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La Hora del Pueblo y el proyecto nacional, borrados por la decadencia

Ricardo Balbin y Jorge Paladino
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Por Luis Esterlizi (*)

Le preguntaron al gran matemático persa Al-Juarismi sobre el valor del ser humano, y respondió: “Si tiene ética entonces su valor es igual a 1. Si además es inteligente, agréguele un cero y su valor será igual a 10. Si también es rico, súmele otro cero y su valor será igual a 100. Si por sobre todo eso es además una persona de bello aspecto agréguele otro cero y su valor será igual a 1000. Pero si pierde el 1, que corresponde a la ética, perderá todo su valor pues solamente le quedarán los ceros. Así de sencillo: sin valores éticos ni principios sólidos lo único que queda son delincuentes, corruptos y personas que no valen nada”

La Hora del Pueblo

Entre los años 60 y 70 la Argentina mostraba el rostro de un pueblo endurecido por tantos años de desencuentros y proscripciones pero iluminado por el espíritu libertario que suele aparecer cuando ve peligrar su existencia a partir de la inestabilidad política, económica y social que lo acosa indefinidamente.

Mientras se producían rebeliones obreras, estudiantiles y de toda la sociedad que buscaban un final a la opresión de la dictadura (fueron claros exponentes de la lucha el Cordobazo como otras manifestaciones en el país), en paralelo un sector importante de la dirigencia, tal vez la que más se había enfrentado en el pasado, constituyó lo que se llamó La Hora del Pueblo.

Luego de la caída del dictador Juan Carlos Onganía, el 8 de junio de 1970, se inició un acercamiento político entre Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín. Ambos eran en ese momento las máximas expresiones del peronismo y antiperonismo que habían dividido a la sociedad en el pasado.

Balbín, que era líder de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), tomó contacto con Daniel Paladino, delegado personal de Perón, quien había sido derrocado en 1955 por un golpe de Estado y permanecía proscripto y exiliado en España.

Balbín entregó a Paladino su propuesta de reunir los partidos políticos a fin de acordar líneas democráticas comunes y reclamar ante la dictadura el fin de ésta y cambiarla por un gobierno elegido por el pueblo.

Perón, a su vez, apoyó la propuesta de Balbín y le escribió una carta personal fechada el 25 de setiembre de 1970 en la que le decía al presidente de la UCRP:

Estimado compatriota: Tanto la Unión Cívica Radical del Pueblo como el Movimiento Justicialista son fuerzas populares en acción política. Sus ideologías y doctrinas son similares y debieron haber actuado solidariamente en sus comunes objetivos.

Nosotros, los dirigentes, somos probablemente los culpables de que no haya sido así. No cometamos el error de hacer persistir un desacuerdo injustificado (…) Separados podríamos ser instrumentos, juntos y solidariamente unidos no habrá fuerza política en el país que pueda con nosotros, ya que los demás no parecen inclinados a dar soluciones. Busquémoslas entre nosotros, ya que ello sería una solución para la Patria y para el Pueblo Argentino. Es nuestro deber de argentinos y frente a ello nada puede ser superior a la grandeza que debemos poner en juego para cumplirlo”.

99° período legislativo

El 1 de mayo de 1974, el entonces presidente Perón concurrió al Congreso de la Nación e inauguró las sesiones del 99° período legislativo ocasión en la que expresó: “Como presidente de los argentinos propondré un modelo a la consideración del país, humilde trabajo, fruto de tres décadas de experiencia en el pensamiento y en la acción. Si de allí surgen propuestas que motiven coincidencias, su misión estará más que cumplida”. Perón invitó a los distintos sectores que integraban la sociedad a organizarse para colaborar con sus aportes y lograr una forma definitiva.

Se refirió a la liberación en lo político, económico, sociocultural, científico-tecnológico y en la lucha por los recursos y la preservación ecológica. Además, hizo hincapié en lo institucional con el papel de los partidos políticos, trabajadores, empresarios, intelectuales, fuerzas armadas, la iglesia, etcétera.

Este aporte que prometía Perón el 1 de mayo no llegó a concretarse porque la muerte lo sorprendió exactamente dos meses después.

