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Lola Mora, eterna y etérea en mármol

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Por Alicia
Migliore (*)

Lola misteriosa

Todo en la vida de Lola Mora, resultó polémico y controversial. Lola es difícil de abordar, comprender y transmitir. Lola es misterio.

Si comenzamos por su nombre, veremos que no hay unanimidad al respecto. Algunos autores la llaman “Dolores Candelaria Mora Vega”; otros, “Dolores Candelaria Mora de Hernández” y muchos, “Dolores Mora de Hernández”, aunque todos identificamos a la gran escultora como “Lola Mora”. 

Una primera duda: ¿se llamaba Candelaria? Probablemente, dado que -cuando se le otorga la beca para estudiar en Europa, en 1896- el decreto presidencial dice “Acuérdase a la señorita Dolores C. Mora, durante dos años (…)”

Sus biógrafos (1) discuten también el lugar de nacimiento. Algunos afirman que nació en El Tala, en una estancia de su padre, “El dátil” en el departamento de La Candelaria de la provincia de Salta. Los investigadores tucumanos afirman que Lola nació en la Villa de Trancas o Trancas Viejo de la provincia de Tucumán, casi lindando con Salta.

Tampoco hay acuerdo sobre la fecha de nacimiento. Un grupo sostiene que nació el 22 de abril de 1867, respaldando esta afirmación en los datos consignados en el Libro de Bautismos de la Iglesia de San Joaquín, en Trancas. Otros investigadores consideran que nació el 17 de noviembre de 1866.

Sin embargo, la discusión no está zanjada. En su homenaje, por ley 25003 del año 1998, el Congreso de la Nación estableció como “Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas” el 17 de noviembre, fecha de natalicio que consideró válida y resisten los tucumanos.

Como sea, Lola se asumió como tucumana y así lo hizo constar en su acta de matrimonio.

Lola escultora: gloria y ocaso

Lola Mora fue una mujer emprendedora, iluminada artista y muy hábil en la difusión y contacto con la prensa y los representantes del poder. Su obra se convirtió en simbólica de la era conservadora, en plena belle epoque, protegida de Roca y de Mitre, hecho que no obedeció a especulación alguna, dada su adhesión a esa ideología, según revela su actuación en las jornadas de la revolución radical de septiembre de 1893 en Tucumán, cuando colaboró como voluntaria de la Cruz Roja en el Hospital de Sangre Bachmann.

Se afirma que fue su padrino de bautismo el tucumano Nicolás Avellaneda, luego presidente de la Nación. Esta tesis es refutada de plano por los autores tucumanos, toda vez que no existe constancia alguna del regreso de Avellaneda a Tucumán entre 1859 y 1876.

Con ánimo de descalificarla como artista, se adjudica a Lola Mora un romance con Julio Argentino Roca, el presidente que renueva su beca en 1899 y que también influye para que el municipio de la ciudad de Buenos Aires contrate la ejecución de la Fuente de las Nereidas. Este recurso de inventar romances clandestinos a mujeres destacadas sigue siendo utilizado un siglo después.

Pasada la primera década del siglo XX comienza su decadencia. El período de gloria para su producción artística entra en un vertiginoso descenso a partir de 1912 y las sombras del olvido la envuelven, con alguna excepción momentánea, hasta su muerte en 1936.

En lo íntimo, coincide ese período de oscuridad con el fracaso de su matrimonio en 1914. Una boda que fue considerada escandalosa por la diferencia de edad y rechazada por la familia conservadora del esposo. 

El acceso al poder de las clases históricamente excluidas mueve a cuestionar la obra artística de Lola, símbolo de la opulencia del gobierno anterior. De trabajar en un taller en el interior del Congreso de la Nación pasa a ser una migrante interna. Sus obras son sometidas a una peregrinación similar a la que ella misma enfrenta. 

Ella se retira con dignidad, pero sin resignación. A pesar de su senilidad, estará atenta a cada requerimiento que sus esculturas le demanden, hasta su muerte.

Obra

Algunas piezas desalojadas del Congreso y diseminadas en todo el territorio nacional permiten que se aprecie su cincel y exquisitez.

