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La historia nos condena

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 Por Carla Daniele Barra*

Algunos economistas incluyen a Argentina como un claro ejemplo de intolerancia a la deuda, esquema que encuentra la explicación de los recurrentes defaults en la conjunción de dos factores: una característica inherente de la economía, adquirida a lo largo de su existencia como Nación, y la conducta de los diferentes gobiernos que se endeudan por encima de su límite de tolerancia.
La historia nos condena, y una vez más vuelve a repetirse esta experiencia. La necesidad de reestructurar las obligaciones contraídas por el Estado se vuelve cada vez más inminente ante la situación de estrés financiero que está atravesando el país.
En los próximos meses el foco de la discusión estará puesto en las condiciones sobre las cuales se daría la posible reestructuración de la deuda argentina. Esto implica que los bonos actuales serían canjeados por nuevos instrumentos de deuda con diferentes características: distinto vencimiento, cupón y valor nominal. En tanto menor sea la quita de capital, mayor sea el cupón de los nuevos bonos y menor el plazo de diferimiento resultante de tal proceso de reestructuración, mejor sería la condición de los bonistas frente a los nuevos instrumentos que proponga el canje. Cabe destacar también que, tal como lo indica nuestra historia, podrían existir diferencias sustanciales entre los acreedores locales con respecto a los internacionales, generalmente en detrimento de los primeros.

Hace algunas semanas el Gobierno presentó un genérico proyecto de ley de reperfilamiento, sin haberse generado mucho consenso al respecto. Por otro lado, hace apenas unos días, el candidato opositor se mostró a favor de una reestructuración similar a la experiencia que tuvo la economía uruguaya en 2003, consistente en un alargamiento de plazos, sin quita de capital ni intereses.
Si bien los acreedores de los bonos desean un canje amigable similar al de Uruguay, las condiciones actuales de nuestro país parecerían limitar la efectividad de una medida de este tipo. En particular, la solidez del sistema financiero así como la situación fiscal no son las mismas, y el ratio deuda bruta/PBI es diferente al que contaba nuestro país vecino en aquel entonces. Con un nivel de deuda tan elevado como el actual, no aparenta ser sostenible en el tiempo una reestructuración que no recurra a cierta quita de capital. De hecho, este aspecto está siendo descontado en la cotización de mercado de los bonos.
Por otro lado, el mundo actual no está preparado para una reestructuración tan agresiva como la de nuestra experiencia más reciente y no aceptaría niveles de quita sumamente elevados. En definitiva, lo más razonable es esperar una solución intermedia entre ambos extremos.
Para que una reestructuración sea exitosa, el público inversor, tanto local como internacional, debe confiar en la sostenibilidad de la nueva propuesta. Esto funcionaría el marco de un plan consistente y serio, que permita contar con un alto nivel de aceptación, de manera tal que legitime la operación propuesta.

Si bien nuestra historia nos condena, también nos enseña. En episodios anteriores, responsabilizarse y aceptar el default de la deuda en realidad significó una posibilidad de recuperación más rápida que permitió desarrollar una política macroeconómica más sólida. Es una realidad que en las condiciones actuales, frente a una crisis motivada por la expectativa de una futura reestructuración, lo altamente costoso no es la reestructuración en sí, sino su postergación.

*Trader Financiera de Dracma SA

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