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El origen y el renacer de la era espacial: 4 de octubre, 1957 – 2021

laika
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Por Florencia G. Rusconi (*)

El 4 de octubre de 1957, hace 64 años, se lanzaba al espacio desde el cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán, el Sputnik 1. De esta forma, la humanidad ponía su primer objeto en el espacio ultraterrestre y daba origen a lo que se llamó la Era Espacial, empezando ofi­cialmente la carrera del espacio. La puesta en órbita de este satélite artificial, el primero en la historia, marcó el inicio de la corrida espacial y la exploración del Sistema Solar

Era poco des­pués de la medianoche en un remoto lugar del desierto de Kazajistán (ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, hoy Rusia), al este del mar de Aral. La zona se había escogido un par de años atrás como el sitio ideal para esta­blecer un campo de pruebas de cohe­tes militares de largo alcance .Aunque todavía sin nombre, la ba­se de lanzamiento se conocería años después como el cosmódromo de Baikonur. En realidad, Baikonur era un pueblo minero a más de 300 kilómetros al norte, pero se había escogido ese nombre para enmascarar su verdadera situación. 

El Sputnik, que significa en ruso «compañero de viaje« y expresa en ese idioma: «satélite» (en astronáutica y es una originalidad soviética), no era un artefacto muy sofisticado que digamos. Del tamaño de una pelota de básquet, su misión principal era realizar un estudio de la densidad de electrones en la ionósfera y comprobar el comportamiento de la tecnología en el ambiente espacial. También transmitía datos de temperatura y presión. Básicamente era una baliza espacial que hacía beep-beep; (se puede escuchar el audio original de su telemetría en https://soundcloud. com/matt-maberry/sputnik-1-telemetry-signal Se habían elegido frecuencias más ba­jas para que fueran fáciles de captar mediante receptores muy simples, como los que utilizaban los radioaficionados. Una de las primeras gra­baciones se obtuvo en Barcelona, aprovechando que en ese momen­to se celebraba el congreso de la Fe­deración Astronáutica Internacional, al que asistían científicos rusos.

Yuri Gagarin

Este primer satélite artificial era una esfera brillante de aluminio, de 58 cm de diámetro, provista de cuatro finas antenas de 2,4 a 2,9 metros de longitud. Su órbita alrededor de la Tierra distaba de la superficie de modo variable, con un apogeo de 950 kilómetros, que fue disminuyendo hasta 600, y un perigeo de unos 200. Tenía una masa de 84 kilos y en su interior, presurizado con nitrógeno, llevaba instrumentos para medir la temperatura en la capa externa de la atmósfera, donde los gases ya se encuentran muy enrarecidos. También portaba dos transmisores de radio, que durante tres semanas –hasta que se agotaron las baterías– estuvieron emitiendo una señal en longitud de onda de 15 y 7,5 metros, que muchos aficionados de todo el mundo se afanaban por detectar. En su primer viaje, tardó 98 minutos en orbitar la Tierra. Fue un acontecimiento inesperado y, sin duda, histórico: con el Sputnik nació la era espacial.

Prav­da publicó la noticia al día siguiente en una discreta página interior, sin darle más importancia. Pero Occidente no lo vio así. El 5 de octubre, las portadas de los periódicos de todo el mundo proclamaban la llegada de la nueva ´luna roja´. La URSS apenas había facilitado detalles al respecto, lo que contribuyó a aumen­tar la aureola de leyenda del Sputnik. Pero su otro objetivo, el más importante, era anticiparse al lanzamiento del Explorer I, satélite estadounidense que estaba pronto a terminarse. 

Y en Occidente, Estados Unidos se sobresaltó. Al día siguiente, el The New York Times abría a toda página con la noticia, donde destacaba que la sonda sobrevolaba Estados Unidos quince veces cada 24 horas. Aquel suceso, en plena Guerra Fría, conmocionó a la opinión pública, que sintió herido su orgullo nacional. Al margen de las repercusiones políticas y sociológicas, el Sputnik hizo que Estados Unidos reflexionara sobre su propia capacidad tecnológica.

