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Juan Bautista Alberdi, el exiliado

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Por Luis R. Carranza Torres

Sus ideas sobre la libertad del país las acuñó fruto de un larguísimo exilio político

Salvo por el breve período entre 1879 y 1880, Alberdi permaneció fuera del país, en el exilio, forzado o autoimpuesto por las circunstancias, desde 1838 y hasta su muerte en 1884. Es decir que de sus 73 años de vida, 45 los pasó fuera de Argentina, por razones múltiples pero todas ellas guardaron relación con las pasiones de la política.
Parte con sólo 28 años del país, durante el gobierno de Rosas. Antes de eso ha cursado estudios elementales en su natal Tucumán, para luego proseguirlos en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires, gracias a una beca de estudio otorgada por esa provincia.
La parte esencial de sus estudios de derecho la cursa en nuestra Universidad de Córdoba. Agrega otros más durante su estadía en Montevideo y luego se gradúa como doctor en jurisprudencia durante el tiempo que vivió en Chile.
A lo largo de todo ese tiempo fuera del país, vivirá en diversos sitios: Montevideo, Valparaíso y París. Fue por ello un temprano representante de lo que se da hoy en llamar la provincia 25, aquella formada por los argentinos residentes en el exterior. Y es tal ostracismo el que le confiere esa «mirada desde fuera» que tan útil va a resultar para la organización constitucional del país.

Su obra cumbre se escribe, por tal causa, en la ciudad chilena de Valparaíso. Allí llegó a poseer, desde la nada, uno de los principales estudios jurídicos, focalizado en las cuestiones del derecho marítimo. Después de la caída de Rosas escribe en dicho puerto Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Allí, con espíritu crítico y mirada sagaz, encuentra el punto medio entre las tesis federalistas y unitarias, a la par de explicitar los aspectos esenciales requeridos para abandonar el caudillismo y transformarse nuestro país en una nación jurídicamente civilizada.
En sentido opuesto a los polemistas que vivían planteando problemas, Alberdi se distinguió por aportar soluciones superadoras respecto a los conflictos de su tiempo. Fue, por ello -como expresó la Federación Argentina de Colegios de Abogados al instituir su fecha de nacimiento como el Día del Abogado en nuestro país-, «un esclarecedor de los problemas del país».
Su ausencia del suelo patrio fue algo que siempre le dolió, que no pudo ni supo remediar. Tanto, que se vio obligado a escribir sobre tal particular. Lo hizo en 1874 desde París, mediante Palabras de un ausente, opúsculo en que responde a las acusaciones de traidor al país que Sarmiento le dirige desde la prensa. Dirá al respecto: «Amar a su país, hacer de sus intereses el estudio de su vida, darle sus destinos, y vivir en el extranjero, es una contradicción que necesita explicarse. Yo debo y quiero dar a mis amigos menos familiarizados con las intimidades de mi vida, la explicación de los motivos que han prolongado mi ausencia».

Las razones por las que su vida «se ha pasado en esa provincia flotante de la República Argentina que se ha llamado su emigración política y que se ha compuesto de los argentinos que dejaron el suelo de su país tiranizado, para estudiar y servir a la causa de su libertad desde el extranjero», no son otras que la búsqueda de la libertad, entendida como el ejercicio de poder expresar sus ideas sin temer ninguna represalia a causa de ello.
Dirá en tal sentido: «Yo dejé mi país en busca de la libertad de atacar la política de su gobierno, cuando ese gobierno castigaba el ejercicio de toda libertad necesaria, como crimen de traición a la patria. (…) el motivo que me tiene hoy lejos de mi país bajo su gobierno liberal, es el mismo que me hizo salir de él, bajo su gobierno tiránico, a saber: la poca confianza en la seguridad personal con que pueden contar los que desagradan al que gobierna, cuando el país, por educación o temperamento político, se desinteresa de la gestión de su poder público, hasta dejar nacer en sus gobernantes la ilusión de creerse un equivalente del país mismo».
A ello agregará, polémico: «Yo sé que para otros basta la libertad que consiste en el deseo de ser libre. Confieso que mi amor por la libertad no es un amor platónico. Yo la quiero de un modo material y positivo. La amo para poseerla, aunque esta expresión escandalice a los que no la aman sino para violarla».
Al morir, el jueves 19 de junio de 1884, preso de continuas alucinaciones, en la clínica psiquiátrica del doctor Karl Defaut, en Neuilly-Sur-Seine, por entonces en las afueras de París, los enfermeros y mucamas franceses que siguieron sus delirios pudieron atestiguar que no cesaba de invocar la libertad de su país y los derechos de los hombres, hasta caer en la inconsciencia final.
Solo, olvidado por todos y fuera de toda cordura, había seguido siendo fiel a los valores que determinaron esa vida suya, ausente de su país, pero en modo alguno indiferente a sus necesidades.

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