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La forja de un intrépido defensor

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  Por Luis R. Carranza Torres

La guerra y el mar lo llevaron a tener una de las defensas más dificultosas de la historia

Otto Heinrich Kranzbühler nació en Berlín el 8 de julio de 1907, siendo el menor de los cuatro hijos del capitán de corbeta Heinrich Otto Kranzbühler. Luego de terminar su escuela secundaria estudió derecho en Freiburg, Bonn, Génova y Kiel. La rápida sucesión de centros de estudios estaba directamente relacionada con los diversos destinos militares de su padre. Tal movilidad no le impidó evidenciar una facilidad para lo jurídico que le permitió, con sólo 21 años, rendir exitosamente el examen para ejercer la abogacía -justo el día de su cumpleaños.
Sus estudios legales corrieron en paralelo a la atracción por el mar. Luego de un corto período trabajando en el Instituto de Derecho Internacional, en Kiel, donde se destacó en el derecho marítimo, en 1929 rindió su examen de admisión para la Seefahrtschule o Escuela Marítima de Flensburg, el equivalente alemán a nuestra Universidad de la Marina Mercante. Al término de tales estudios se obtenía una “patente”, la que permitía desempeñarse como oficial en los buques civiles alemanes.
Pero Otto tenía en mente a la otra parte del universo naval y el 1 de enero de 1934 se alistó voluntariamente como oficial jurídico en la Reichsmarine, la armada de guerra alemana -rebautizada luego Kriegsmarine por los nazis-. Después de participar en la Guerra Civil Española como auditor embarcado en los buques germanos enviados a ese conflicto, en 1937 fue nombrado asesor jurídico en el Alto Mando de la Armada, en Berlín.
Kranzbühler demostró ser diestro en ambos mundos: el del derecho y el naval. Su formación académica en ambas áreas rindió sus frutos y en 1943 fue nombrado Flottenrichter, el máximo cargo legal naval, para la flota alemana destacada en Francia. Permaneció allí hasta la retirada de las fuerzas germanas al siguiente año, pasando a desempeñarse en igual función en Wilhelmshaven, la principal base operativa de la marina por el resto del conflicto.

Al término de la guerra, en abril de 1945, Kranzbühler había alcanzado el rango de Kapitän zur See, equivalente al nuestro de capitan de navío, siendo detenido junto con su personal por los británicos, en calidad de prisionero de guerra durante cuatro semanas. Tenía por entonces sólo 38 años.
En el período inmediato posterior al final de la guerra, británicos y estadounidenses crearon la German Minesweeping Administration (administración alemana de desminado) con elementos de la antigua armada, a fin de llevar a cabo operaciones de desminado naval, principalmente en las aguas del mar del Norte y en el Báltico, a fin de que el tráfico mercante pudiera operar con seguridad en ellas.
Se utilizaron para ello unos 27.000 hombres y cerca de 300 embarcaciones, mayormente bajo control de la Armada Real inglesa. Los marinos germanos siguieron usando, inicialmente, las mismas regulaciones, uniformes y grados militares que en la guerra, pero sin el águila alemana ni las esvásticas.
Se trataba de un trabajo peligroso, consistente en retirar de las aguas y neutralizar minas flotantes que no siempre estaban en las mejores condiciones. Tampoco era de naturaleza voluntaria, siendo ordenado de entre los prisioneros de guerra. Kranzbühler tomó parte de tales operaciones, a pesar de su condición de oficial jurídico.
En octubre de 1945, la agencia británica para el juzgamiento de los crímenes de guerra lo convocó a Nüremberg. Su antiguo comandante, el Großadmiral (gran almirante, en traducción literal) Karl Dönitz lo había designado su defensor, luego de conocer que iba a ser juzgado por el Tribunal Militar Internacional formado por los aliados para procesar a los líderes nazis. Dönitz había dirigido el arma de submarinos primero y luego la armada durante la guerra, siendo el equivalente de Rommel para la marina. Hasta se había desempeñado, brevemente, como jefe de Estado luego de la muerte de Hitler, siendo quien firmó la rendición alemana.
Ahora enfrentaba cargos de crímenes contra la paz internacional y crímenes de guerra varios. Si bien no era acusado de genocidido ni se le adjudicaba responsabilidad alguna por los campos de exterminio de los nazis, ser encontrado culpable en cualquiera de ambas categorías podía traerle aparejada la pena de muerte.
Dönitz había espefícamente pedido por Kranzbühler, rechazando cualquier otra propuesta que se le hiciera respecto a un abogado defensor. “Soy un marino alemán y quiero ser defendido por un auditor naval alemán”, dijo el almirante, inflexible. Y agregó: “Sólo un oficial jurídico naval podrá entender los hechos de que se me acusa, cómo nos comportamos en ellos y defenderme apropiadamente”.
Todos en Nüremberg daban por condenado a su defendido. Incluso los propios acusados no se hacían muchas ilusiones al respecto. Pero claro, todavía no habían conocido la estrategia de defensa que Kranzbühler había diseñado para su particular cliente. No por nada, durante la guerra y aun antes de ella, se lo tenía por una de las mejores mentes jurídicas de la armada. Años de formación en el mar, su actuación en la guerra y la posguerra, así como sus conocimientos de las leyes iban a mostrarse en breve.

 

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