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Los riesgos de bajar los brazos

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Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)

Para muchos, incluido no pocos del espectro político, la pandemia parece haber dejado de existir. Puede verse en la calle gente sin barbijos, sin tomar las medidas de precaución, espectáculos con aforo totalmente dejado de lado. Hace tiempo hablábamos, frente a la segunda ola, de una «fatiga por covid» que ahora parece haberse convertido en algunos en decidido hartazgo.

En tanto, en pleno proceso electoral, la mayoría de la dirigencia juega sus propias fichas sin que haya declaraciones al respecto. Algunos, para no dejar de ganar; otros, para evitar perder más de lo ya perdido.

Lamentablemente, la pandemia no se fue, y estamos -en opinión de muchos- en una fase de remisión. Desde hace unos días en Argentina se revirtió la curva descendente y empezó a percibirse un aumento de casos. Con más de cinco millones de habitantes positivos, nuestro país se ubica en el noveno lugar entre las naciones con más infectados, detrás de Irán.

Entre los profesionales de la salud consultados, se dice que -si bien subieron los casos y se insinúa una ola ascendente de contagios- se espera que sea con menos muertes, gracias la vacunación. 

En la materia, estamos en el puesto 13° en el mundo en cantidad total de decesos, por detrás de Francia, que sólo se nos adelanta con unos dos mil fallecimientos más, cuando tiene una población de 67,39 millones contra nuestros 45 y pico. Destaquemos a este respecto que en el mundo nos hallamos en la posición 32ª de la tabla de población, de una lista de 196 países. Es decir, con respecto al porcentaje de población muerta, estamos muchísimo más arriba. 

No son cifras frías, son cientos de miles de historias de pérdidas que no parecen haber hecho reflexionar de forma general sobre instalar ciertas culturas del resguardo, propio y respecto de los otros, que, como toda conducta de profilaxis sanitaria, si bien es bienvenida siempre, en tiempos de pandemia se torna esencial. 

No es que sólo aumente en nuestro país. Estados que manejaron mucho mejor la pandemia y la vacunación, como Uruguay, luego de conocerse que abrirá sus fronteras para los extranjeros no residentes a partir del 1 de noviembre, volvieron a encender una alarma tras registrarse un alza en los casos de coronavirus. Conforme al diario El País, más de 2.000 personas se encuentran cursando la infección, lo que no ocurría desde fines de julio, mientras que a finales de octubre se reportaron 315 nuevos casos positivos, un número que no se superaba desde hace más de tres meses.

El problema de que el virus se extienda, aun cuando no aumenten las muertes, está dado por la capacidad que tiene de mutar, adoptando nuevas variantes que pueden llegar a disminuir, o incluso algo peor, la vacunas con que se está luchando para contenerlo. 

No es bueno que haya un rebrote. Cada ola es distinta a la anterior, todavía no sabemos mucho de este virus y no estamos exentos de tener alguna sorpresa desagradable de facilitarle seguir conviviendo entre nosotros.

Como hemos dicho ya, aplicar las vacunas a un elevadísimo porcentaje de la población cercana a la totalidad, nunca inferior a más allá de los dos tercios, es solo la mitad del manejo de la crisis. Tal vez, la inmunidad de rebaño frente al covid-19 no sea como en la generalidad de los casos, si es que se puede lograr. Aun en verano y con toda su población vacunada, países como Israel enfrentaron olas de contagios que pusieron en jaque al sistema de salud. 

Ninguna campaña de concientización alcanza, ya que las autoridades han perdido, por los malos ejemplos de los que hablamos, una gran porción de credibilidad. Una vez más, no pidamos a otros lo que tenemos que dar nosotros mismos. Es importante que aprendamos a conjugar nuestra vida con medidas de protección sostenibles, razonables y eficaces a la situación. Por ello, lo único real y disponible que queda es reforzar la responsabilidad de cada uno de nosotros. Aun cuando las pésimas actitudes de las personas que deberían ser de referencia no ayuden.

(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas

(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales

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