En aquel momento, en Occidente no existía na­da remotamente comparable. EEUU pretendía el lanzamiento de un pequeño satélite artificial para explorar las capas altas de la atmósfera. En la URSS, ya en enero de 1956, el Consejo de Ministros había aprobado la construcción del suyo, infinitamente más ambicioso que el estadounidense.

De esta forma, un pequeño cilindro de aluminio daba inicio a la Era Espacial y a la largada de la Carrera Espacial, en la que los soviéticos, al principio, picaron en punta, consiguiendo:

  • poner el primer satélite en órbita
  • enviar al primer ser vivo a orbitar la Tierra (la perra Laika)
  • el primer hombre en el espacio (Yuri Gagarin)
  • la primera mujer (Valentina Tereshkova)
  • el primer paseo espacial (Aleksei Leonov)
  • los primeros en hacer aterrizar sondas en la Luna, Venus y Marte con las Luna 2, Venera 7 y Mars 3, respectivamente.

Sin embargo, fue Estados Unidos el que para el público en general se convirtió en el ganador de esta carrera, cuando la misión Apolo XI logró poner en la superficie lunar a los primeros seres humanos: Neil Armstrong y Edwin Aldrin, el 20 de julio de 1969.

Volviendo al Sputnik: la puesta en órbita del satélite generó un verdadero estado de pánico en EEUU. Recordemos que era 1957, plena Guerra Fría. A partir de ello, los norteamericanos tomaron conciencia de dos cosas: por un lado, de que con un cohete de esas características fácilmente podían alcanzar cualquier ciudad de su territorio con ojivas nucleares; y, por otro, que los soviéticos tenían la capacidad de poner cualquier tipo de artefacto orbitando sobre su territorio, sin ningún tipo de impedimento.

Muchos creyeron que había un error en el peso anunciado: debían de ser unos ocho kilos y medio, más o menos, como el modelo que proyectaban los estadounidenses. Cuando se confirmó que la cifra real era de 83 kilos, el asombro dejó paso al pánico: si la URSS podía po­ner ese peso en órbita, el mis­mo cohete también podría ha­cer llegar una bomba nuclear a cualquier rincón del globo.

Estados Unidos vivió una oleada de histeria. Imaginaban poco menos que una lluvia de misiles rusos sobre suelo americano, sin posibilidad al­guna de defensa. La reacción fue tan desproporcionada que pilló por sor­presa al mismísimo Nikita Kruschov, que hasta entonces no se había dado cuenta del valor propagandístico de esta clase de avances tecnológicos.

Al momento, Kruschov se convirtió en el más de­cidido promotor de los proyectos espaciales (cuanto más espectaculares, mejor) y en un maestro en sacar el máximo partido de ellos.

La siguiente ocasión se presentaría menos de un mes más tarde. ¿Sería posible repetir el éxito para celebrar el inminente congreso del Partido Co­munista de la Unión Soviética (PCUS)?

En tres sema­nas construyó otro Sputnik. Aprove­chó una unidad de reserva del prime­ro, al que añadió por fuera un armazón que soportaba unos medidores de ra­diación y una cápsula hermética en la que acomodar un animal pequeño.

La URSS ya había hecho algunas pruebas enviando perros a la estratos­fera mediante cohetes sonda, así que no fue difícil encontrar un pasa­jero y una cápsula ade­cuada, aunque no hubo tiem­po material de reali­zar ninguna prueba ni control de cali­dad.

El artilugio, que pesaba más de media tonelada, se instaló en el morro de otro cohete Semiorka, y el 3 de noviembre de 1957 se convirtió en el Sputnik 2. A bordo iba una perra llamada Laika, que pasó a ser la primera cosmonauta.

Lamentablemente, la del primer ser viviente en alcanzar la órbita es una de las historias más tristes de la carrera espacial. Laika tuvo un entrenamiento de verdadera tortura animal. Además, a pesar de lo que la URSS dijo durante cinco décadas, la perra no murió ni por asfixia ni fue sometida a eutanasia. En realidad, en la cuarta órbita alrededor de la Tierra, luego de haber sufrido un estrés inimaginable, Laika murió por recalentamiento cuando falló el sistema de refrigeración. 

