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Riesgos: asumirlos o no, ésa es la cuestión

Por Samuel Paszucki y Carolina López Quirós * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Fue una mañana realmente atípica. Teníamos cuatro audiencias, todas con compañías de seguros. Cerramos todas; tres con acuerdo.

El caso que relataremos trata de un accidente de tránsito. Y éste constituyó la cereza del postre en relación con los otros, cuando posteriormente pudimos o creímos entender qué fue lo que ocurrió.

El caso: José llevaba en su auto a sus pequeños hijos (Iván de 6 años y Cecilia de 5) a la escuela, como todas las mañanas. En un cruce de semáforos, su auto (mediano) colisionó con una camioneta. Los dos chicos sufrieron lesiones serias que fueron rápidamente atendidas, ya que por suerte estaban a pocas cuadras de un hospital. Se entabló demanda en contra del conductor de la camioneta (sin daños físicos personales) y de su compañía de seguros. Tanto José como el conductor del vehículo de mayor porte afirmaban que el otro había pasado en rojo, y ambos alegaban tener testigos que podrían confirmar sus aseveraciones. En ese estado de situación, la causa se remite a mediación.

Sentados a la mesa estaban José y María (su esposa), ambos de menos de 40 años, junto a su abogado, de edad similar; el abogado de la citada en garantía, joven de 30 años, y los dos mediadores.

Escuchado el relato de los padres, sumamente emotivo y angustioso, tomamos conocimiento del hecho, del cual -según su versión- era culpable el otro vehículo. El abogado de la compañía de seguros manifestó que su cliente tenía igual discurso y que la responsabilidad del accidente fue del vehículo menor.

Nos llevó toda la primera reunión poder conversar con los padres, escuchar atentamente su historia del accidente, su desesperación por los niños heridos, su penosa experiencia en la primera revisación de los chicos por el médico de la aseguradora (por quien se sintieron maltratados) y su decepción al no haber recibido una disculpa del conductor de la camioneta. Manifestaron, en un primer momento, que no deseaban dinero y que se sentían mal al estar en la mediación, ya que les hacía revivir el accidente. Pero querían terminar con esta dolorosa experiencia.

Pudimos establecer empatía con ellos, les expresamos que entendíamos la situación y que afortunadamente los chicos estaban casi totalmente recuperados. Que nadie podía compensarles la angustia y el dolor que habían atravesado. Y que en esta mesa, aclarados todos estos puntos, íbamos a hablar de dinero (la aseguradora había efectuado una primer oferta). Junto a su abogado, absolutamente colaborativo, los invitamos a pensar en un monto (no el de la demanda) que pudiera satisfacerlos. Así las cosas, pasamos a la segunda audiencia.

María y José llegaron distintos, entraron más relajados. Parecía que la tristeza había dado lugar a la esperanza. La aseguradora ofreció una suma mayor que la anterior, justificando y explicando los cálculos que la respaldaban. A solas con los padres y su letrado tratamos de reconstruir el monto, calculando un porcentaje de incapacidad máximo (pero actual), uno medio y uno mínimo. Aplicamos la fórmula Marshall y otras similares y también agregamos los rubros materiales. Realizamos al menos cinco cálculos diferentes, con resultados parecidos. Y siempre la cifra obtenida -y pretendida por los actores- equivalía al doble de lo ofertado por la aseguradora.

Era como si la aseguradora dividiera la suma en dos. Barajamos entonces la hipótesis de la responsabilidad compartida, teniendo en cuenta que los conductores de ambos vehículos contaban con testigos que afirmaban la culpabilidad del otro. En algún momento se mencionó la incertidumbre del juico, pero pasó fugazmente.

Nuevamente en reunión conjunta, luego de ofertas y contraofertas, quedó flotando un monto que parecía satisfacer a los padres y probablemente sería aceptado por la aseguradora (eso pensábamos los mediadores), lo cual se develaría en el próximo encuentro.

A la tercera y última reunión el abogado de la aseguradora trajo el acuerdo impreso. El clima era sumamente agradable. Luego de firmarlo todos los presentes, las partes agradecieron nuestra tarea y, obviamente, nosotros a ellos la colaboración. Todos habíamos hecho el mayor esfuerzo.

Cuando reflexionamos sobre este proceso advertimos que el asunto no había sido la responsabilidad compartida, como sostenían las partes. En todo momento los actoresy más aún la compañía, evaluaban el riesgo del juicio, que era el mismo para los dos. Nadie puede vaticinar el resultado de un proceso judicial, sobre todo en un caso de semáforos; cualquiera de las partes podría haber conseguido un fallo favorable. Por eso el monto final fue 50% de la planilla. Ése fue el precio de asumir el riego. Ambos tenían 50% de probabilidades de ganar… o de perder. Asumir el riego o no asumirlo, de eso se trataba.

(*)  (**) Mediadores. Asociación de Mediadores de la Provincia de Córdoba

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