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Los murmullos de las Juanas

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Por Alicia Migliore (*)

Muchas veces nos preguntamos por qué gritan aquellos que pretenden tener razón; no sabemos quién o quiénes determinaron que el valor de la palabra se adjudica por el volumen de las voces que la pronuncian. El tono altisonante del discurso recuerda demasiado el adoctrinamiento y la imposición.
En esta aventura de la vida, los datos trascendentes nos fueron develados en voz baja, casi en secreto, como el saludo alborozado de las madres recibido al oído, aún húmedo el cuerpo recién separado de su espacio interno, o el desolado saludo final del hijo antes de iniciar el vuelo en soledad, después de un ciclo cumplido. Entre esa maternidad o paternidad inaugural y esa orfandad definitiva, serán muchos los aprendizajes y consejos acumulados, y difícilmente recordemos el grito: atesoraremos la palabra especial y profunda que nos cale el alma en lugar de taladrar el oído.
Especial valor tendrá entonces la palabra escrita: contundente por su permanencia que permite revisarla una y otra vez; volver a analizarla, explorar las posibilidades de contrariarla, rendirse a ella, apropiársela y enarbolarla.
La palabra siempre nos habla, además, de quien la esgrime, en cualquier sentido, como arma o como defensa; quien se pronuncia elige manifestarse, corre el riesgo, se atreve a ser juzgado. Y la fuerza para construir o destruir de la palabra oral se multiplica en la palabra escrita que seguirá exponiendo por siempre a su autor.
En esa concepción decidimos rescatar a aquellas mujeres que se atrevieron a usar la palabra para intentar cambios sociales y personales. Antes de hacerlo, se prepararon; cuando pocos hombres, y muchísimas menos mujeres, sabían leer y escribir, algunas decidieron compartir lo aprendido. Esas mujeres vencieron sus pudores y superaron la instancia oral para escribir sus pensamientos; se arriesgaron y dejaron sus huellas, profundas, silenciosas y permanentes.
Entre tantos gritos estridentes y avalancha informativa, las verdades susurradas por mujeres que florecieron en la adversidad y trataron de multiplicar su propio milagro en muchas otras, se diluyen.
Es necesario sumergirse e indagar en las profundidades, para descubrir aquellos aspectos que las distinguieron y que la censura se encargó de ocultar.
Aun en la actualidad las voces de mujeres parecen menos frecuentes que las de sus pares varones; muchas pueden ser las respuestas a esta aseveración: ¿será que no piensan? ¿Que no les interesa opinar? ¿Que sus decires no importan a nadie? ¿Que es peligroso que piensen, que lo digan, que contagien a alguien su inquietud?
Cualquiera sea la respuesta a los cuestionamientos anteriores, concluiremos que es de alto valor la palabra de quienes osaron escribirla, en nombre de todas aquellas que sólo podían callar.
Desandando el tiempo encontramos a Juana Manuela Feliciana Gorriti, nacida en el año de la independencia del país. Séptima hija de una familia tradicional salteña, pronto conoció los desencuentros de nuestra historia: hija de un antiguo general de Martín Miguel de Güemes y gobernador de Salta, José Ignacio Gorriti, partió pequeña al exilio en Bolivia. Ese desarraigo temprano marcó su vida y así lo expresó en sus escritos con nostalgia, refiriendo la personalidad de los caudillos, de las mujeres divididas en las luchas fratricidas que involucraban a todas las familias. Considerada la primera novelista de la República, Emma (como la llamaban en familia) o la “Flor de la maleza”, como la bautizó Güemes, fue una cronista de su época que reclamó derechos mientras seguía su corazón, desoyendo toda normativa preestablecida y brindando toda su sabiduría acumulada. No tenía 30 años cuando la Revista de Lima publicaba su novela “La Quena”.
Con tres años de diferencia nació en Buenos Aires Juana Paula Manso, hija de un matrimonio transgresor (que violó la normativa vigente al casarse, porque se trataba de un inmigrante español y una joven porteña). Tal vez esa apertura mental los hizo progresistas, deseosos de brindar educación a sus dos hijas, aunque fueran mujeres.
