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La revolución sandinista y las confesiones del comandante Tomás Borge

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 Por Silverio E. Escudero

¿En qué encrucijada de la historia habrá quedado aquel Daniel Ortega, comandante de la Revolución Popular Sandinista que, en la década de 80 del siglo XX, se erigió como un faro de Libertad contra el despotismo de Anastasio Somoza? ¿Dónde está aquel líder revolucionario que convocaba, con la mera enunciación de su nombre, a miles de jóvenes latinoamericanos, que llenaban plazas y estadios en un canto de solidaridad? ¿Dónde quedó el compañero Daniel que, en Managua, allá por enero de 1985, recibió a más de una centena de militantes argentinos que integraban el Movimiento de Brigadistas Libertador General San Martín, organizado por la Federación Juvenil Comunista, que marchó a colaborar, en aquellos tórridos campos tropicales, con la cosecha de café?

En la capital nicaragüense todo era algarabía. Aguardaban la llegada de los brigadistas cerca de mil quinientos argentinos, de distintas fuerzas políticas, que habían peleado junto al Frente Sandinista y ocupaban funciones militares y/o burocráticas en aquella Nicaragua lacerada por la pobreza, vilipendiada y sometida a enorme cerrojo económico por Estados Unidos.
A pesar de los gritos destemplados de los sectores conservadores, los jóvenes comunistas argentinos lograron marchar hacia Centroamérica. La imaginaron como una caravana de camiones y ómnibus “trepando” el mapa desde Buenos Aires hasta Managua; columna que: “recolectaría (…) voluntarios y provisiones a su paso por todos los países de América Latina, Pronto –cuenta Isidoro Gilbert en su libro La Fede (Buenos Aires, 2009)- esa idea se desechó por impracticable”.
La misma suerte corrió el intento de fletar un barco: “La veterana Fanny Edelman, responsable de las relaciones internacionales del PC, no estuvo convencida de la idea: ‘(…)no es lo mismo. En los micros, en los camiones se tocan los pueblos, las ciudades, se van sumando estudiantes, obreros. No es lo mismo (…)”.

Al fin, el viaje de los brigadistas del café –que se soñaba multitudinario e internacionalista- partió al mediodía del 4 de enero de 1985 en un charter del Lloyd Aéreo Boliviano, que cumplió la ruta Buenos Aires-Panamá y, desde ahll, un avión de Aerónica hasta Managua. Ciento veinte eran los viajeros. “Cada brigadista costó mil dólares, recolectados por bonos, recursos de festivales y de la caja de la FJC. Fue un operativo audaz y tenso por la presión que la administración Reagan había volcado sobre el gobierno panameño para evitar el cruce de la brigada. Y, antes, sobre Raúl Alfonsín; su gobierno temió que algún argentino pudiera morir en manos de la oposición armada. Las presiones del embajador norteamericano Frank Ortiz al presidente radical, para que apoyara la intervención norteamericana en el pequeño país, habían caído en saco roto.”
Todo, por entonces, era alegría. Se soñaba con un horizonte diferente. Los brigadistas vivían una hora augural. Observadores independientes notaron, temprano, cierto “desviacionismo pequeño burgués” en la dirección de la revolución.
Cuanto trascendieron esas apostillas dio la impresión de que había estallado en América Latina una bomba atómica. Ni en los tiempos de los crímenes de Stalin se notó tanto nerviosismo en el seno del Partido Comunista Argentino.
Sin embargo, los brigadistas no serán el tema central de nuestro breve ensayo. Sí, en cambio, pondremos toda nuestra atención en la figura del comandante Tomás Borge (1930-2012), fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional y ministro del Interior de la revolución. El hallazgo de un paquete de libros abandonados a la vera de la ruta 60 fue el detonante que necesitábamos. Allí aguardaba un largo y apasionante reportaje del cual transcribiremos algunos fragmentos.

