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Historia de la inmigración estadounidense (I)

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La atención del mundo se ha detenido en Estados Unidos. Al cierre de esta columna millones de estadounidenses decidían su futuro. Los comicios aparecen complejos. Uno de los candidatos abrió, irresponsablemente, la Caja de Pandora multiplicando tensiones, conflictos, aumentando el peligro de colisiones raciales, políticas y económicas.
Las primeras tracciones raciales remiten a los tiempos fundacionales. Así se refleja en la profusa correspondencia intercambiada entre George Washington y Marie-Joseph Gilbert du Motier, marqués de La Fayette. Discutían la política inmigratoria de Londres que, desde el siglo XVII, enviaba –sin consentimiento- a miles de niños a sus colonias de Asia, África y América, para asegurar la supremacía de la raza blanca. Situación que persistió a lo largo de los siglos hasta que, acuciado por las protestas, Tony Blair anuló esa aberrante disposición real.

Debate que comprometió la opinión, entre otros, de Benjamín Franklin, Thomas Jefferson, John Adams, Alexander Hamilton, John Jay y James Madison, a la hora de discutir el status jurídico de los miles de voluntarios y pioneros que formaron parte de los ejércitos revolucionarios que, aspiraban a transformarse en ciudadanos de pleno derecho de la flamante nación.
Ése fue el comienzo independiente de un país que nació y creció de la mano de millones de hombres y mujeres de todo el mundo quienes, por diversas circunstancias, tomaron la decisión de emigrar a Estados Unidos. Así constituyeron un elemento central del desarrollo general de ese país como nación de avanzada en la civilización atlántica a potencia mundial.
“Al igual que muchas otras sociedades, antes y después de alcanzar su independencia, Estados Unidos -anotan sus académicos más notables- dependió de la corriente de recién llegados del exterior para poblar sus tierras relativamente abiertas y sin colonizar. Compartió esta realidad histórica con Canadá, Sudáfrica. Australia, Nueva Zelandia y Argentina, entre otras naciones. En todos estos casos las potencias imperiales que reclamaban estos lugares tenían acceso a dos de los tres elementos esenciales para lograr su meta de extraer recursos naturales de la colonia. Tenían tierra y capital, pero carecían de gente para la agricultura, la explotación maderera, la minería, la caza y otras actividades similares.

Los administradores coloniales trataron de usar mano de obra nativa, con mayor o menor resultado, y permitieron el aumento del comercio de esclavos africanos, trayendo contra su voluntad a millones de emigrantes a estos puestos de avanzada en el Nuevo Mundo.
La inmigración, sin embargo, desempeñó un papel clave no sólo al hacer posible el desarrollo de Estados Unidos sino también al dar forma a la naturaleza básica de su sociedad. Su historia se divide en cinco períodos diferentes, cada uno de los cuales involucra diversas tasas de migración desde lugares del mundo distintos. Cada uno de ellos refleja mucho de la naturaleza básica de la sociedad y de la economía estadounidense y también contribuyó a darles forma.
Las restricciones llegaron subrepticiamente a fines del siglo XIX. Inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, el Congreso cambió la política básica de la nación sobre inmigración. La Ley de Orígenes Nacionales de 1921 no sólo limitaba la cantidad de inmigrantes que podían entrar a Estados Unidos, sino que asignaba cupos basados en los orígenes nacionales. Se trataba de una ley complicada que esencialmente da preferencia a los inmigrantes del norte y del oeste de Europa, limitaba mucho las cantidades del este y sudeste de ese continente y declaraba a todos los inmigrantes potenciales procedentes de Asia inmerecedores de entrar a Estados Unidos.

La legislación excluía al hemisferio occidental del sistema de cuotas y en la década de 1920 abrió el camino a la penúltima era de la historia de la inmigración en Estados Unidos. Los inmigrantes podían entrar libremente, y con frecuencia lo hacían, desde México, el Caribe y otras partes de Centro y Sudamérica. Esta época, que reflejó la aplicación de la ley de 1924, duró hasta 1965. Durante esos 40 años, Estados Unidos admitió, caso por caso, cantidades limitadas de refugiados.
Los refugiados judíos de la Alemania nazi antes de la Segunda Guerra Mundial recibieron un tratamiento especial, al igual que los sobrevivientes del holocausto después de la guerra, que los mostraba como privilegiados frente a personas desplazadas no judías que, ahora, huían de los pogroms comunistas de Europa oriental y los húngaros que buscaban asilo tras el fracaso de su alzamiento en 1956.
O los cubanos que huían después de la revolución de 1960, que encontraron un refugio en Estados Unidos debido a que su situación conmovió la conciencia de los estadounidenses. Pero la ley básica de inmigración siguió vigente.

La Revolución Cubana abrió un acápite especial en la historia de la inmigración estadounidense. Los exiliados cubanos, que constituyeron gobierno en el exilio, dominaron el horizonte y presionaron por una legislación especial que los protegiera. Logrado ese objetivo, trabajaron con denuedo para limitar el ingreso de nuevos inmigrantes latinos y, los que lograban, formaron parte de las legiones imperiales, cambiando ciudadanía por muerte.

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