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Letrado, catalán y novelista

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Su vida ha sido tan novelesca como las tramas nacidas de su pluma

Por Luis R. Carranza Torres

La vida de Ildefonso Falcones de Sierra tiene tantos vericuetos y días de esfuerzo como aquellos que pueblan las páginas de sus novelas. A veces, las vidas de los autores son tanto o, incluso, más interesantes que sus obras.
Como también suele suceder con las vidas interesantes y pródigas, se camuflan bajo una apariencia ordinaria. Es que lo esencial, como ya lo dijo Antoine de Saint-Exupéry, por lo general resulta invisible ante la mirada común.
Casado y padre de cuatro hijos, abogado hijo de abogado, ejerce en su propio bufete, situado en el barrio del Ensanche en Barcelona. Sin embargo, el común de los mortales de la lengua castellana lo conoce por sus novelas.
Nacido en Barcelona en 1959, escribir literatura no fue la primera de sus pasiones en la vida, sino ser jinete. A los 17 años era Campeón de España Junior en la categoría de salto. También se destacó en otro deporte, el hockey sobre césped, durante sus estudios en el Colegio de los Jesuitas de San Ignacio.
La muerte de su padre le obligó a redefinir algunos aspectos en la vida. Debía hacer frente a necesidades más mundanas del hogar y, para ello, dejó la práctica de los deportes. Había iniciado en la universidad dos licenciaturas, una en derecho y otra en ciencias económicas. Se decidió por seguir sólo con la primera para poder compaginar los estudios con el trabajo en un bingo.
Mezcla de oportunidad y necesidad, la parte joven de su vida parecía tener ese derrotero incierto pero tenaz que luego imprimiría a sus personajes.

Ya recibido y ejerciendo como abogado se le dio por escribir sobre la vida de las gentes en la historia de la Ciudad Condal. Tardó seis años en darle forma a su primera novela, un fresco sobre los avatares de la existencia en la Barcelona del siglo XIV, teniendo como nexo entre los distintos personajes la construcción de la iglesia de Santa María del Mar.
Al concluirla, allá por 1996, su esposa le hizo 15 juegos de fotocopias al manuscrito y las envió a las 15 editoriales que le parecieron más importantes de consultar en la guía telefónica. Ninguna mostró demasiado interés ni tampoco Ildefonso consiguió quien lo representara. «No conseguí agente durante años porque los despachos de los agentes son irreductibles, no hay manera de llegar a ellos. Tenía recomendaciones para que me recibieran y ni así lograba entrar. Recomendaciones de gente importante. Se lo juro. Llamé a la puerta, me dijeron que dejara el libro en un buzón y no me contestaron».
Finalmente una editorial, Grijalbo, apareció en 2003 y se interesó por los derechos de edición. Le pagaron con un adelanto, a cuenta de regalías de 10.000 euros, 5.000 a la firma y otro tanto cuando el libro llegara a las librerías. Pero transcurrirían otros dos años más para eso y hubo sobre la trama un trabajo editorial importante de modificaciones. Hasta el propio título, que originalmente era El bastaix, fue cambiado por el más atractivo La catedral del mar.
En la semana de Sant Jordi de 2006, una fecha tradicional en Barcelona, El Corte Inglés empezó a promocionar el libro antes de que saliera al mercado. Ildefonso vio en esto un buen presagio; y lo fue. Desde sus inicios, La catedral del mar se transformó en un éxito editorial con más de siete millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, convirtiéndose en el libro más leído de España durante 2007.

A la par de tales ventas, recibió varios premios, entre ellos el Euskadi de Plata 2006, el premio Qué Leer al mejor libro en español del mismo año; el galardón italiano Giovanni Boccacio 2007 al mejor autor extranjero, y el premio Fulbert de Chartres 2009.
Tres años después repitió el suceso con su segunda novela, La mano de Fátima, una historia de las relaciones y enfrentamientos entre moriscos y cristianos en la Andalucía del siglo XVI. En su primer día, se vendió 10% de la edición, unos 50.000 ejemplares.
A dicha obra se le otorgó el premio Roma, en 2010. Ese mismo año, el ayuntamiento de Juviles, en la provincia de Granada, decidió nombrar una calle como «Ildefonso Falcones» en mérito a la popularidad que la novela otorgó a la localidad.
En 2016, con su tercera novela, Los herederos de la tierra, regresó al tiempo y lugar de su obra primigenia, La catedral del mar, para continuar la trama de ella. Obtuvo una muy importante repercusión, y contrarió así eso de que las segundas partes no son buenas.
Falcones persiste hasta el presente en el ejercicio de la profesión de las leyes aunque cada vez más matizada con las exigencias de ser uno de los autores españoles más difundidos.
En el 2015, durante el ciclo «Escriptors en la Biblioteca Valenciana», en el marco del programa de fomento de la lectura de la Comunidad Valenciana, destacó la importancia de los libros y la literatura como forma de «trasladar los conocimientos y las costumbres de unas generaciones a otras», al tiempo que destacó que en todo proyecto, literario o no, «lo más importante es la entrega, el cariño y el trabajo que pones», sin importar el resultado sobreviniente.
Claro que él, poco y nada puede quejarse al respecto.

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