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La ciudadanía biológica vs. la ciudadanía política: una cuestión biopolítica de la sindemia

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Por Armando S. Andruet (h) twitter: @armandosandruet

En este último año y medio, todos nos hemos vuelto lectores de informaciones relacionadas con la epidemiología; hemos aprendido -entre otras cosas- a diferenciar las enfermedades endémicas, epidémicas y pandémicas. 

La endémica es una enfermedad que está cronificada en un territorio -durante épocas o permanentemente- por influencia de alguna causa especial; la epidémica es una dolencia transitoria, generalmente infecciosa, que ataca al mismo tiempo y en el mismo país o región a gran número de personas. 

Por último, la pandemia requiere, para su declaración mundial, que el brote epidémico afecte a más de un continente y que los casos de cada país ya no sean importados sino provocados por transmisión comunitaria. Ello fue declarado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) con fecha 11/3/2020 relativo al SARS-CoV-2. 

Memoro que la OMS declaró la pandemia cuando el virus había afectado a más de 124.000 personas en 114 países y provocado la muerte de más de 4.500. Los números actuales suministrados por la Universidad Johns Hopkins, al 24/9/2021, establecen un total de 230.619.562 casos y una mortandad de 4.729.061 personas, naturalmente en todos los continentes del planeta (https://www.bbc.com/mundo/noticias-54347255).

De todas maneras, nuestro horizonte sanitario se visualiza mejor que el considerado por todos un año atrás. No parecía, en septiembre de 2020, que los desarrollos de la industria farmacéutica iban a permitir desarrollar exitosamente vacunas en un tiempo tan breve. Con suerte -desafiando exigencias éticas hay que decirlo-, ello se alcanzó en menos de dos años.

Gran parte de esas vacunas fue autorizada por la OMS a ingresar en un protocolo de emergencia para tener una aprobación provisoria; además, fueron requeridas las mismas aprobaciones de emergencia ante las agencias nacionales o internacionales de certificación, tal como corresponde a la FDA para EEUU o la EMA para Europa.  Ello aconteció con diversas vacunas. 

Lo cierto es que el proceso de generación de un nuevo medicamento es cuando una vacuna abandona el período experimental al cual ha estado sujeta (atento a las cuatro fases que la integran), se convierte en un producto farmacéutico (no experimental) y puede ser ofrecido comercialmente como cualquier otro. Hace pocos días, la oficina nacional de EEUU citada aprobó definitivamente la vacuna Pfizer-BioNTech y hará lo propio con algunas otras en breve.

En paralelo, la OMS acaba de suspender el proceso de aprobación de emergencia de la vacuna rusa Sputnik V, aprobada sólo por el Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya, de la Federación Rusa y, por ello, la ubica por debajo de la condición de precaria. 

Los efectos políticos, económicos, sanitarios e ideológicos de ello son harto elocuentes. Por lo pronto, gran parte de ciudadanos de América Latina y el Caribe, que son países que han utilizado dicha vacuna, ahora se encuentra con la dificultad que todos hemos conocido y que no debe ser vista meramente como impedimento turístico-recreativo, sino como una afectación del desarrollo de la personalidad por frustración de proyectos de vida. 

En pocos días, los países centrales no admitirán la recepción de visitantes extranjeros que no tengan una certificación de vacunación completa de las vacunas que la OMS ha aprobado en emergencia y que serán, con el tiempo, las que completen su recorrido de aprobación definitiva por las agencias internacionales.

Sobre este punto del problema quiero detenerme. No me interesa discutir las razones por las cuales la inoculación fue con esa vacuna y no con otra. Por lo pronto, señalo que la vacuna Sputnik V ha demostrado no ser una vacuna ineficaz puesto que -tomando como testigo los equipos médicos en general vacunados con ella- se advierte que la defensa sanitaria ha sido exitosa. 

Me quiero referir al otro problema que subyace y que permite calificar la cuestión del SARS-CoV-2 como auténtica «sindemia», de la cual dice Fernando Lolas Stepke que es una noción en la que “hay una sinergia y coexistencia de causas y circunstancias que, sin negar el discurso sobre la salud amenazadas, hacen que la afectación sea global y se produzca tanto en la economía como en la política y en las relaciones humanas” (Acta Bioethica 2020;  26 (1): 7-8). 

La exigencia de estar vacunado -que no es lo mismo que no estar enfermo- con determinadas vacunas para ser «ciudadano global» es lo que delata que se consolide la tesis de la naturaleza sindémica de la enfermedad; y, con ello, la potencia con la cual los Estados aumentarán el concepto de intervención biopolítica sobre el mundo sanitario individual y social.

En ese lugar es donde nos encontramos hoy. Una de las grandes transformaciones que desde lo jurídico significó la consolidación del Estado de derecho en el siglo XVIII fue que los derechos individuales de las personas venían a reposar en una condición que desde lo antropológico se extendía a lo político, como fue la condición de «ciudadano» y, con ello, abandonar el concepto meramente territorial de ocupar esas personas un espacio sólo como habitante.

La «ciudadanía política» de las personas es la que nos define en el mundo global como perteneciente a un espacio, a una cierta manera de reconocer el mundo que habrá de comenzar desde lo oriental u occidental, pasará por la perspectiva democrática o autocrática, capitalista o no capitalista y tantas otras descripciones. A la que se agrega vacunado o no vacunado. 

Con la diferencia de que esta última condición se presenta como uno de los primeros epílogos de la sindemia, puesto que desde allí se habrá de reconstruir la mirada bipolítica que sobre el hombre cosmopolita se habrá de formalizar. Ya no importa cuál es la ciudadanía política sino que, por encima de ella, se levanta la nueva ciudadanía, que es la «ciudadanía biológica». Ella se exhibe, no con la rúbrica de un Estado que emite un pasaporte, sino con la huella biológica de estar vacunada esa persona con una determinada vacuna que para los otros países es adecuada y suficiente. 

La visa que para ciertos países es exigida como una suerte de prerrequisito con el que se hace un estudio acerca de las condiciones personales de las personas para habilitarlas o no en su ingreso, se ha extendido a una exigencia biológica que antecede a toda otra condición. Lo biológico manda sobre lo político.

Sin duda que a la vista de este episodio no podemos dejar de recordar un pasaje de un texto exquisito de Susan Sontag, cuando de manera promisoria, quizás, escribía lo siguiente: “La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar” (vide La enfermedad y sus metáforas y el sida y sus metáforas)

Todas las personas, entonces, que hayan sido inoculadas con aquellas vacunas que no sean las aptas para la comunidad internacional desarrollada habrán de advertir de que ese solo hecho sanitario produce una regresión sociopolítica significativa. Será su condición biológica delatada por una cierta vacuna la que vendrá a operar como condición necesaria para que su estatus de «ciudadanía política» sea infravalorado. 

En el caso de que la ciudadanía biológica no haya sido satisfecha, la ciudadanía política no emerge y, por lo tanto, esas personas, para aquellos países, han dejado de integrar la comunidad de «ciudadanos» y ahora conforman un nuevo colectivo que bien puede nombrarse como de «ciudadanos parias».

Quizás igual que Napoleón, quien luego de haber perdido Waterloo fue trasladado como prisionero del gobierno británico a la isla de Santa Helena, los «ciudadanos parias» -aunque con dinero- podrán disfrutar de algún descanso en la todavía agreste isla, la cual ofrece (fiel a su tradición ganada después del emperador) ser un lugar de recepción de personas vencidas, toda vez que no requiere cumplir con cuarentena ni tampoco presentar pasaporte biológico.

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