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Más militarización, menos paz para el mundo

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Los tambores de la guerra están sonando. El olor acre de la muerte se confunde con el hedor de las piras que se encienden a cada paso para hacer desaparecer las huellas de las matanzas. 

El siglo que André Malraux -en su tránsito hacia el budismo- imaginó religioso está demasiado lejos de la piedad. Restaura el conservadurismo, la intransigencia y el fanatismo. 

Las religiones, aunque parezca increíble, viven un clima de guerra permanente. Sus límites son infranqueables. Están sostenidos por el tableteo de las ametralladoras. Las mismas que acabaron con la vida de monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo metropolitano de San Salvador, con la complicidad de Karol Wojtila.

La casta de los guerreros readquiere en este tiempo una notable influencia. Predominio que promete una nueva era represiva y la sustitución del sistema democrático, que consideran arcaico y una rémora del pasado 

Cuestión que redefinirá la calidad de vida de los ciudadanos que perderán espacios de libertad conquistados a partir de la Revolución Francesa y de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano que ha servido de base e inspiración a todas las otras que se han formulado a lo largo de tan grande periodo histórico.

El retroceso en las libertades individuales tiene otros correlatos. Se anula la posibilidad de cuestionar o disentir con las decisiones de los que usufructúan del poder, lo que torna precaria la libertad de pensamiento y asociación de los individuos con fines políticos.

La casta de los sacerdotes y la de los guerreros son la base de sustentación de esta nueva etapa del capitalismo. Los imperios buscan establecer, en su ansia de expansión, nuevos límites. No importa la cantidad de hombres y mujeres que pudiera ser sacrificada ni cuánto gasto signifique el armamento.

¿Los rusos, yanquis o chinos son los malos de la película? Su nacionalidad no es un dato que importe demasiado. Es, afirman los teóricos de la guerra y el capitalismo, apenas un reacomodo geopolítico. Son los capitales multinacionales los que deciden. Sin importar las formas o disfraces que utilicen. Están detrás de brotes nacionalistas o los sarpullidos independentistas.

Es un desfilar continuo de títeres y titiriteros. Raúl González Tuñón recomienda echar 20 centavos en la ranura. De las ensoñaciones se despierta con un halo  de tragedia y desesperanza. 

Descreemos -a pesar de Lenin- que se transite la fase final del capitalismo. La guerra entre Rusia y Ucrania es la mejor representación del desorden que campea en el campo internacional. Mucho más cuando en los foros internacionales se defienden más los intereses de los grandes consorcios multinacionales que los de los Estados. 

La incertidumbre de la política y la economía mundial se agravan con el conflicto entre Rusia y Ucrania mientras se aguarda que China invada Taiwan.   

La unilateralidad capitalista emergente tras la formulación de la doctrina del fin de la historia mutó a una disputa que involucró en principio a China como potencia económica emergente contra EEUU, y, recientemente, desde 2013, a Rusia, con su poderío militar y su potencial de reservas de energía.

Deberemos ampliar la imagen que nos ofrece nuestra lente. Es nuestra intención recrear otra imagen del Eje del Mal. 

No sólo participan EEUU y sus aliados en la OTAN sabiendo que “nunca ha sido una fuerza para nada buena. Hablan de democracia y de derechos humanos. ¿Cómo puedes decir que defienden la democracia y los derechos humanos y enviar ayuda a Arabia Saudita? (…) La OTAN se estableció cuando comenzó la guerra fría. Los países capitalistas iban contra los del este y la OTAN quería, mediante la brutalidad y las amenazas, suprimir estos países”, resalta Jörg Kronauer, miembro destacado del consejo editorial de German Foreign Policy

Fiona Edwards, de la plataforma “No cold war”, coincide en la visión crítica de la alianza atlántica y señala: “EEUU y la OTAN han dejado un reguero de destrucción. La situación actual en Afganistán, después de 2 años de guerra, liderada por EEUU, es una gran prueba. Hay cientos de miles de personas que han muerto en esta guerra, asesinados por las fuerzas de EEUU, y qué es lo que han dejado ahí, en estos 20 años de guerra: pobreza extrema, es un desastre humanitario”.

Son los mismos métodos aplicados discrecionalmente tanto por la ex Unión Soviética, como Rusia y China cuando surgieron disconformidades o intentos independentistas en regiones bajo su égida y vasallaje. 

En todas las regiones del mundo los ejércitos están en alerta máxima. Imaginan, en las mesas de arena de los puestos de comando avanzado (PCA), los movimientos de tropas de sus adversarios reales o imaginarios y los de sus propios ejércitos. Planes que deben ser actualizados acorde a los cambios tecnológicos que acompañan al arte de la guerra.

Por otro lado, alguien en las redes sociales, por estas horas, ha denunciado la existencia de un poderoso “pacto militar” entre EEUU, Gran Bretaña, y Australia para monitorear a China, que amenaza el equilibro inestable de un mundo en conflicto permanente. 

Resulta importante reconocer que se transita por un camino conocido. Es una nueva fase de la Guerra Fría que no concluyó -pese a la opinión de politólogos de acrisolado prestigio-, con la caída del muro de Berlín. Es menester recordar que la principal prioridad de EEUU y su política exterior “es acabar con el gobierno chino”, aun cuando gobiernen, desde la Casa Blanca, especímenes de la talla de Donald Trump.

Fiona Edwards alcanza otro apunte revelador. Si observamos los mapas que reflejan el asiento “de bases militares alrededor de China, podemos compararlos con las bases que tiene China en el resto del mundo, y China tiene cero bases militares en el resto del mundo pero está rodeada de bases militares. China tiene cero recursos militares en torno a EEUU y a Europa. Estamos hablando de cero contra cientos de bases militares”. 

Desequilibrio que el presidente Xi Jinping busca superar con la incorporación de cláusulas secretas en los tratados que firman los países que adhieren a la ruta de la seda.

Como experto en política internacional valora la conveniencia política de continuar al lado de Putin a quien le recordó, el 25 de febrero último, que en torno a Ucrania se debe dejar a un lado la mentalidad de la guerra fría y respetar los intereses legítimos de seguridad de todos los países, en alusión al acercamiento de la infraestructura militar de la OTAN a las fronteras rusas.

Es menester dejar sentado que la alianza estratégica denominada Aukus (del acrónimo en inglés de Australia, Reino Unido y Estados Unidos) tiene por objetivo “defender los intereses compartidos en el Indopacífico” de estos gobiernos. La alianza Aukus permitirá que la Marina Real Australiana -que tantos y tan valiosos servicios a brindado en todas las guerras que protagonizó Occidente- pueda adquirir submarinos con propulsión nuclear.

“Lo que hay es una guerra de EEUU contra China y China ha dejado claro que no quiere una guerra fría. No quiere una guerra, ni fría ni caliente, y tampoco quieren una guerra nuclear, que es una gran amenaza para toda la humanidad”, señala Edwards y agrega: “China está pidiendo paz; y lo que necesitamos ahora es que todos los recursos de la humanidad se dediquen a desplegarse contra las amenazas reales, no las amenazas imaginarias. La gran amenaza es la pandemia, el cambio climático es una gran amenaza. La pobreza es otra amenaza real. Y esta guerra fría va en contra de los intereses de toda la humanidad”.

Para finalizar una inocente pregunta de entrecasa: en el supuesto no querido de que estalle un conflicto global ¿qué obligaciones ha contraído nuestro país en su condición de aliado extra-OTAN?

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