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La zaga de don José Vicente Reynafé III/III

Por Jorge A. Allievi - Exclusivo para Comercio y Justicia
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El 22 de octubre de 1834 reasumió José Vicente después de una licencia. Pasada la Campaña del Desierto, el general Juan Facundo Quiroga se estableció con su familia en la ciudad de Buenos Aires.

Para ver parte I y II, clic aquí

El país gozaba de una tensa calma, repartido federalmente según los dominios territoriales: el litoral bajo el ala de Estanislao López; el norte y oeste con Facundo Quiroga y Buenos Aires en manos de Juan Manuel de Rosas.

Juan Facundo Quiroga deseaba influenciar en la provincia de Córdoba como lo apetecían los demás mandamases. Esto empujaría a Estanislao López y a Francisco Reynafé a encontrarse en septiembre de 1833. Son muchas las especulaciones de lo que se conferenció allí: ¿de las ambiciones de Quiroga, de las de Rosas?

A fines de septiembre del 34 estalló un serio conflicto entre las provincias de Salta y Tucumán. Siendo Buenos Aires la responsable de mantener el orden, se encomendó a Quiroga intentar saldar diferencias, y hacia allí partió el 18 de diciembre de 1834. Lo acompañaba su secretario, el coronel Dr. José Santos Ortiz. El gobernador santafecino escribió a su amigo Francisco Reynafé, dándole información de los motivos del viaje de Facundo, además de precisiones de cuántos y en qué viajaban, por qué caminos iban. En la carta López hizo mención de Barranca Yaco como una “cruzada larga y despoblada”.

Siguiendo a uno de los descendientes de Reynafé, el Dr. Ferreyra Soaje, éste nos dice: “No se equivocan Díaz, Zinny ni Saldías en sus sospechas (…) la carta privada lleva en sí la orden de exterminio del general Quiroga”. (José Vicente Ferreyra Soaje, 1991, 2 tomos).

El 24 de diciembre Quiroga llegó a Córdoba y, tras un breve descanso, marchó hacia el norte. Entre tanto José Antonio y Francisco Reynafé buscaban al oficial Rafael Cabanillas para que matara a Quiroga. Le dieron la orden de contactar a Santos Pérez y donde lo encontraran a Facundo, fusilarlo. Pero Cabanillas se demoraría adrede para evitar el magnicidio; lo que frustró la misión. Los dos hermanos Reynafé estallaron en ira y Cabanillas pediría la baja del ejército cordobés.

La misión de Quiroga fue exitosa. Se firmó el tratado de paz y amistad entre Tucumán, Salta y Santiago del Estero. Facundo decidió entonces el regreso a Buenos Aires a pesar de la advertencia sobre el macabro plan para asesinarlo.

“No ha nacido todavía quien se atreva a matar a Quiroga”, manifiestó. El 16 de febrero atravesó la Posta de Ojo de Agua, en Córdoba. Enterado Guillermo Reynafé, mandó dos avisos: uno al gobernador informando el ingreso a la provincia del señor general y otro al futuro matador, Santos Pérez, porque “ya es tiempo de asesinar al general Quiroga”. La orden de José Antonio Reynafé era lapidaria: debe ser muerto Quiroga y toda su comitiva, además de cualquier persona que pasara en ese momento por el lugar.

Juan Facundo Quiroga recibió un pistoletazo en el ojo izquierdo que le destrozó el cráneo; Basilio Márquez, en el interior del coche que transportaba a Quiroga, le hundió una cuchillada en la garganta para rematarlo. En tanto, Santos Pérez ultimaría de un sablazo a Ortiz. El resto de la escolta fue degollada.

Sólo se salvaron Agustín Marín, el correo que denunciaría la matanza, y un sirviente de Ortiz que venían en la retaguardia. Los cuerpos de Quiroga, Ortiz y Lueges -el correo que iba en la avanzada de la comitiva-, fueron conducidos a la Posta de Sinsacate. Facundo fue, luego de bañado en vinagre y encalado, trasladado a la Catedral de Córdoba, donde fue velado con honores acordes a su rango, siendo sepultado en el cementerio de los canónigos, al norte de la Catedral, hasta su traslado a Buenos Aires.

Si de algo no quedan dudas -lo que se desprende de los legajos de los juicios de Córdoba y Buenos Aires- es de la autoría de los hermanos José Luis, Francisco y Guillermo Reynafé y de Santos Pérez. Un manto de incertidumbres cayó sobre José Vicente, que la historia tendrá que develar.

Terminado el gobierno de Reynafé, el cargo de gobernador propietario fue ocupado por Pedro Nolasco Rodríguez, quien encarceló a José Vicente al entregarse voluntariamente. Ordenó además la captura de José Antonio, de Guillermo y de Francisco Reynafé. Éste huyó a Montevideo; José Antonio intentó alcanzar Bolivia, pero en Antofagasta fue atrapado por partidas del gobierno de Córdoba. Mientras que Guillermo aceptaría su culpabilidad en el juicio y contó todo cuanto ocurrió. Adujo haber cumplido órdenes de su superior, su hermano Francisco. El último en caer fue Santos Pérez, cuando los Reynafé ya estaban en Buenos Aires, prisioneros.

El 17 de octubre de 1835, el auditor de guerra Francisco Delgado elevó al gobernador el sumario respectivo. En éste Guillermo reconocía la autoría de los Reynafé, salvando la figura de su hermano José Vicente. No obstante, se sospecha del último: ¿Por qué no mandó a prender a Santos Pérez? Volviendo a Ferreyra Soaje, nos dice que, “Pese a estos argumentos exculpatorios –refiriéndose a las declaraciones de José Vicente en las cuales desconoce lo actuado por sus hermanos a sus espaldas-, queda en claro de sus declaraciones que D. José Vicente tenía conciencia de su falta de empeño en profundizar la investigación el crimen. Más aún, mandó a su hermano Guillermo hacer guardar el mayor silencio sobre el hecho. Un silencio fúnebre. A pretexto de estar la provincia amenazada.”

En Buenos Aires el instructor fue Manuel Vicente Maza, quien encontró culpables a los tres hermanos como autores principales, y a Santos Pérez como ejecutor. Creía que estos cuatro, conjuntamente con José Vicente, merecían la pena capital.

Rosas firmó las sentencias el 9 de octubre de 1837, y el 25 a las 11 de la mañana los hermanos Reynafé más Santos Pérez fueron fusilados en la Plaza de la Victoria.

¿Será este trágico y polémico suceso otra de las grandes incógnitas de nuestra historia, sin resolver? Tal vez la respuesta se la haya llevado don José Vicente.

(*) Diplomado en Patrimonio Cultural Latinoamericano – Historiador

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