Durante mucho tiempo los soviéticos afirmaron que la perra sobrevivió en órbita varios días, pero en 2002 admitieron que los controles climáticos fallaron y el animal murió en apenas seis horas del viaje, por sobrecalentamiento.

La historia de la conquista del espacio está llena de estos mártires, incapaces de comprender a qué estaban siendo sometidos ni por qué, y que en muchos casos murieron de formas horribles. Pero la historia de Laika es particularmente revulsiva, de principio a fin.

No obstante, Laika les dio a los soviéticos una victoria propagandística y a los estadounidenses otro dolor de cabeza. Por ende, en Estados Unidos creían que si la URSS había sido capaz de llevar un animal al espacio, pronto estaría en condiciones de enviar a un ser humano.

Así las cosas, se impulsó la enseñanza y la comunicación de la ciencia, y se puso en marcha una carrera espacial, de competitividad investigadora y técnica, entre las dos superpotencias del momento. El fenómeno duró poco más de un decenio y tuvo otros dos hitos destacados: la puesta en órbita de un ser humano, el soviético Yuri Gagarin, en 1961, y la llegada de Estados Unidos a la Luna, en 1969.

Hoy nos detenemos en esta fecha, no sólo por una mera efeméride científica sino también porque, a 64 años del inicio de las actividades espaciales por el hombre, nos encontramos ante el amanecer de lo que se llama la nueva Era Espacial o la Segunda Era Espacial.

¿Y de qué trata? Tal vez venga por algunos de estos puntos:

Recursos naturales. Existen varias empresas que planean explotar recursos naturales en el espacio como, por ejemplo, minería de asteroides. Parece ciencia ficción pero esto ya es una realidad. Dos empresas estadounidenses impulsan este modelo de negocio: Planetary Resources (uno de sus accionistas es Google) y Deep Space Industries. Éste no es únicamente un emprendimiento comercial. Tanto EEUU como Luxemburgo sancionaron leyes que permiten estas actividades en sus países; su intención es facilitar el desarrollo de tecnologías y empresas capaces de extraer metales preciosos, agua y otros compuestos de gran valor de objetos celestes próximos a la Tierra.

Turismo espacial. Empresas como Virgin Galactic planean ofrecer visitas a la órbita terrestre en una nave con seis tripulantes, a un costo de US$250.000, próximamente. Por su lado, Bigelow Aerospace pretende colocar módulos expandibles en órbita que funcionarán como habitaciones de hotel..

Lanzamiento y transporte espacial. La empresa SpaceX (del mismo Elon Musk del Hyperloop, SolarCity, The Boring Company y OpenAI, y de PayPal) revolucionó la industria espacial al crear un lanzador reutilizable, reduciendo el costo por lanzamiento hasta 30%. Otra empresa es Blue Origin, cuyo CEO es Jeff Bezos, también dueño de Amazon (como verán, todos pibes improvisados para hacer negocios). Su empresa se propone también la reutilización de cohetes orbitales y suborbitales.

Observación de la Tierra. Distintas startups ya poseen en órbita constelaciones de pequeños satélites que capturan, procesan y entregan imágenes de la Tierra en alta definición, casi en tiempo real. La utilización de esta gran cantidad de imágenes tiene un sinfín de utilidades, desde servicios para el agro hasta determinar el volumen de ventas de un shopping a partir de la cantidad de autos en su estacionamiento. La empresa Planet Labs cuenta con la flota privada de satélites más grande, con un total de 149. Los satélites de esta empresa capturan 50 billones de píxeles de la Tierra y recorren dos millones de kilómetros cuadrados diariamente. Otra de las empresas reconocidas en el mundo que ofrece servicios en este rubro es la argentina Satellogic.

Colonización de Marte. Aquí aparece nuevamente el amigo Musk. SpaceX tiene en sus planes construir una flota completa de naves con la que colonizar Marte para el año 2024. La nave que lo hará posible es la BFR (Big Falcon Rocket). Su objetivo: trasladar a los colonizadores al planeta rojo. La BFR tendrá capacidad para alrededor de 100 personas en 40 cabinas, e incluirá áreas comunes y sistemas de entretenimiento.

