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Las vicisitudes de un poeta

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Alcanzó la fama suprema para luego perderlo todo en un instante

Por Luis R. Carranza Torres

Eublio Ovidio Nasón vino a este mundo el 20 de marzo del año 43 a. C. en Sulmona, una ciudad en la actual provincia de L’Aquila, Abruzos, Italia.
Su padre, caballero de rancia estirpe y propietario de numerosas fincas, quería que se dedicara a la vida pública, lo cual implicaba abogar en el foro. Lo envió junto a su hermano a estudiar retótica en Roma, para luego dedicarse al derecho, pero Ovidio tenía otras inquietudes. La sensibilidad poética le ganó por varios cuerpos a la elocuencia prosaica requerida en las cuestiones a ventilarse en el foro.

Su padre le reprochaba inclinarse a unos estudios que no conducían a ningún sitio. Con los versos nadie podía vivir, le decía, y hasta el mismo Homero había muerto pobre. Ovidio, entre dos aguas, procuraba a un mismo tiempo contentar a su padre y no traicionarse a sí mismo.
Se educó con maestros de la elocuencia como Higino, Arelio Fusco y Porcio Latrón. Compartió con su hermano la vida política hasta los 20 años, edad a la que éste falleció. La poesía le seguía atrayendo pero la presión paterna y el honrar la memoria de su amado hermano muerto lo mantuvieron en el foro romano.
En la senda de su carrera pública, destinada a culminar en el senado, obtuvo un cargo como Decemviristlitibusiudicandis, en la magistratura.
El puesto se hallaba dentro del denominado vigintivirato, un conjunto de 20 puestos agrupados en tres colegios que servía de escalón previo al cursushonorum de los senadores en época imperial.
En virtud de éste, integraba un colegio de diez jueces cuya competencia era la resolución de los casos en los que se dudaba de la ciudadanía romana de alguna persona, aspecto éste capital para la época cuando, conforme se era o no ciudadano, uno se beneficiaba de la protección de leyes romanas o se quedaba fuera de ella.
A la muerte de su padre, Ovidio se convirtió en heredero de todas las posesiones, por lo que pudo vivir sin preocupaciones y viajar a diferentes lugares como Atenas, Asia Menor y Sicilia, donde completó sus estudios y se dedicó a la poesía.

Al regreso de Grecia, se había dictado la Lexiulia de maritandisordinibus, recién decretada por Augusto como parte de un ambicioso programa social. En virtud de ella, quien no se casara o se divorciara y permaneciera soltero no podía recibir herencia alguna, no se le permitía entrar en los juegos, no podía ocupar altos cargos ni podía disfrutar de exenciones fiscales.
La principal preocupación de Augusto era restaurar las antiguas virtudes romanas y que las familias, fundamentalmente aquellas nobles, siguieran proporcionando jóvenes que pudieran servir al Estado. Es que, entre las guerras civiles y las proscripciones, se había generado un alarmante descenso de la población patricia.
En torno a la misma fecha, presentó la Lex Iulia de adulteriiscoercendis, que castigaba el adulterio, lo convirtía en un delito, a juzgarse por un tribunal especial para juzgarlo, cuyo castigo incluía el destierro y la confiscación de la mitad de los bienes del condenado.
Ovidio se casó en tres ocasiones. La primera de muy joven -antes de las leyes de Augusto-, se divorció enseguida tachando a su esposa de «nec digna necutilis» («ni digna ni útil»). Su segundo enlace, para escapar de los castigos legales de la soltería, fue corto también, aunque tuvo una hija. Sus palabras sobre la felicidad con Fabia, su siguiente esposa, parecen confirmar aquel dicho que la tercera es la vencida.
Por ese entonces, las obras de Ovidio lo habían convertido en una celebridad en Roma, contaba con numerosos seguidores y era tenido por una autoridad en materia de seducción de tono explícito. Pocos, casi nadie, habían llegado a tanto sin mediar ninguna guerra ni desempeño de cargo togado.
Sus obras más conocidas eran Ars amandi (Arte de amar) y Las metamorfosis, ambas en verso. En la primera alienta a entregarse a las pasiones casi sin freno y en la segunda recoge relatos mitológicos griegos adaptándolos a la cultura latina. Luego vinieron las Heroidas, cartas de grandes enamoradas, el borde de la lujuria de su tiempo.

Contra todo pronóstico, aun con el tenor de sus versos, Ovidio disfrutó del favor de Augusto y su familia, en particular de su hija Julia… pero no por mucho tiempo. En el año 8 d.C., el poeta Ovidio recibió una orden fulminante del princeps (príncipe, primero entre iguales) Augusto debía abandonar Roma en forma inmediata y dirigirse a su nuevo domicilio forzado, una ciudad en la última frontera del imperio, sobre el mar Negro, de nombre Tomis, la actual ciudad rumana de Constanza.
No se dijeron las razones de la medida, aunque los comentarios iban y venían por toda Roma. Hablaban del rechazo del gobernante a los continuos reclamos de los senadores conservadores sobre sus versos que pregonaban el amor libre y sin compromisos, contrarios a la política fijada por él mismo. Otros hablan de alguna relación clandestina con Julia, la hija de Augusto; o el haber visto u oído algo que no debía, por su cercanía de la primera familia de Roma.

Era el principio de un largo y debatido castigo, cuya polémica llegaría hasta nuestros días, dos mil años después, como veremos la semana próxima.

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