Como Juana Manuela, esta Juana debió también afrontar el exilio originado en la persecución política: tenía 20 años cuando partió a Brasil con su familia, luego a Uruguay para tornar nuevamente a Brasil.
La Santa Federación dispuso que ambas debían crecer y desarrollar sus potencialidades lejos de la Patria, a la que retornarían más tarde para derramar sendas cosechas de saberes y libertades.
Estas Juanas tuvieron en común bastantes más cosas que su nombre de pila. Apasionadas por las letras, compartieron la vocación docente enseñando a las niñas, como modo de ganar su sustento, al tiempo que abrían las mentes de las pequeñas apartadas del acceso a la educación. Mientras enseñaban, leían y escribían. Procurando difundir sus ideas y acercarlas a la mayor cantidad de gente, se atrevían a distintos géneros literarios, remarcando en todos los casos su condición de mujeres comprometidas con la sociedad de su tiempo y con sus congéneres.
Dispuestas a mantener el vuelo de sus mentes, ante adversidades en sus vidas matrimoniales ambas interrumpieron la convivencia con sus esposos y se dedicaron a criar a sus hijas, como jefas de hogar.
Juana Manuela pudo ser primera dama de la República de Bolivia y Juana Paula pudo continuar giras internacionales con su esposo violinista; la sociedad hubiera sido más piadosa con ellas. El rechazo y el juicio social no pudo opacar, sin embargo, el respaldo de quienes integraban el espacio cultural de avanzada de su época. Mientras los pacatos la censuraban, un crítico dijo de Juana Manuela: “(…) En cada una de sus páginas hay pedazos de un corazón de mujer olvidado en ellas como partículas de oro sobre una piedra de toque; allí pueden estudiarse la ley, los quilates y el inmenso valor de la sensibilidad femenina; su manera de sentir los afectos y las modificaciones especiales que éstos experimentan dentro del generoso pecho destinado a abrigar y alimentar al hombre en sus primeros días (…)” (Juan María Gutiérrez sobre “La Quena”).
Respecto de Juana Manso es bien conocida la afirmación: “La Manso fue el único hombre de tres o cuatro millones de habitantes de Chile y Argentina que comprendiese mi obra de educación. ¿Era una mujer? Sí, pero parece que una mujer pensadora es un escándalo para esta sociedad…” (Domingo Faustino Sarmiento).
A Juana Manso la persiguieron por su obra educativa y por el pensamiento que difundía. Había osado publicar: “Quiero probar que la inteligencia de la mujer, lejos de ser un absurdo o un defecto, un crimen o un desatino, es su mejor adorno, es la verdadera fuente de su virtud y felicidad”; se había embanderado para llevar la alfabetización a todas las niñas, defendiendo la educación popular, laica y mixta en los establecimientos escolares; no hubo periódico en América que no la tuviera por protagonista, siempre destinando mensajes a las mujeres de su tiempo.
Las Damas de Beneficencia de la aristocracia porteña, alentadas por la iglesia Católica, llevaron su sostenida persecución hasta el lecho de moribunda de Juana Manso: le exigieron que recibiera la extremaunción para que se le permitiera ser enterrada en los cementerios de La Recoleta o La Chacarita. Rotunda fue la negativa de esta valiente mujer que no renegó de sus convicciones ni frente a la inminencia de la muerte: optó por ser inhumada en el Cementerio Británico de Disidentes.
Juana Manuela Gorriti, ya radicada en Buenos Aires, despidió los restos de la gran educadora americana: “Juana Manso, gloria de la educación, sin ella nosotras seríamos sumisas, analfabetas, postergadas, desairadas. Ella es el ejemplo, la virtud y el honor que ensalza la valentía de la mujer; ella es, sin duda, una mujer”.
Tan potente fue el murmullo de las Juanas, que aún nos ilumina su enseñanza.

(*) Abogada. Ensayista. Autora del libro
Ser mujer en política

Comentarios 1

  1. María Luisa Guevara( abogada,jujuy) says:

    Muy bueno, lo que escribes, y es como dices.Fueron y son grandes mujeres!!!!

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