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El destino final de los peregrinos de la miseria

(Imagen: Crying girl on the border, de John Moore, ganador del World Press Photo Contest de 2019)
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¿Cuál es el destino final de los latinos que, contra viento y marea, trepan el mapa persiguiendo un albur? 

¿Qué extraño signo los impulsa a abandonar la pobreza más extrema para sumirse en la pobreza más extrema? 

¿Saben los peregrinos de la miseria que, en el supuesto de arribar a destino, les espera en los trabajos más pesados e insalubres y peor remunerados? 

¿Saben que están condenados a ser invisibilizados porque las leyes inmigratorias les obstaculizan acceder al voto y al resto de los derechos civiles?

Los trabajadores latinos representan 20% (en crecimiento) de la masa laboral de Estados Unidos. Porcentaje que, según la Oficina de Planificación Federal de ese país, cambiará en forma drástica hacia mitad de siglo atento al crecimiento vegetativo de ese segmento poblacional.

Los latinos son mano de obra preponderante en la construcción, el campo, la pesca, bares y restaurantes, minería, explotación petrolera, transportes y servicios públicos, comercio, industria, educación y salud, entre otros rubros.

Entre los trabajadores inmigrantes se mantienen a la vanguardia  mexicanos y centroamericanos. De éstos, los salvadoreños son la mayoría y están concentrados en los alrededores de la ciudad de Los Ángeles. 

Le siguen en orden decreciente los guatemaltecos. Los inmigrantes portorriqueños -según fuentes diversas- superan en número a los residentes en Borinquen. Así, desde fuera, se diseña la política y la economía del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, que vive al borde de la quiebra.

Ese mismo perfil étnico tienen los muertos de los ejércitos yanquis en operaciones a lo largo de la historia. 

Los trabajadores latinos en EEUU sufren los extremos más penosos de la discriminación. Su situación sólo es comparable con la que padecen los negros. 

Una rápida lectura de los censos laborales permite anotar que las mujeres latinas componen la totalidad de la mano de obra que pueblan los talleres textiles, clandestinos o no, y casi la totalidad de los trabajajos domésticos, en los cuales viven en un estadio lindante a la esclavitud.

Los latinos componen aproximadamente 60% de la fuerza laboral en el área de los servicios. En otras industrias livianas y en la producción de alimentos envasados integran el núcleo preponderante y son mayoría absoluta en la agricultura y la ganadería. El resto es negro.

¿Cómo se integran los latinos en los sindicatos? ¿Sus reclamos son considerados a la hora de las negociaciones salariales o sobre higiene y seguridad del trabajo?

Tenemos noticia de que en la mayoría de los sindicatos estadounidenses se han constituido importantes minorías de obreros latinos. Paralelamente a esto existen sindicatos compuestos integralmente por trabajadores de este origen étnico. 

Ahí está la United Farm Workers of América, organización sindical de trabajadores agrícolas en EEUU que se originó de la fusión del Comité Organizativo de Trabajadores Agrícolas (AWOC, por sus siglas en inglés), encabezado por el organizador Larry Itliong, y el National Farm Workers Association (NFWA), encabezado por el mítico César Chávez y por Dolores Huerta. La alianza surgió para dar albergue a la lucha contra la explotación de los trabajadores estadounidenses de origen mexicano, quienes sufrían -en la década del 60 del siglo pasado- todo tipo de agravios y castigos, en uno de los países más racistas del mundo.

También ocupan un lugar destacado en la vanguardia la Texas Farm Worker Union, la Arizona Farm Worker Union y la International Brotherhood of General Workers, tres organizaciones que se autoproclaman parte esencial del sindicalismo independiente de EEUU y que levantan férreos programas antiburocráticos.

Por ahí marcha la Asociación Campesina Lázaro Cárdenas, en su intento de reflejar en el campo sindical los principios de la reforma agraria que soñó ese presidente mexicano, para que se puedan enfrentar con vigor las presiones de la economía capitalista y el orden burgués que culminó con la sumisión de la agricultura a la industria y del mundo rural al urbano.