A mediados del año siguiente, se difundieron unas carpetas que contenían ese modelo que Perón iba a proponer a las fuerzas vivas de la Nación. Procedían de la Secretaría de Gobierno de la Presidencia, a cargo del coronel (retirado) Vicente Damasco. Sólo en 1976 apareció una primera edición del texto.

La grieta de muchos años de desencuentros comenzaba a cerrarse por decisiones de líderes que representaban sentimientos patrióticos al servicio de la construcción de una nación, que se forjó con desencuentros y guerras derivadas de defecciones humanas, aprovechadas por intereses foráneos que solo querían expandir sus poderíos.

Este proceso que buscaba la unidad nacional también pretendía, como alternativa decisiva, una instancia institucional que le otorgara al pueblo una cuota de mayor participación, como garantía del derecho que inalienablemente deben ejercer los distintos sectores que en forma orgánica lo constituyen.

Pero intereses y corporaciones que pretendían manejar autocráticamente las decisiones fundamentales de los gobiernos, como si el pueblo fuese una masa irresoluta e inoperante, aprovecharon diferentes circunstancias después de la muerte de Perón, incluyendo la intensificación de la acción guerrillera, y con maniobras desestabilizadoras indujeron el golpe de Estado de 1976.

Estos grupos sectarios y extremos en sus ideologías siempre participan desembozadamente en las democracias, hasta que se dan las condiciones propicias para dividir la sociedad para una mejor operación sobre los gobiernos que mejor favorezcan sus propósitos.

Perón, ausente físicamente de la Argentina durante casi 18 años, mantuvo vigente su liderazgo sobre una amplia franja de la población e incluso estableció diálogos con distintos sectores políticos, económicos y sociales, aun con aquellos que no pertenecían a lo que él llamaba «el Movimiento”, como radicales, frondizistas, socialistas, democratacristianos, etcétera. Con todos ellos finalmente selló el acuerdo político denominado La Hora del Pueblo.

Volvió en 1972, se presentó como candidato y asumió la presidencia con 62% de los votos. Pero solo tres años más tarde, el 24 de marzo de 1976, otro golpe de Estado desalojó del gobierno a María Estela Martínez de Perón e inició una tan violenta como sangrienta dictadura, que dejó a su paso una serie de cambios que -inconcebiblemente- aún permanecen vigentes en nuestra Constitución Nacional.

Esta trágica época finalmente fue destronada por la democracia en 1983, con la presidencia de Raúl Alfonsín.          

El presente

Hoy Argentina carece de un proyecto de nación cuando 50% de la sociedad da claros signos de degradación por efectos de una pobreza estructural que perdura, junto a una desocupación que también afecta a segmentos de la clase media. A su vez, una inflación incontrolable constriñe calamitosamente el poder de consumo como señal de una economía desarticulada que, junto al pago de deudas comprometidas con el Fondo Monetario Internacional, inciden seriamente sobre la gobernabilidad. La especulación financiera se regodea mientras oficialismo y oposición siguen con sus reyertas sin percatarse de la grave crisis institucional.

Sumados jueces y fiscales de una justicia que se bambolea entre las coaliciones mayores, se completa el repertorio de esta pelea por el poder. Todo es confrontación y atropellos al principio de autoridad, sin que se asome una alternativa que, con sobrada ética, nos advierta de una violencia imparable entre hermanos.

Conclusión

En este marco de confusión, extraigo como conclusión de este proceso político que venimos sufriendo por años cómo el radicalismo y el peronismo fueron convertidos en reservorios sociales infeccionados por dogmas afines al liberalismo y al marxismo, que alternativamente impiden una integración similar a La hora del Pueblo o consensuar un proyecto nacional.

La verdad de esta realidad es que a nuestra Patria le vienen cercenando los caminos que podrían conducirla hacia un futuro de plena realización e integración, más aún frente al desafío de poder participar en un mundo que marcha hacia el multilateralismo.

Odios y necios personalismos que solo dividen y promueven la lucha por el poder contradicen las acciones y los mensajes póstumos que nos legaron líderes como Perón y Balbín cuando alentaron la unidad e integración de los argentinos.

Las máximas dirigencias que actúan en nombre del peronismo y del radicalismo se olvidaron de servir al pueblo y solo son una expresión más de la decadencia actual.


(*) Ex ministro de Obras y Servicios Públicos de Córdoba

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