La decisión de una madre

Como expresan José Lázaro y Diego Gracia en su obra La relación médico-enfermo a través de la historia , uno de los hechos más destacables de los siglos XIX y XX es una "rebelión del sujeto" que colocó al paciente como protagonista de su propio tratamiento médico con voz y decisión respecto de éste. Entienden que es la proyección al campo de la medicina de la reivindicación de la libertad individual producida en lo político y social a partir de principios del siglo XVIII hasta comienzos del XIX, con las revoluciones liberales del mundo moderno.

De nuestra parte agregamos a eso el creciente proceso de dignificación del ser humano dado por los movimientos de pensamiento que confluyeron en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y se profundizaron a partir de ésta.

Es así que los derechos de los pacientes resultan la recepción necesaria en el ámbito de la salud de una evolución reivindicatoria constante y paulatina de los derechos y libertades básicos a lo largo de la historia, resultando una proyección específica en tal área de derechos humanos universales. " La más cabal expresión de las exigencias mínimas que el ser humano demanda para su posible realización personal (…) constituyendo el sustrato legitimador del Estado de Derecho, y en consecuencia los límites de la actuación de éste respecto al ser humano", para citar palabras de Manuel Porras del Corral en su obra Biotecnología, derecho y derechos humanos .

No se duda al presente de que todo paciente tiene derecho a aceptar o rechazar determinadas prácticas médicas, aun sin expresar la causa, así como a variar de opinión. Los niños y adolescentes tienen derecho a intervenir en la toma de decisiones sobre prácticas médicas que involucren su vida o salud.

Cada paciente tiene derecho a recibir la información sanitaria necesaria, vinculada con su salud, incluso por escrito para poder tener una segunda opinión y, si así lo quiere, a no recibirla sobre todo diagnóstico, pronóstico o tratamiento relacionados con su estado de salud.

Tales derechos se fundan en la necesidad de resguardar la dignidad de toda persona como ser humano racional, la libertad de decidir conforme sus creencias y la autonomía personal como facultad de regularse uno mismo.

No pocas veces, el ejercicio de tales derechos ocurre en los peores contextos y muestra valores humanos que van más allá del caso individual. Uno de ellos, que sacudió en su época a Francia, fue el de Caroline Aigle.

Nacida en 1974, hija de un médico militar francés, siguió la carrera de las armas. Estudió en Saint-Cyr primero y luego en la prestigiosa Ecole Polytechnique, para concluir en la École de l'air de la Fuerza Aérea Francesa, donde se graduó como oficial.

Sus compañeros de clase la apodaron "Moineau" (gorrión). Dato curioso: Aigle significa águila en francés.

Exitosa triatlonista militar, obtuvo primero sus alas de paracaidista, con especialidad en caída libre, antes de convertirse el 28 de mayo de 1999 en la primera mujer en recibir las alas de piloto de caza en la Fuerza Aérea francesa, a sus 24 años. Sería seis años después, volando Mirage 2000-5 en el escuadrón 2/2 "Côte-d'Or", con el grado de comandante (mayor), la primera mujer en dirigir una escuadrilla de aviones de combate.

Dos años después, mientras se preparaba para ingresar a la Universidad Conjunta de la Defensa, estaba embarazada de su segundo hijo y era una de las principales candidatas a ser seleccionada como astronauta por la Agencia Espacial Europea, se le detectó un cáncer de piel. Ante su rápido avance, los médicos le aconsejaron abortar, para sufrir menos y prolongar su vida. Ella entonces se negó y optó por postergar su tratamiento para que su hijo pudiera nacer.

Su esposo comentaría luego que ella le dijo en esa ocasión respecto de su hijo en gestación: “Él tiene el derecho de tener posibilidades como yo”. Así que libró su última batalla: aguantó el mayor tiempo posible para que el niño viviera.

Gabriel nació a inicios de agosto con solo cinco meses y medio de gestación. Aun con ese nacimiento prematuro, para ella fue tarde para tratar su enfermedad. Antes de morir, pudo ver a su hijo varias veces y cargarlo en sus brazos. “Fue heroica hasta el final”, aseguró su esposo. “El embarazo fue su último combate y lo ganó”.

El 21 de agosto de 2007, quince días después de dar a luz a Gabriel, tres semanas antes de su cumpleaños número 33 y luego de 1.600 horas de vuelo, la madre águila tuvo que recoger forzosamente sus alas de este mundo.

Francia entera, en donde su historia había cobrado notoriedad, la lloró. Su funeral, con todos los honores militares, fue presidido por el sacerdote Pierre Demoures, un ex piloto de combate, quien también la había casado. “La gran lección que nos dio Carolina fue la urgencia de amar. No una urgencia de temer sino la urgencia vital de saber que solo el amor trae vida. El hombre está hecho para la vida. Esta urgencia puede hacer que el amor sea más fuerte y dar vida a un tesoro en medio de los eventos más trágicos”, aseguró el cura.

El 2 de octubre de 2007, el presidente Nicolas Sarkozy le concedió de manera póstuma la Médaille de l'Aéronautique, un reconocimiento al mérito para el personal aeronáutico. También se emitió en el país un sello postal en su honor. Una calle y un liceo llevan su nombre, entre otras distinciones.