La creciente influencia latina en los sindicatos se refleja en el hecho de que más de una centena de organizaciones gremiales se haya visto obligada a publicar sus periódicos, documentos y reglamentos tanto en castellano como en inglés, y a tener traductores permanentes entre sus empleados para mejorar sus prestaciones sociales.

Transitamos el meridiano de esta aproximación a un tema difícil y complejo. Caminamos en busca de algunas conclusiones, que deben considerarse transitorias.

Los trabajadores latinos llegan a EEUU con su mochila cargada de ilusiones. De inmediato, se enfrentan en el paraíso soñado con los mismos problemas que habían dejado atrás: el desempleo creciente, bajos salarios, discriminación, racismo y organizaciones mafiosas que buscan someterlos para quedarse con parte de sus esfuerzos.

Son expoliados no sólo por el dueño de la casa donde viven sino también por los comerciantes y usureros; a los que se suma la rapacería clerical, que va por el diezmo y otras ofrendas.

Sufren la represión encarnizada de la policía y de organizaciones parapoliciales. Las estadísticas señalan que casi 40% de la población penal de EEUU es latina. Otro 45%, negra.

Si alguna ilusión quedaba en pie, la destroza la tristemente célebre “Migra”, nombre de entrecasa con el que se reconoce a la brutal policía de inmigraciones. Es el final del camino. A sus plantas quedan despedazados los sueños de integración al american way of life

La mayoría de los trabajadores latinos gana el salario mínimo y son los primeros en ser despedidos cuanto llega el tiempo de los reajustes de personal. Son miles los latinos indocumentados que permanecen en los campos de concentración de la “Migra”, esperando que los deporten.

Campos donde el servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) tiene detenidas a más de 50 mil personas, en su mayoría inmigrantes sin papeles, refugiados y solicitantes de asilo.

El diario The Salt Lake Tribune, de Utah, publicó un editorial titulado  “Sí, tenemos campos de concentración”, en el que afirma que la situación en la Alemania nazi y la actual de EEUU no son «moralmente equivalentes». Sin embargo, destaca: “Nuestra nación está operando campos de concentración para niños refugiados. Tenemos que dejar de negar eso y decidir si nos sentimos cómodos con ese hecho. Y cómo se lo explicaremos a nuestros hijos”. 

Charles Blow, columnista de opinión del The New York Times, aportó lo suyo al debate hace un tiempo, al decir: «Donald Trump está manejando campos de concentración en la frontera. La pregunta sigue siendo: ¿qué vamos a hacer al respecto?».

Otros han recordado que antes del comienzo del Holocausto hubo campos de concentración en lugares como Cuba, Sudáfrica o Francia, y que incluso en EEUU se utilizaron campos de internación de japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, Richard Cohen, columnista del The Washington Post, publicó una columna en la que afirma que no hay campos de concentración en la frontera de EEUU con México.

«Nadie está detenido por razones políticas, ideológicas o religiosas. Nadie está siendo azotado y puesto a trabajar hasta que muera de agotamiento. No hay crematorio, y nadie está siendo crucificado boca abajo como lo eran en Büchenwald», escribió Cohen.

Erika Guevara-Rosas, de Amnistía Internacional, señaló que «los campos de concentración no siempre fueron campos de exterminio», y que las atrocidades en ellos fueron consecuencia del hacinamiento y deterioro de sus condiciones.

«El debate no tiene que ser sobre cuál es la terminología», sostiene. «El foco debería de ser las condiciones infrahumanas de encierro en las que se encuentran cientos de miles de migrantes», insistió.

Timothy Snyder, profesor de historia en la Universidad de Yale, especializado en el Holocausto y autor del libro Sobre la tiranía: Veinte lecciones del siglo XX, advirtió al respecto: «Si no podemos mirar con atención el pasado, no tenemos otra manera de ser críticos con el presente».

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