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Independencia e integración en un proyecto nacional

Por Luis A. Esterlizi* - Exclusivo para Comercio y Justicia
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 Por Luis Esterlizi (*)

“Si una ideología no resulta naturalmente del proceso histórico de un Pueblo, mal puede pretender que ese Pueblo la admita como representativa de su destino. Ése es el motivo por el cual nuestro Modelo no puede optar ni por el capitalismo liberal ni por el comunismo”. J. D. Perón. Modelo Argentino para el Proyecto Nacional

Los conceptos vertidos en el epígrafe forman parte de las tesis esenciales que pueden ayudarnos a interpretar y reconocer las implicancias de modelos concebidos bajo licencias ideológicas importadas que se han venido disputando alternativamente el poder en Argentina.
Más allá de corroborar que ellos han fracasado, también demuestran su culpabilidad impidiendo permanentemente que Argentina logre independizarse de ambos y no pueda decidir qué es lo que soberanamente quiere ser.
El predominio de estas ideologías en la existencia y vida de las comunidades tiene gran relación con acontecimientos mundiales, como el derivado de la Segunda Guerra Mundial y su expansión de carácter hegemónico, a partir de la reunión que se llevó a cabo del 4 al 11 de febrero de 1945 para firmar el Tratado de Yalta, con la presencia de Josef Stalin, Winston Churchill y Franklin Roosevelt, representando a la Unión Soviética, al Reino Unido y a Estados Unidos, respectivamente, lo que dio comienzo a la denominada Guerra Fría.

Dicho tratado además derivó en la división geopolítica del mundo en Occidente y Oriente, e ideológica entre liberalismo y comunismo. Ese escenario, con el tiempo, fue engendrando matices para disimular sus procedencias ideológicas y filosóficas tanto en el neoliberalismo como en el marxismo; se introdujo en los regímenes democráticos simulando ser opuestos entre sí, aunque para ambos modelos el pueblo cumple un rol meramente secundario. Definitivamente, este proceso y la desnaturalización de las vertientes ideológicas nacionales pone de manifiesto la utilización de una misma estrategia.
La persistencia en sus intenciones les trajo a los países en vías de desarrollo, al proceso de evolución social como a la consolidación de sus identidades culturales, muchas tribulaciones que impidieron consolidar su independencia. Ya sea por derecha o por izquierda, buscaron desprestigiar los valores autóctonos y ancestrales, denigrando cualquier alternativa que intentara concretar un modelo de gobernanza genuinamente nacional.
Lo peor es que hay sectores que no creen en una opción nacional y sólo consideran que se debe estar con el comunismo o con el neoliberalismo.

Los cambios de tácticas
Después de más de 70 años, corroboramos en la realidad de Latinoamérica que no sólo siguen existiendo dichas confrontaciones mundiales sino que hoy participan en ella otras potencias y que las maniobras que utilizan ya no dependen sólo del poder bélico, sino del poder financiero y del desarrollo tecnológico alcanzado, convirtiendo el comercio internacional en una disputa de aranceles, control de importaciones, manejo de los precios internacionales de commodities, etcétera, etcétera, como la de imponer los conceptos sobre libertad comercial, aunque en sus propios países impongan aranceles en defensa de sus empresas. Caso palpable, la pelea que actualmente libran EEUU y China.
Hoy, las potencias mundiales como Inglaterra, EEUU, Rusia y China están operando en el continente y en forma directa en nuestro propio territorio, aprovechando sea como fuere nuestras debilidades y la situación de emergencia que vivimos ya que, más allá de lo ideológico, sus intereses están puestos en el posicionamiento territorial, sumado a otras condicionantes como lo son la dependencia del capitalismo financiero para el endeudamiento eterno, el desarrollo tecnológico y el consumismo como poder invasivo, y la relación comercial de una “libertad” controlada y reglada por el mundo desarrollado.

