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La hora del pueblo

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Los argentinos entramos en la recta final de un proceso electoral en los órdenes nacional, provincial y municipal, sin que ello logre instalar en el seno de la sociedad la esperanza de un cambio que nos permita recuperar la democracia al servicio del pueblo y un futuro de plena realización nacional

 Por Luis Esterlizi

El régimen democrático -ungido por un sistema de partidos vaciados en sus contenidos y en sus estructuras institucionales– ha demostrado el fracaso reiterado en sus propuestas trascendentes, ante una sociedad desencantada, angustiada y confundida, mientras algunos sectores persisten en sostener posiciones sectarias y excluyentes en lo interno, como si fuésemos distintas comunidades constreñidas en un mismo territorio.
El mecanismo que mueve la actividad partidaria y se ha extendido en todos los ámbitos es el que expone las diferencias, realiza denuncias y denostaciones y mantiene un statu quo sin que encuentre las tesis fundamentales que deben unir a los argentinos como hecho fundamental, para frenar el vaciamiento del país y los intentos por impedir nuestro propio crecimiento y desarrollo social.
A pesar de estas circunstancias, cada día que pasa -ante la profundización de la crisis- se advierte un aumento en las expresiones y manifestaciones en distintos ámbitos, sectores y clases sociales que proponen un gobierno y un programa de unidad nacional. Y, por supuesto, esto molesta a los que siguen extraviados por las ideologías en pugna que hoy no sólo son inútiles sino enormemente perjudiciales para el destino de los países que buscan construir su propia personalidad política, económica y social.

La historia ocultad y olvidada por la dirigencia en general
En las décadas de 60 y de 70, Argentina comenzó a mostrar el rostro de un pueblo endurecido por tantos años de desencuentros y proscripciones políticas pero -en cierta manera- iluminado por el espíritu libertario que suele recuperar cuando ve peligrar su existencia a partir de la inestabilidad política, económica y social que lo acosa indefinidamente.
Mientras tanto, se realizaban movilizaciones obreras, estudiantiles y de toda la sociedad, buscando un camino de salida a la opresión ejercida por gobiernos ilegítimos, entre las que fueron claros exponentes de una resistencia inmensurable tanto el Cordobazo como otras manifestaciones que se dieron en el país. En forma paralela, un sector importante de la dirigencia –tal vez la que más se habían enfrentado en el pasado– salió en la búsqueda de lo que se llamó “La Hora del Pueblo”.

Luego de la caída del dictador Juan Carlos Onganía, el 8 de junio de l970, se inició un acercamiento político entre Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín. Ambos eran en ese momento las máximas expresiones de los sectores peronistas y antiperonistas en que el país se había dividido en el pasado. Balbín, por aquel entonces líder de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), tomó contacto con Daniel Paladino, delegado personal de Perón, quien había sido derrocado en 1955 y permanecía exiliado en España y proscripto en Argentina. Balbín transmitió a Paladino su propuesta de reunir los partidos políticos a fin de acordar una serie de líneas democráticas comunes y emprender colectivamente negociaciones con la dictadura para la salida política del régimen hacia un gobierno elegido por la población. Perón, a su vez, apoyó la propuesta de Balbín y le escribió una carta personal fechada el 25 de setiembre de 1970, en la que el fundador del peronismo le dice al Presidente de la UCRP:
“Estimado compatriota: (……) Tanto la Unión Cívica Radical del Pueblo como el Movimiento Justicialista son fuerzas populares en acción política. Sus ideologías y doctrinas son similares y debieron haber actuado solidariamente en sus comunes objetivos.
Nosotros, los dirigentes, somos probablemente los culpables de que no haya sido así. No cometamos el error de hacer persistir un desacuerdo injustificado (…) Separados podríamos ser instrumentos; juntos y solidariamente unidos, no habrá fuerza política en el país que pueda con nosotros y -ya que los demás no parecen inclinados a dar soluciones- busquémolas entre nosotros ya que ello sería una solución para la Patria y para el Pueblo Argentino. Es nuestro deber de argentinos y frente a ello nada puede ser superior a la grandeza que debemos poner en juego para cumplirlo.”

