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El infierno latinoamericano en la era de Trump

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Por Silverio E. Escudero

El infierno tan temido ha llegado. Está aquí y proclama las bondades de la guerra a pesar de la multitudinaria apelación de estadounidenses y latinoamericanos al poder de los dioses para torcer el destino. Donald Trump será, a partir de pasado mañana, presidente de Estados Unidos. El número 45 de una serie que dio comienzo el 15 de diciembre de 1788, cuando asumió la primera magistratura George Washington, después de derrotar al candidato federalista John Adams.
El nuevo presidente será, a tenor de sus dichos, hostil con la comunidad internacional. Cree que es capaz de refundar el poderío de Estados Unidos como potencia mundial, como metrópoli imperialista. Logrado ese objetivo, exacerbará la oportunidad de lanzarse a una nueva aventura bélica con el objeto de ser capital de un nuevo imperio sustentado en el discurso de la teoría de la dependencia.
El destino de América Latina aparece, al menos, complejo. El nuevo mandatario ha mostrado un profundo destrato por Latinoamérica. Considera a sus habitantes como “corruptos, delincuentes y violadores. Escasamente humanos”, usando igual cartabón racial que aquel que, en los años 30, consideró nuestra región como “el país de los monos”.
Para Michael Shifter, presidente de Diálogo Interamericano, reconocido centro de pensamiento con sede en Washington, por ahora es muy difícil saber de qué manera Trump puede afectar a América Latina, en buena medida porque el nuevo inquilino de la Casa Blanca “es muy impredecible y ha sido poco coherente en sus posiciones”. Puede resultar un “salto al vacío” y la posibilidad de «construir buenas relaciones» se basará, sobre todo, en su estilo y el tono de su retórica.
Durante la campaña de Trump las menciones a este pedazo del mundo fueron escasas pero contundentes. Así lo explica Juan Carlos Hidalgo, analista de políticas públicas sobre América Latina del Instituto Cato, centro de pensamiento cercano al ala más progresista del Partido Republicano, al decir: “Las propuestas de Trump concernientes a la región se limitaron a tres políticas muy específicas y -en el caso de las dos primeras- formaron el núcleo de su plataforma política.

La primera fue construir un muro en la frontera con México y deportar a los 11 millones de inmigrantes indocumentados que hay en el país. La segunda fue renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés, que Estados Unidos firmó con Canadá y México en 1992) y ponerle un arancel de 35% a las importaciones provenientes de México. Y la tercera fue revertir el acercamiento diplomático con Cuba (…) Trump fue muy explícito en estas propuestas y le quedará muy difícil echarse atrás sin verse mal y sin decepcionar a sus votantes. La implementación de estas tres políticas, sin lugar a dudas, deteriorará la relación de Estados Unidos con la región”.
Los países de Latinoamérica viven entre la resignación y el miedo. El miedo crece a medida que se comprueban los peores augurios. Profecías, arengas electorales, amenazas de circunstancias que se han reafirmado en vísperas de su toma de posesión. Insiste el “nuevo patrón” en construir un muro en la frontera con México y pone en duda los beneficios del Tratado de Libre Comercio que une a EEUU con Canadá. En tanto, temerosas multinacionales, responsables de golpes de Estado y magnicidios en el continente, retornan a la primera orden “a casa”.
Los encuentros y conversaciones telefónicas con un presidente latinoamericano no han surtido efecto. Fue más bien una puesta en escena en la cual Donald Trump, a la usanza de los emperadores romanos, recibió al presidente para hacerle saber cuáles eran las nuevas condiciones de su “pacto de sumisión”. Cuestión que motivó la grita de muchos, habida cuenta de que Washington sueña con pegarle un nuevo mordisco al país de los mariachis.
Si bien el resto de países de Latinoamérica no apareció en la agenda del hasta ahora presidente electo, los mensajes hacia México resonaron con gravedad en el resto de la región. La intolerancia a la emigración afecta también países centroamericanos, a los llamados del Triángulo Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras, que temen ver de vuelta a millones de sus ciudadanos y suspendidas las remesas de dinero; recurso casi imprescindible para mover sus economías de subsistencia.

Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales de la Fundación Getúlio Vargas (FGV), de Brasil, sostiene que es poco probable que Trump se ocupe de la región porque hace tiempo que Estados Unidos “no tiene un proyecto claro para América Latina. No tiene un plan que vaya más allá del combate al narcotráfico o la cuestión migratoria. Ahora bien, el impacto indirecto será grande, ya que estamos ante un mundo de incertidumbre. Se vive una ola de proteccionismo y un aumento de la inseguridad geopolítica que dificultan una mayor inserción de la región en la economía global (…) Como América Latina es considerada el patio trasero de los Estados Unidos, China teme que su influencia sea muy visible”.
Stuenkel agrega que desde el punto de vista de Pekín, esto podría ser visto como una provocación contra Washington.
“Los chinos, en este momento, no tienen por qué provocar a los norteamericanos. Del otro lado, las elites latinoamericanas todavía no perciben que China es, en muchas áreas, mucho más influyente que Estados Unidos. Incluso la izquierda, obsesionada con la posible influencia estadounidense, no se preocupa mucho por China”, afirmó.

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