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Recordando el antiguo debate sobre la contaminación de los mares y océanos

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Por Silverio E. Escudero – Exclusivo para Comercio y Justicia

En 1972, la comunidad internacional, preocupada por la salud de los mares y de los océanos, firma la Convención de Londres sobre la Descarga de Desechos (LDC), de la Organización Marítima Internacional, organismo de carácter internacional que reglamenta la descarga de desechos en general y cuanto nucleares y radioactivos de bajo nivel.

El acuerdo fue trabajoso. Estados Unidos, Rusia, Japón, Gran Bretaña, Francia e Italia objetaron los informes técnicos que se ponían en consideración y ofrecieron a cambio sus propias investigaciones sobre la posibilidad de llenar recipientes en forma de torpedos con desechos nucleares de alto nivel y dispersarlos en el fango del fondo del mar.

Los delegados ante la LDC de Argentina, Canadá, Irlanda, Nauru, Noruega y la entonces República Federal de Alemania se opusieron a considerar esa práctica por considerarla “insegura y moralmente repugnante”, pero no consiguieron que se prohibiera este tipo de investigaciones.

La disputa científica, que al parecer carecía de bases sólidas, oscureció el horizonte. El tono que le imprimieron Estados Unidos, Rusia, Japón, Gran Bretaña, Francia e Italia fue brutal. Amenazaron con sanciones militares y económicas a quienes se opusieran a sus singulares visiones sobre el rol de los mares en la vida humana. Priorizaban transformarlos en un basurero nuclear sin saber siquiera que “los torpedos” resistirán la presión de las aguas.

Ante ese panorama, resultaba casi imposible establecer un marco normativo razonable a la explotación controlada de la capacidad de los océanos para degradar y dispersar materiales de desecho.

Detrás de los encendidos discursos se escondían poderosos intereses. Tantos que, en algunos casos, las posiciones iniciales fueron cambiantes, como las cuentas con numeraciones secretas en los paraísos fiscales de gobernantes y de parte del cuerpo diplomático.

La tendencia a generalizar los casos testigos -como la descarga masiva de mercurio de la bahía de Minamata en Japón, o las enormes islas de plástico que cada día contribuyen grandemente al exterminio de la vida marina- ha dado lugar a que algunos sectores adopten una actitud que afecta la protección “excesiva, decían” del medio ambiente marino.

Esto surge, en parte, como una consecuencia de considerar los océanos como un componente separado, o incluso aislado, del medio ambiente, más que como parte de un sistema sabiamente integrado.

La protección excesiva de los océanos o, mejor, de porciones de ellos ha ocurrido en ocasiones a costa de algún otro sector ambiental. Esto podría no sólo ser indebidamente perjudicial para el sector que recibe los desechos sino que puede conducir indirectamente al deterioro de la calidad del medio ambiente marino de una manera imprevista y menos deseable que la eliminación directa y deliberada, bajo condiciones controladas, para los océanos.

Tal posición a veces ha sido llevada al punto de considerarlos necesitados de un orden diferente al acordado para la tierra, el agua dulce o la atmósfera.

En verdad, el reconocimiento de este punto de vista ya era evidente en la polémica que se produjo en el Congreso de Estados Unidos luego del informe del Comité Asesor Nacional sobre los Océanos y la Atmósfera (Nacoa) dentro de las actitudes imperiales de Estados Unidos a lo largo de su historia. 

Republicanos y demócratas, demócratas y republicanos se enzarzaron en una discusión cuasi bizantina sobre los derechos de cada Estado de legislar la administración de la eliminación de los desechos. Ese compartimento estanco hizo que la eliminación de éstos  no se efectúe con base en las mejores opciones ambientales sino más bien sobre las opciones menos efectivas.

Este tipo de miopía ambiental (que alguna vez se discute periódicamente en Córdoba) es un reservorio de conflictos. Nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores desde, al menos, 1989, ha sido errático frente a los problemas del mar. Es que los gobiernos aparecen limitados por sus alineamientos políticos circunstanciales, por lo que desechan los consejos que les acercan los miembros diversos del Instituto del Mar. Política errática que culminó con la Guerra del Atlántico Sur y los padecimientos que sufre nuestro país como consecuencia de los embargos de guerra.

¿A quiénes beneficiaba la construcción de un basurero nuclear en Gastre y cuánto fue “el premio” que recibieron los gestores de esa idea? ¿Fueron los mismos que, en tiempos de la última dictadura militar, intentaron instalar un basurero en la Antártida Argentina para solucionar los problemas de acumulación de basura que produce la ciudad de Buenos Aires y su conurbano?

Si convenimos en que el punto de partida debería ser de un desarrollo ordenado de la sociedad en forma apropiada, especialmente de sus componentes menos privilegiados, entonces el despliegue total de la tecnología resulta inevitable.

Si esto se acepta, la producción y escape al medio ambiente de los materiales tóxicos como subproductos de la tecnología, es también inevitable. Por lo tanto, se requiere un enfoque del manejo de los desechos que sea más realista y considere el medio ambiente como algo continuo más que una serie de compartimentos aislados que nos hace perder la dimensión de los gravísimos problemas que padece nuestra espacial.

Tal enfoque exigiría un examen más minucioso de la capacidad de asimilación de los océanos de los materiales de desecho, de los que con demasiada frecuencia se realizan en la cotidianeidad. Valga como ejemplo el tráfico de barcos basureros que, en aguas internacionales, arrojan millones de toneladas de desechos orgánicos cuanto patógenos sin tratamiento alguno.

Si en algún momento, en un rapto de razonabilidad, la comunidad internacional tiene la posibilidad de acordar la escala, lugar, momento y tasa de liberación de materiales desechos, podemos optar también en relación de qué sector podemos efectuar liberaciones controladas de material de desecho. 

Si tal es el caso, necesitamos considerar cuidadosamente los océanos, junto a otros sectores del medio ambiente, para seleccionar la mejor opción ambiental. Naturalmente que el uso de la mejor opción ambiental no implica que no haya cambios o degradación en ese sector, o a largo plazo, en otros sectores. Implica, más bien, que cualquier cambio o degradación ha sido elegido conscientemente y es considerado aceptable cuando se le compara con el grado y la naturaleza del cambio que tendría lugar debido a su eliminación.

National Geographic, en un informe especial sobre los desechos contaminantes de los océanos, afirmó: “El plástico inunda ya los lugares más remotos del planeta y, más cerca de nuestras fronteras, supone el 95 por ciento de los residuos del Mar Mediterráneo, cuya contaminación acapara la más alta densidad de microplásticos flotantes en sus aguas. 

Hasta hace poco, los científicos creían que la contaminación por plásticos del océano venía principalmente de 20 ríos. Sin embargo, un estudio publicado en mayo de 2021 descubrió que el plástico que inunda los océanos llega a través de más de mil ríos de todo el mundo, lo que complica las posibles soluciones. Debido a la inmensidad y profundidad de los océanos, el hombre creía que podría utilizarlos para verter basura y sustancias químicas en cantidades ilimitadas sin que esto tuviera consecuencias importantes”.

Destaca también National Geographic: “Los partidarios de continuar con los vertidos en los océanos incluso tenían un eslogan: ‘La solución a la contaminación es la dilución’. En la actualidad, basta con fijarse en la zona muerta del tamaño del estado de Nueva Jersey que se forma cada verano en el delta del río Mississippi, o en la extensión de 1.600 kilómetros de plástico en descomposición en el Pacífico Norte, para darse cuenta de que esta política de la ‘dilución’ ha contribuido a llevar al borde del colapso lo que tiempo atrás fue un ecosistema oceánico próspero”. 

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