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El constitucionalista de los espartanos

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Dio forma a una de las primeras constituciones al modo occidental. Pergeñó, más allá de los vicios de la época, instituciones que rigen hasta nuestros días. Por Luis R. Carranza Torres

La tradición histórica entiende a Licurgo, tutor del rey espartano Carilo y regente durante su minoría de edad como el creador de la Gran Retra, el más antiguo antecedente al que podemos remontar a las actuales constituciones estatales.
De tal forma es que, hasta su obra “constituyente” en Esparta, pueden rastrearse muchas de los elementos centrales del constitucionalismo actual. Pero todavía es materia de discusión si realmente existió.
Entre los historiadores modernos, hay quienes niegan que Licurgo haya vivido en realidad, siendo considerado por unos como un dios y un héroe del panteón dorio por otros, en tanto otro grupo sostiene que fue un personaje real de la Esparta arcaica.
La duda sobre la historicidad de Licurgo, aunque Plutarco le dedicara una de sus “vidas paralelas”, es que tal obra fue escrita nueve siglos después que los versos de Tirteo. Por esa época, en la que en una larga elegía exalta la constitución espartana y exhorta a los ciudadanos a la concordia y a mantenerla íntegra, nada expresa sobre Licurgo, sino sobre dos reyes espartanos. Otros investigadores han entendido que se trata de la referencia a una advocación de Apolo, concretamente la de Apolo Licurgeios que significa “Apolo dispensador de luz”.

Quien lo dijo más que claro es el propio Plutarco, en su obra Vidas paralelas: “Nada absolutamente puede decirse que no esté sujeto a dudas acerca del legislador Licurgo”.
Pero al margen de si su figura responde a una persona histórica real o sólo es una respuesta a la necesidad psicológica de poseer una figura referencial que validara el origen de una norma, a la cual acudir en busca de restablecimiento del orden en momentos de dificultad, sí es claro que no pocos aspectos de su vida se hallan marcados por la leyenda y el mito.
De acuerdo con Plutarco, era hijo de Eunomo, rey de Esparta y hermano de Polidecto, que reinó después de su padre. La viuda de éste ofreció a Licurgo que se casase y reinase con ella; pero éste rehusó, contentándose con ser el tutor de su sobrino Carilao, hasta que llegado a la edad requerida subió al trono, en el 870 a.C.
Luego de ello se ausentó de Esparta, en un largo periplo por otros países en donde puso especial interés en sus leyes. Quizás para dar al nuevo rey la necesaria independencia, o para no contestar a las críticas de sus oponentes -incluida de la propia madre del rey- reverdecidas una vez que abandonó el poder.
A juzgar por todas las fuentes, era claro que a Licurgo pocos se atrevían a contradecirlo. Y no porque tuviese posturas complacientes. Un claro ejemplo de lo tajante que podían ser sus palabras se halla en las expresiones que se le atribuyen luego de concluida la segunda guerra mesenia y reproducidas en la Historia de los grandes hombres de Grecia de Fernán Caballero: “La exitosa campaña contra Mesenia no debe su éxito a los ricos aristócratas, que cabalgaban egocéntricamente sobre sus enormes caballos; no, fueron los ciudadanos del común, los valerosos campesinos y soldados espartanos; que no tenían el dinero suficiente para comprar un caballo, en cambio; su poco dinero sólo les servía para comprar una lanza, una espada y un hoplon; son ellos quienes se merecen todos los honores”.

Dicha guerra había desnudado la fragilidad de una sociedad que necesitaba nuevas normas para sobrevivir. Nadie pareció discutir por entonces que Licurgo era el más indicado para darlas. Y así lo hizo, sobre la base de una igualdad limitada, de cuño estamental. Su resultado fue típicamente espartano: a todo o nada, negro o blanco. Por eso Critias, un político ateniense del siglo V a.C., dijo respecto de la norma que había hecho que no hubiera otro lugar en donde “los hombres libres fueran más libres ni los esclavos más esclavos”.
Para ello, dispuso un sistema de diferentes órganos públicos que se controlaban entre sí, además de instituir una monarquía de dos reyes, para evitar la concentración del poder.
Pero el punto central en la Gran Retra era la “eunomia” o igualdad de todos ante la ley. Pero a diferencia de lo que sería luego en Atenas, emparentada con la libertad de acción de las personas, entre los espartanos se hallaba asociada fuertemente con la disciplina, el espíritu de sacrificio y el deber. Todos debían contribuir en la misma medida por el bien común, fueran reyes, aristócratas o pueblo llano.

Luego de establecida la norma, se cuenta que su creador, tras hacer jurar a los espartanos que acatarían la Gran Retra, sin modificarla hasta su regreso a la ciudad, partió hacia Creta. Una vez allí se quitó la vida, dejando encargado que se echasen sus cenizas al mar, a fin de imposibilitar que su cuerpo fuese trasladado nuevamente a Esparta, y con ello forzar a los lacedemonios a la perpetua aplicación de la norma que habían jurado obedecer
Una suerte de postura, a la tremenda, sobre la necesidad de asegurar contenidos “pétreos” en la norma, como el maestro Germán Bidart Campos hablaba respecto de nuestra Constitución. Sin llegar, obvio, a tales extremos para mantener su postura.
¿Qué contenía tal constitución, para hacerle llegar a semejante tipo de actos para su resguardo? Lo analizaremos en la próxima entrega.

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