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Una voz que se escucha

ESCUCHAR
Por María Victoria Pérez Carranza (*)

Diariamente somos testigos en las mesas de mediación de la necesidad de la gente de ser escuchada. Una condición que debería estar al alcance de todos como una norma de convivencia social básica, se vuelve casi un privilegio, y más aún en el ámbito judicial. 

El desafío como mediadores es gestionar esa escucha, si tenemos margen de trabajo para que esas palabras transformen y brinden alivio o resolución, o si simplemente somos un depósito más a ese relato que probablemente muchas veces las partes han contado sin obtener la verdadera sensación de ser comprendidos, atendidos, en definitiva: escuchados. Se impone también un paño de realidad: no crear falsas expectativas de qué podemos hacer con ese relato, qué está a nuestro alcance como mediadores, de qué manera podemos contribuir en esa escucha en el caso que estamos trabajando. De allí que alguna habilidad deberemos desarrollar para saber cuándo un relato que comienza a despegarse del requerimiento amerita o puede ser tratado en esa mesa. Diariamente aplicamos las técnicas y principios de la mediación detectando en las palabras y emociones de las partes lo que subyace, aquello que cuesta decir en concreto pero que aflora y se vuelve indispensable para el alivio.

Este escenario se me hizo muy palpable en una mediación civil, permitiendo poner en práctica lo que tantas veces ocurre y que, en mi experiencia personal, me ha dejado algunas veces ese sinsabor por no encontrarse en la mediación el alivio que la parte necesitaba. Un reclamo civil entre herederos, con el conflicto familiar de fondo, realizada de manera híbrida presencial-virtual. Desde el comienzo un desafío, ya que ante la solicitud de presencialidad se podía intuir una necesidad de contacto directo con la otra parte, esa inmediatez y comunicación directa que muchas veces sólo se logra en el “cara a cara”. 

Comenzada la reunión se expresó rápidamente la postura inamovible de la requerida, solicitando el cierre y la expedición del certificado. Como directoras del proceso utilizamos el discurso para permitir ingresar en el espacio y dirigirnos a las partes, más allá del resultado ya puesto en juego. Advertimos cierta incomodidad de la parte requirente y “algo que flotaba”, por lo que decidimos pasar a privadas. En ese marco, la requirente se dejó llevar y permitirse la emoción con la concreción de una necesidad y un pedido: poder hablarles directamente a sus hermanos, explicarles ella lo que quería, sin traducciones de abogados y buscando una conexión desde el entendimiento. Que supieran que ella quería decirles algo. Fue así que permitimos una reunión conjunta bajo esa pauta, obteniendo un resultado de armonía y liviandad que se percibió incluso a través de la pantalla. Si bien el resultado igualmente fue un cierre sin acuerdo, los hermanos se dieron la oportunidad de comunicarse lo que necesitaban, al menos sólo con ese objetivo: que el otro escuchara y supiera. Finalizado el proceso, la parte requirente y su abogado expresaron su agradecimiento por el enfoque y la posibilidad de hablar. No lo habían pedido expresamente, pero como mediadoras lo escuchamos con todos los sentidos, y le dimos el lugar. 

Resta decir que la satisfacción y la alegría fueron el mejor resultado que podíamos obtener, tan sólo por permitir atender una necesidad palpable y que no siempre es mensurable en números u ofrecimientos; fueron las técnicas de la mediación las que permitieron avanzar en lo profundo, esas que nos hacen más humanos.

Solemos esperar que con la mediación se llegue al acuerdo, o se obtenga una propuesta, y no siempre es esa la meta. A veces las críticas son de ambas partes, unos por no poder expresar demasiado, y otros por no querer escuchar porque no van a ofrecer. Habrá que revisar las prácticas para entender que el acuerdo es una de las opciones -en nuestro contexto judicial el más deseado- pero no el único. 

La mediación va más allá de acuerdos y arreglos económicos; es la profesión que mejor permitirá la pacificación y la resolución a través del diálogo. Es la oportunidad del encuentro, el momento de poder decir lo que se necesita expresar, y que el contexto permita hacerlo en un marco de respeto y comprensión, de escuchar dispuestos, y no “aguantando”. Somos seres que se comunican, sienten y expresan, cada uno lo hace a su manera, como lo vive en cada momento, y así también el otro escucha. De allí que la mesa de mediación permita ponerle palabras a la emoción y facilitar una escucha distinta, que cierre, que concluya, que sane.

(*) Mediadora, abogada, Lic. en comunicación social y codirectora del Centro Privado Alianza

Comentarios 1

  1. elda jorgelina lagos says:

    Qué valioso es que nos escuchen! Pérez Carranza comprende y revaloriza el arte de escuchar, tan valioso en estos tiempos de aparente comunicación.

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