La grieta de aquellos años comenzó a transformarse en la expresión y voluntad de la mayoría del pueblo argentino, convocada por sus máximos exponentes para el encuentro y la construcción de la paz y unidad de los argentinos. Pero este proceso iba mucho más allá porque se abría una instancia institucional que le adjudicaría al pueblo una cuota de mayor participación como garantía del derecho que inalienablemente le corresponden ejercer a los distintos sectores que en forma orgánica e institucional lo constituyen.
Lamentablemente, las mismas fuerzas y corporaciones a quienes les interesa manejar a discreción las decisiones fundamentales de los gobiernos como si el pueblo fuese una masa irresoluta e inoperante, aprovecharon diferentes circunstancias después de la muerte de Perón, y prosiguieron con sus acciones desestabilizantes, hasta que pudieron inducir el golpe de Estado de 1976.
Estos sectores -muy sectarios y extremos en sus ideologías- siempre participan desembozadamente en los regímenes democráticos hasta el momento en que se dan las condiciones propicias para dividir a la sociedad y frente a tales circunstancias poder incidir en las políticas de Estado que mejor favorezcan a sus intereses.

El legado inconcluso
Cierro este artículo transcribiendo párrafos de las palabras que pronunció Balbín en el velatorio de los restos del presidente Perón:
“Llego a este importante y trascendente lugar trayendo la palabra de la Unión Cívica Radical y la representación de los partidos políticos que en estos tiempos conjugaron un importante esfuerzo al servicio de la Unidad Nacional y del esfuerzo por recuperar las instituciones argentinas y que en estos últimos días definieron con fuerza y con vigor su decisión de mantener el sistema institucional de los argentinos.
En nombre de todo ello, vengo a despedir los restos del Sr. Presidente de la República de los argentinos que también con su presencia puso el sello a esta ambición nacional del encuentro definitivo de una conciencia nueva que nos pusiera a todos en la tarea desinteresada de servir la causa común de los argentinos.
No sería leal si no dijera también que vengo en nombre de mi vieja lucha (…) y por haber sido leal a la causa de la vieja lucha fui recibido con confianza en la escena oficial que presidía el Presidente muerto.
Ahí nace una relación nueva, inesperada, pero para mí fundamental porque fue posible comprender él su lucha, nosotros nuestra lucha y a través del tiempo y las distancias andadas conjugar los verbos comunes, la comprensión de los argentinos.

Pero guardé yo en lo íntimo de mi ser un secreto (….) saber que él sabía que venía a morir a la Argentina. Y antes de hacerlo me dijo: ‘Quiero dejar por sobre todo el pasado este nuevo símbolo integral de decir definitivamente para los tiempos que vienen que quedaron atrás las divergencias para comprender el mensaje nuevo: la paz de los argentinos’.
El encuentro en las realizaciones, en la convivencia, en la discrepancia útil pero todos enarbolando con fuerza y con vigor el sentido profundo de una Argentina postergada. Por sobre los matices distintos de las comprensiones tenemos todos hoy aquí en este recinto que tiene el acento profundo de los grandes compromisos -decirle al país que sufre, al pueblo que ha llenado las calles de esta ciudad sin distinción de banderías (…) y a todo el país recogiendo su último mensaje: ‘He venido a morir en la Argentina pero a dejar para los tiempos el signo de la paz de los argentinos’.
Frente a los grandes muertos (…) este viejo adversario despide a un amigo…

Ex ministro de Obras y Servicios Públicos de la Provincia de Córdoba, 1973/74.

Comentarios 1

  1. Miguel Irazoqui says:

    Estimados
    Es posible que en éstos tiempos difíciles que nos tocan vivir, la memoria hoy rescatada por el arq Luis Esterlizi de aquella circunstancia histórica, nos hiciera reflexionar acerca de la necesidad de volver a encontrar el camino de la unidad del pueblo por encima de cualquier grieta artificiosa creada y sostenida por los intereses de una «clase dirigente» que se vale precisamente del desconcierto que crean en el pueblo, para sostener un sistema perverso que demuestra cada día que solo sirve a los intereses de esas minorías contrarios al interés de la nacion y su pueblo.

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