Sabíamos, porque fue motivo de acalorados debates en los 80, que Borge fue el primero en sorprender con el cambio de hábitos y costumbres. Atrás había quedado el combatiente de rutinas cuasi espartanas. La llegada al poder –cuenta él mismo- cubiertos con un aura de santidad les hizo mal. Eran “los muchachos”, héroes del pueblo que habían liberado. Pero luego “vino la guerra, las presiones, la crisis económica y los errores, y los héroes que éramos nos convertimos en reyes”, se autocriticó.
Recién entonces entendió por qué hasta sus compañeros más fieles –que integraban su guardia personal y eran encargados del servicio de su residencia- se negaban a vestir librea y calzón, más propio de la corte del Rey Sol. Preferían siempre su ajado traje de combate. Tamaña noticia la dejaron trascender funcionarios del Ministerio de Seguridad del Estado de Alemania Oriental que habían sido contratados especialmente para instalar un sofisticado sistema de vigilancia en su mansión.
Borge, quizás el más sagaz periodista que haya dado el subcontinente durante el siglo XX y un poeta de fuste, continúa recordando. Lo hace, quizá, perseguido por sus propios fantasmas. Sabe, tal vez, que la historia no los recordará por haber tomado el Palacio de Invierno ni bajado de Sierra Maestra o resistido en Bahía Cochinos. Dilapidaron el enorme prestigio de la Revolución Sandinista, poniendo en boca de cualquiera el sagrado nombre de Augusto César Sandino. Hecho que facilita, en este tiempo, la reivindicación histórica de carniceros como los Somoza que han gobernado Nicaragua, por sí o por medio de amanuenses, desde enero de 1937 hasta el17de julio de 1979.
Es probable que la cercanía de la muerte –que acaeció el 30 de abril de 2012- hizo que profundizara el balance hasta niveles insospechados. Muy pocos comandantes militares han sido tan sinceros. Sólo basta comparar sus memorias, confesiones, entrevistas o la correspondencia privada para arribar a esta conclusión.

Preguntado por el éxito o fracaso de la revolución, dijo: “Siempre he considerado (los resultados) en términos de soberanía, lo más importante fue devolverle al pueblo la dignidad internacional. Se crearon conceptos de lealtad, solidaridad, participación ciudadana, y se enseñó al mundo que un país pequeño podía defenderse, no podía ser pisoteado por las potencias mundiales, como se ve mucho ahora, que por una ayuda que les dan a los pobres, les quieren imponer hasta los candidatos a la presidencia.
La Revolución, aunque ahora se vea lejana, fue un proceso de transformación que quiso darle la dignidad al pueblo para sentirse libre y dueño de su destino, eso se buscó y se logró en cierto modo, aunque eso se revirtió con los siguientes gobiernos.
Por ejemplo, aquí venían los gringos al inicio a ofrecernos millones a cambio de rechazar a Cuba, de plegarnos a ellos y de votar en la OEA contra Cuba, y nosotros les decíamos: aquí esto es una Revolución, no somos Somoza. Éramos amigos de Cuba y Cuba era amiga nuestra”.
Sin embargo, esa amistad poco influyó en el comportamiento de la dirigencia. “A pesar de ser amigos, no oíamos los buenos consejos ¡Tantos errores cometidos, jodido! ¡No sé cómo estábamos tan ciegos! Castro nos aconsejó que elimináramos el Servicio Militar. Nos aconsejó adelantar las elecciones al año de haber `botado´ (derrocado) a Somoza, no lo hicimos y esperamos hasta 1984”.

“Hubo otros consejos, otras sugerencias en materia económica, un montón de cosas que ellos habían hecho en Cuba y les habían salido mal, y nosotros las repetíamos en Nicaragua sin tomar en cuenta que allá se habían remediado, por la sabia visión de Fidel, pero ya ves, no les hicimos caso”, confiesa Borge, quien recuerda, dice él que sin nostalgias, aquellos duros días de guerra.“Y así nos llegó la derrota electoral de 1990 y fue una gran lección moral.
Fue un golpe a la arrogancia. Incluso muchos compartimos que si hubiéramos ganado, la soberbia nos hubiera regresado quizás a cometer los mismos errores, y tal vez lo positivo, a la larga e históricamente, estratégicamente, fue perder el poder para darnos cuenta de los errores”, concluye.
Nos queda una línea final. Esta dedicada a recomendar la larga e imprescindible conversación que sostuvo nuestro personaje con Fidel Castro y que se conoció bajo el título: Un grano de maíz: conversación con Fidel Castro.

Comentarios 1

  1. Los ensayos del señor Silverio Escudero son de una profundidad de pensamiento, de un criterio orientativo, de una seriedad, coherencia, rectitud que no tienen precio. Solo quisiera conocer como puedo conseguir todos los escritos realizados en el Comercio y Justicia por Escudero

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