La estatua de Facundo Zuviría se observa en la ciudad de Salta. La de Francisco Narciso Laprida, en San José de Jáchal, San Juan. El monumento a Carlos María de Alvear, en la ciudad de Corrientes. 

En su tierra, San Miguel de Tucumán, dos colosales relieves que pueden admirarse en la Casa Histórica representan los dos momentos culminantes de nuestra Nación: el Primer Gobierno Patrio, del 25 de mayo de 1810, y la Declaración de la Independencia, el 9 de julio de 1816. Cercanas se encuentran también las estatuas de La Libertad y el monumento a Juan Bautista Alberdi.

En La Plata se encuentra el busto de Aristóbulo del Valle y restos de otro monumento al mismo prócer en la ciudad de Buenos Aires.

En Casa Rosada quedó el busto de Luis Sáenz Peña, en la galería de presidentes, aunque había realizado otros.

En la ciudad de Avellaneda, provincia de Buenos Aires, se encuentra el monumento a Nicolás Avellaneda.

Propuesta para ser emplazada en la Plaza de Mayo, luego en el Paseo Colón, La Fuente de las Nereidas, con sus bellas desnudeces y gráciles movimientos, se luce en la Costanera Sur de Buenos Aires, luego de ser expulsada del centro.

Nota al margen merecen los motivos de la expulsión de la fuente del lugar céntrico. Los mismos que en Europa admiraban los desnudos de Miguel Ángel o Botticelli tildaron a las Nereidas de “obscenas”… ¿será porque se trataba de una mujer escultora?

En San Salvador de Jujuy, la Libertad, La Justicia, El Comercio, La Paz, El Trabajo y Las Alegorías en Casa de Gobierno y en la ciudad de Nieva, provincia de Jujuy, Los Leones.

En la ciudad de Rosario, en el Monumento a la Bandera, fueron emplazadas La Libertad o La República, La Gloria, EL Gaucho o Paisano, La Madre y el Hijo o La Maternidad, El Soldado y El Clarín, La Bandera o La Jura de la Bandera, Fray Gorriti bendiciendo la Bandera, Los Granaderos.

En la ciudad de Bahía Blanca fue inaugurada una fuente con dos capullos de rosa rodeados por ninfas.

En nuestra ciudad de Córdoba la estatua de Mariano Fragueiro se luce en la plaza Rivadavia y en el camarín de la Virgen del Rosario de la Iglesia de Santo Domingo, se encuentra una placa de bronce confeccionada a pedido de la Comisión Organizadora de la Peregrinación a la Virgen del Rosario en 1904. 

Para desmembrar a Lola dispersaron su obra, que era su descendencia, condenándola a un ostracismo interno. En nombre del federalismo devolvieron a cada caudillo a su respectiva tierra natal, como si la capital no pudiera albergarlos.

Olvidada por todos aquellos que la adulaban murió al cuidado de sus sobrinas el 7 de junio de 1936. El Gobierno de la Nación le había otorgado una pensión en 1935.

Después de 40 años trasladaron las urnas con las cenizas de Lola y de sus hermanas para depositarlas, provisoriamente, en la Casa de la Cultura de Tucumán. Alguna crónica señala que la urna de Lola estaba mal tapada y que parte de sus cenizas fueron esparcidas por el viento. Pasarían casi 30 años más para que la sepultaran en su tumba en el Cementerio del Oeste de San Miguel de Tucumán.

(*) Abogada. Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política

Nota

(1) Carlos Páez de la Torre (h) y Celia Terán, en una investigación minuciosa sobre la vida y obra de la escultora: Lola Mora. Una biografía. Editorial Planeta Argentina, Buenos Aires 1997)

Cuando la senilidad se apodera de las mentes, queda el amor. Así lo revela el periodista José Armagno Cosentino, al narrar que encontró a una anciana en la noche lluviosa de Buenos Aires con un pañuelo totalmente mojado y una tarjeta colgando del cuello que decía Lola Mora, una dirección y un teléfono. Le dijo que “había ido a secar a sus hijitas”. Las hijitas eran las Nereidas de la Fuente

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