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Gaspar de Miguel (II)

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Por Carlos Ighina (*)

La profundización artística de Gaspar de Miguel es la consecuencia esperable de una vocación tan manifiesta como inalterada. Finalizados sus estudios secundarios, desechó cualquier otro tipo de opciones para inscribirse en la Escuela Provincial de Bellas Artes, donde se encontraría con la figura magistral de don Emiliano Gómez Clara, junto a la presencia de otros maestros de un momento rotundo de la evolución de la plástica cordobesa, tal el caso de Carlos Camilloni, Francisco Lesta y Manuel Cardeñosa. De allí egresó con la especialización en escultura.
Tal vez ninguna referencia al aprovechamiento de los talentos de Gaspar de Miguel sea más valedera que la de Ángel T. Lo Celso, en su libro 50 años en el arte de Córdoba, cuando dice: “Su dominio de la materia plástica y su valor expresivo lo coloca ventajosamente entre los artistas que se encuentran en la escultura con dignos y destacables valores. Fue un artista cabal de modestia inveterada impropia de sus méritos”. Esta consideración moral será, a lo largo de su vida, el carácter distintivo de una personalidad tan rica como cordialmente llana.
En 1926 su hermano Martín, ya sólido y establecido en el mundo de los negocios, le abrió fraternalmente las posibilidades de su regreso a Europa para abrazar a la familia lejana y para enriquecerse recorriendo países donde el arte es un imperativo cultural sobresaliente.
Gaspar se detuvo especialmente en París, frecuentando los talleres de maestros de excepción como Marcel Gimond, Charles Despiau, Arístides Maillol y el gran Antoine Bourdelle, a quien visitó poco antes de que el autor del notable monumento a Carlos María de Alvear, emplazado en Buenos Aires, falleciera en 1929. Estos tres últimos fueron discípulos del insigne Rodin, mientras que Bourdelle recibió también enseñanzas de Falguiere, el autor de la estatua al General Paz -quien pasó sus últimos años litigando con las autoridades cordobesas para cobrar sus honorarios, pero sin éxito-.
Sin embargo, de Miguel, más allá de estas experiencias, abrevó aún más en las fuentes de su vocación de escultor y se remontó con avidez a modelos seculares tan señeros como los de los egipcios y los griegos, buscando el carácter y el ritmo esencial que debe inhabitar en cada obra.
Durante la permanencia de Gaspar en Europa aún reinaba Alfonso XIII, pero al año siguiente del regreso del escultor a la Argentina, la Segunda República derrocaría a “el africano”, quien se vería él mismo en la emergencia del exilio forzoso.

El monarca caído optó por el refugio próximo y cómodo de Roma, aunque en el valle de Punilla, en Capilla del Monte, a no demasiados kilómetros del lugar donde había arribado en desgarradora soledad el pequeño Gaspar, le había sido preparada una confortable y bucólica residencia, adornados sus jardines con flamantes fuentes de mayólicas y adquiridas fidedignas reproducciones de las principales obras de Goya para solaz del expatriado. Era el actual “Pueblo Encanto”.
En la París de esos días la colonia artística argentina era numerosa y participativa. De la sola mención de sus nombres podemos deducir la potencialidad creativa de esos jóvenes, quienes luego sobresaldrían laureados con enorme prestigio. Colectivamente se los puede indicar como el Grupo de París, de quienes se ha dicho que, convocados por el soplo de lo nuevo, constituyen una generación de creadores.
El punto de convergencia era el bohemio barrio de Montmartre y en particular los cafés, cenáculos, atelieres y talleres del boulevard Montparnasse, de los cuales el más frecuentado por los latinoamericanos era el Café de La Rotonde. Por allí deambulaban sus nocturnidades Antonio Berni, Juan Del Prete, Horacio Butler, Héctor Basaldua, Aquiles Badi, Ricardo Juan Musso, José Fioravanti, Víctor Pissarro, Alfredo Bigatti y Raquel Forner -estos últimos contraerían matrimonio años después- y Lino Enea Spilimbergo, entre otros.
A la “muchachada argentina”, como se los conocía, no le era difícil toparse en determinados reductos del boulevard con figuras emergentes de la plástica internacional como Picasso, Chagall, De Chirico, Modigliani, André Lothe, Charles Guerin, Diego Rivera, Tsuguharu Foujita -quien en Córdoba visitó el sótano de Deodoro Roca- o el mismo Bourdelle.
Muy bienvenida en la colonia rioplatense fue la permanencia de Leopoldo Marechal y causaron un entusiasmo contagioso las presentaciones, en el Teatro Fémina y en el cabaret Dancing Florida, de Carlos Gardel y sus guitarristas.
Era el momento de esplendor de la Mistinguett y Maurice Chevallier; mientras que el maestro Manuel de Falla, por su parte, descubría en París dos de sus más famosas obras El amor brujo y El retablo de maese Pedro.
También sumaba entre los argentinos la modestia de Julio Luis Mercado, celista becario en la Escuela de Música de París, que dirigía Pablo Casalls. Mercado se había criado en el Asilo de Niños Desvalidos y tenía por última residencia el internado de la Escuela de Artes y Oficios “Presidente Roca”, en el Parque Sarmiento, de la cual egresó en una especialidad técnica, oficiando a la vez de ayudante del maestro de banda.
El joven músico, a su regreso a Córdoba, sería el inspirador de la creación de la Orquesta Sinfónica de la Provincia de Córdoba.

(*) Abogado-notario. Historiador urbano costumbrista. Premio Jerónimo Luis de Cabrera

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