En el medio de esta realidad mundial encontramos los países en vías de desarrollo o subdesarrollados -como lo es, en las actuales circunstancias, Argentina-, con ninguna evidencia de haber concretado un análisis pormenorizado de estas condiciones que hoy rigen las relaciones internacionales y, en el peor de los casos, sin haber podido consensuar qué proyecto de nación queremos ser, cuál es el perfil industrial y productivo y la mano de obra que necesitamos para lograr, en conjunto con la modificación de otros factores, la competitividad que nos permita exportar.
Ello no significa no integrarse al mundo como tampoco cerrarse totalmente, muy por el contrario ya que, para tomar semejante determinación, lo que primero debemos hacer es no jugar con posiciones partidarias, o electorales, desarmar las confrontaciones internas y concretar bajo un acuerdo de coincidencias nacionales, la integración de todos los sectores involucrados en las transformaciones que se requieren para exportar la mayoría de los productos con valor agregado, que es lo que en las actuales circunstancias le urge al país.
El Gobierno nacional, al igual que varios jefes de Estados de la Comunidad Europea, comenzaron al revés, ya que primero firmaron el acuerdo bajo sus exclusivas consideraciones -no exentas de especulaciones políticas y electorales- y ahora deben buscar el aval de sus poblaciones e instituciones empresariales y laborales, que ofrecen sus reparos ya que son las que están directamente involucradas en dicho tratado.

Integración y planificación nacional
Para Argentina, este escenario se presenta mucho más traumático debido a precariedad institucional, disgregación y degradación social, alta inflación, recesión económica, excesos impositivos y un endeudamiento que coarta nuestro futuro.
A ello debemos sumarle un proceso electoral en marcha con profundas grietas, por las cuales el resultado electoral – gane quien ganare- constituirá una muestra cabal de nuestra debilidad democrática e institucional y una amenaza no sólo para nuestra existencia sino también por las condiciones adversas en que proyectemos los intercambios comerciales con otros Estados, dando lugar al refrán “porque si (los hermanos) entre ellos se pelean, los devoran los de afuera”. Lo mismo pasará con los países del Mercosur si no nos ponemos de acuerdo.

Seguimos convulsionados por un proceso democrático desnaturalizado en su razón de ser e inmersos en un estado de falsa catálisis, ya que las instituciones de la democracia como son los partidos no existen pero en realidad siguen operando como si existieran aunque totalmente alterados, constituyendo una falaz muestra de su decadencia ya que son instrumentos para el despliegue de las más bajas especulaciones e intereses reñidos con la ética y la moral pública.
Por lo tanto, si carecemos de una integración institucional entre las fuerzas del trabajo, de la producción, del comercio, de la formación profesional y tecnológica, etcétera, con el Gobierno y con el Congreso de la Nación, que ponga por encima de las pasiones menores el compromiso de trabajar en beneficio del país y de sus habitantes, deberíamos primeramente coincidir en la necesidad impostergable de institucionalizar dicha integración elaborando un plan de corto y mediano plazos que nos permita:
• Consensuar el perfil productivo y laboral, ya que de allí surgen las vertientes naturales de nuestra capacidad exportadora y del ahorro nacional para independizarnos, en lo posible, del endeudamiento externo.

• Elaborar políticas de Estado que terminen con los índices cada vez más alarmantes de la pobreza, reemplacen los subsidios por trabajo digno y reconstruyan el poder adquisitivo de la población, que es la base de la reactivación interna, desarrollo y consolidación de las pymes.
• Frente a dicha planificación y programa de reactivación productiva y laboral, estudiar las posibilidades del intercambio e integración política, económica y comercial, en primer lugar con los países de Latinoamérica para que hagamos del Mercosur, una potencia no solamente productora de materias primas y conmodities sino -y fundamentalmente- como un territorio con crecimiento económico, evolución industrial y tecnológica e indelegable desarrollo social.
Pero para ello, los argentinos debemos asumir el compromiso de reconstruir la sociedad con el propósito de afianzar las instituciones y entidades intermedias como estructuras organizativas que nos permiten ética y moralmente determinar y fiscalizar el cumplimiento de los ejes medulares de un genuino proyecto nacional, como la guía ineludible de cualquier gobierno que asuma la conducción del país, sea del partido que fuere.

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