Como verán, el denominador común de esta nueva Era Espacial es la fuerte participación de empresas privadas. A diferencia de las décadas previas, cuando las agencias espaciales como la NASA, Roscosmos o ESA eran las que tenían la hegemonía y el impulso de las innovaciones en el espacio, hoy es el sector privado está a la vanguardia. El año pasado, la economía espacial global alcanzó un valor de US$329.000 millones y 75% de esas inversiones tenía origen en el sector privado, no en el de los gobiernos.

En los últimos años, gracias al avance tecnológico en materia de sensores remotos y de capacidad de procesamiento de datos, sumado al bajo costo de lanzamiento de satélites pequeños, se ha logrado el abaratamiento de estas tecnologías, lo que permite que startups, universidades y países en desarrollo puedan acceder al espacio. 

A diferencia de lo que sucedía años atrás, cuando sólo los países desarrollados o grandes empresas podían utilizar estas herramientas, hoy pequeñas y medianas empresas cuentan con la posibilidad de construir satélites pequeños, de bajo costo, dotados de cámaras y sensores capaces de recolectar enormes cantidades de información de la superficie de la Tierra, diariamente, convirtiendo el mundo en un gran data set. 

Este renacer de la Era Espacial también trae aparejada una serie de problemáticas a ser tratada tanto desde el punto de vista tecnológico como legal. Uno de ellos es la contaminación de las distintas órbitas de la Tierra con desechos espaciales. La facilidad para acceder al espacio genera gran cantidad de basura, que hace que la actividad espacial sea cada vez más compleja y riesgosa. Otro tema que preocupa a los especialistas es la militarización del espacio. Si bien existen tratados internacionales que limitan las actividades militares en el espacio ultraterrestre, la Luna y cualquier cuerpo celeste, las principales potencias del sector aeroespacial ensayan nuevas armas como, por ejemplo, los interceptores cinéticos exoatmosféricos (sí, sí, la Guerra de las Galaxias, posta). Básicamente, es un satélite que se coloca en el mismo plano orbital que su objetivo y lo choca para eliminarlo. 

Si pensamos entonces en el gran avance tecnológico que sucedió en estos breves 64 años, sumado a los nuevos actores, el nuevo contexto histórico, resulta evidente que esto debe también confluir en un nuevo marco normativo que no obstaculice estos avances y que, a su vez, garantice la sustentabilidad de la utilización de espacio para nosotros y para las próximas generaciones. Problemáticas tan trascendentales como la militarización del espacio, la colonización de Marte o la minería de asteroides representan un desafío científico y tecnológico pero también requieren de la renovación del cuerpo normativo que regula nuestra actividad humana en el espacio, que se quedó en la de los tiempos del Sputnik 1 y de la llegada del hombre a la Luna en 1969.

Pero Sputnik fue mucho más que un invento ruso: permitió expandir las fronteras de la conquista mundial más allá del espacio e impulsar la carrera espacial rusa y estadounidense.

Satélite y vacuna 

El nombre Sputnik está hoy en boca de todos en Argentina. Es el nombre de una vacuna rusa contra el covid-19, que se llama Sputnik-V.

El nombre contiene una carga profundamente política e histórica, ya que representa una nueva victoria contra Estados Unidos en la carrera científica y tecnológica que corren ambas potencias. «Rusia habrá llegado primero», dijo un ministro con relación a la vacuna.

 La anunciada vacuna rusa, ¿caminará sobre ruedas?

Como se ve, el nombre de la vacuna tiene un alto peso histórico y emocional para Rusia. La denominación Sputnik V corresponde al primer satélite soviético que la URSS logró poner en órbita en el espacio, en una de sus mayores victorias ante Estados Unidos durante la Guerra Fría.

Aunque el mundo ya no está polarizado y la Unión Soviética no existe más, Rusia vuelve a marcar la historia llegando primero en una carrera. Ahora sus contrincantes son variados: Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Japón, India, estados árabes y China participan de la disputa científica y tecnológica.


(*) Abogada. Docente jubilada de cátedra Derecho Internacional Público, Facultad de Derecho, UNC

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