que caracteriza a las mujeres migrantes en contextos bélicos no puede ser nunca motivo de risa, ni siquiera “sin darnos cuenta”. Debemos estar atentos a la simbología subyacente y al mensaje oculto, que no hace más que violentar al género femenino y perpetuar el sistema de dominación patriarcal.

O.K. es una ucraniana que vive en Argentina. A pesar de los años que lleva en este país, su forma de hablar, con un extraño acento, unida a su cabello rubio, su altura y sus ojos claros, no dejan dudas de que vino desde muy lejos. La historia de su llegada, llena de dificultades y barreras propias de su condición de migrante, unidas a su género y la juventud del momento, describen aquello de lo que hablamos. Al pasar de los años se fueron superando las barreras, formó una familia que afortunadamente pudo conocer su tierra natal antes de las bombas y de la destrucción. Los medios de transporte actuales así se lo permitieron, al igual que la conectividad que hizo posible estar en contacto permanente con sus seres queridos del otro lado del planeta.

Pero desde hace un tiempo, los horrores de la guerra la atraviesan. Se despierta cada mañana con la angustia de esperar noticias de los suyos; si esas noticias no llegan, pasa el día con el corazón estrujado tratando de disimular la desazón para no transmitirla a sus niñas, para que el día en el colegio sea normal, la tarde en casa, divertida, y el almuerzo un espacio de encuentro familiar. O.K. es una mujer empoderada, tiene claro adonde su “rosa de los vientos” marca el norte. Lejos quedó aquella vulnerabilidad inicial que muchas, incontadas veces la hizo dudar de si la decisión de migrar había sido la correcta. No necesita que la “adopten”, como decía esa broma de mal gusto que circulaba por las redes. Pero sí necesita de nuestro respeto y consideración. Sí necesita de un abrazo inmenso de esta Argentina, su Argentina, que le diga que no está sola.


* Vocal de Cámara Civil y Comercial

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