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España: donde la política (no) se atreve

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El multipartidismo parece imposible sin acuerdos. Pero el consenso no está muy cerca

 Por José Emilio Ortega – Santiago Espósito (*)

Después de la renuncia de Pablo Iglesias -líder de Unidas Podemos (UP)- a formar parte del Consejo de Ministros, pareció allanarse el camino para un gobierno de coalición entre el Partido Socialista Obrero Español (PSOE, con 140 años de trayectoria) y la novel fuerza izquierdista surgida luego de la crisis socioeconómica de mediados de esta década. Para que el presidente en funciones y líder socialista, Pedro Sánchez, pueda ejecutar el encargo del monarca Felipe VI y formar gobierno, necesitaba alcanzar mayoría absoluta en el pleno de Diputados. Hubo dos votaciones -lunes y jueves pasados- y el acuerdo no fue posible, reiterándose la crisis de 2016, cuando por primera vez la democracia española se encontró en similares circunstancias.
Fue curioso observar durante toda la semana -el destino ubicó a uno de estos dos columnistas en suelo español durante las cruciales jornadas- la rotunda divergencia entre la órbita política y el ciudadano de a pie. Mientras en la calle, el bar, la peluquería o el taxi se anticipaba un irremediable fracaso y próxima ronda electoral, los medios de España -también los europeos- se explayaban sobre la inminente fragua de una coalición de izquierda. Fuentes seguras dejaron filtrar que los ministerios “duros” (Hacienda, Relaciones Exteriores, Interior) no eran negociables por Sánchez; pero se consideraba el interés de UP por las áreas sociales. Sin ingresar Iglesias al gobierno, su mujer y cuadro principal Irene Montero, se preparaba como cabecera de playa en un casi seguro desembarco del particular espacio dentro del nuevo gobierno español.
En tanto, los partidos regionales harían su aporte. Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) anticipó que no obstruiría la formación de gobierno si primero había coalición. En ese sentido parecía direccionarse el partido independentista vasco, Bildu, mientras el socialismo mantenía abierta su partida con el Partido Nacionalista Vasco (PNV) y el representante de Valencia -Compromis-, achicando paralelamente diferencias con el único legislador del Partido Regionalista de Cantabria (PRC).

Por otra parte, la derecha, fragmentada en el hoy debilitado Partido Popular (PP) y los recientes Ciudadanos y Vox, anticipaba el rechazo a la unción de Sánchez. Sobrevuela el rencor: el líder del PSOE bloqueó la unción de Rajoy en 2016, liderando luego la moción de censura que terminó con el debilitado gobierno de aquél.
Pero UP y PSOE terminaron a los reclamos pelados, en patético espectáculo. Los partidos regionales, salvo PRC, se retiraron del tole-tole con mucho ruido. La derecha se retrajo con actitud de “se los dije”. Todo quedó como era entonces.

Contexto
El famoso Pacto de la Moncloa había parido otra dinámica política para España. El sistema electoral español fue pensado para una monarquía parlamentaria predominantemente bipartidista, encarnada por el PSOE y PP, llegando a obtener, entre los dos, 85% de los votos en las elecciones de 2008. Contaron siempre con actores complementarios como Izquierda Unida (IU, hoy socia de UP), fuerzas centristas y partidos autonómicos. Se destaca el rol de gobernabilidad que éstos asumieron, particularmente Convergència i Unió (CiU) -hasta la intentona soberanista de Artur Mas en 2012- y el PNV.
Pasada la transición de fines de los 70, se produjo en 1982 la primera investidura con mayoría absoluta para el PSOE, con Felipe González, con estabilidad gubernamental y la creación de una alternativa sólida con el PP. Ambos espacios sostuvieron liderazgos fuertes que no impidieron políticas de estado de largo plazo: agendas de exterior (el alineamiento con OTAN, el ingreso a la Unión Europea, etcétera) e interior (servicios sociales, combate al aislacionismo terrorista, entre otras).

Las elecciones de 2015, marcadas por un fuerte ajuste y período recesivo, ya mostraron la imposibilidad de lograr mayorías absolutas en la investidura. La fragilidad institucional fue sorteada por el PP sólo a fines de 2016. La nueva legislatura de Rajoy, que pudo haber sido beneficiada por la mejoría económica, fue eclipsada por la crisis catalana. La desconfianza social en las instituciones, fenómeno compartido por varias democracias occidentales, facilitó la aparición de formaciones políticas ubicadas en el extremo, como Vox, de tendencia ultraderechista, que cobró notoriedad durante 2018. Aunque después de que cayó Rajoy, su sucesor Pedro Sánchez aún no hace pie. En tanto, los españoles, quienes en las últimas décadas mejoraron su calidad de vida, disfrutan de las redes transeuropeas, poseen una seguridad social y un sistema de salud de excepción, entre otros beneficios que hoy parecen heredados, expresan su fastidio e impotencia.

Centralidad
Los años de parlamento fragmentado han modificado la relación interpoderes. La debilidad, incluso, se proyecta sobre la otra columna fuerte del Estado español: la monarquía, pues no se puede comparar la legitimidad de aquel joven y vigoroso Juan Carlos I para el que se pensó el encargo de investidura -capaz de defender el Estado de derecho con carisma y decisión-, con este limitado Felipe VI, jaqueado por los excesos de aquél y sin mostrar aún luces propias: casi un espectador más del entuerto.
Rotunda divergencia entre la órbita política y el ciudadano de a pie. La poseen varios países europeos; España, sin agendas acordadas, lleva años sin decidir cosas importantes, como lo manifestado recientemente los expresidentes González y Aznar, quienes aconsejaron -conjuntamente- una mayor flexibilidad a los actuales dirigentes. La tensión entre PSOE y UP, auténticos enemigos íntimos, fue anticipada en recientes investiduras regionales. En La Rioja, UP -poseyendo un solo voto- impidió a los socialistas formar gobierno, exigiendo tajadas de poder exageradas. En Navarra y Aragón está ocurriendo algo similar. Se ha puesto la lupa sobre esta formación, que hasta aquí expresó más voluntad por exigir que por arremangarse e intentar compartir una gestión.

Las críticas arrecian contra fuerzas políticas y sus líderes. El multipartidismo es volátil y mezquino. La ciudadanía se siente cada vez más lejos. El rey, quien iniciará una ronda de consultas políticas, tiene una nueva chance de encargar gobierno. Si no lo hace hasta fines de septiembre convocará a elecciones. La estabilidad política de España de los próximos años dependerá de las capacidades de los actores políticos de integrar visiones plurales. No queda otro camino que cambiar: Y atreverse.

(*) Docentes. UNC

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