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El fin sin color de un gran inventor

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Por Sergio Castelli * y M. Constanza Leiva ** exclusivo para COMERCIO Y JUSTICIA

Johannes Gutenberg, el inventor de la imprenta que hoy conocemos, nació en 1398, en Maguncia, que hoy pertenece a Alemania, pero que en aquel momento era parte del Sacro Imperio Romano Germánico. Y si bien no hay rastros de su educación, los productos de su ingenio dejaron a la vista que había recibido instrucción, y de la buena.

Pero pese a su invento de avanzada, Gutenberg no inició con el pie derecho en el mundo de los negocios, y lo que no empieza bien…

Cerca del año 1439, se asoció con tres conocidos para fabricar pequeños espejos metálicos para los peregrinos, pero después de un tiempo éstos lo acusaron de robo de metales. Una vez finalizado el juicio y cancelada la deuda que se le reclamaba, Gutenberg volvió a Maguncia y se asoció con un financista, que le prestó dinero para apostar en algo que lo tenía obsesionado desde hacía un tiempo: mejorar la forma de impresión, con una técnica que permitiría hacer copias de libros en la mitad del tiempo y con mejorada calidad.

Con la financiación obtenida, se dedicó a fundir en metal cada una de las letras del alfabeto por separado, e ideó un sistema para ponerlas una a continuación de otra y sujetarlas. Esas letras, combinadas, fueron palabras, y esas palabras, fueron páginas. Fue así cómo creó lo que lo haría pasar a la historia: los tipos móviles, que agilizaron la impresión y llegarían al mundo para quedarse.

Gutenberg probó su máquina imprimiendo un texto escolar de 28 páginas, pero rápidamente pasó a un proyecto de mayor alcance: una magnífica edición de la Biblia en latín, que concretó en 1455 y de la que hizo un tiraje récord de 120 ejemplares, de los que actualmente sólo sobreviven 46. En los siguientes años, Gutenberg imprimió más de seis mil obras y su invento se esparció por todo el mundo.

Según un artículo publicado por la BBC, cuando Enea Silvio Piccolomini, el futuro papa Pío II, vio parte de la Biblia de Gutenberg en 1455, lo elogió como «un hombre maravilloso» y señaló que «el tipo era tan claro que podía leerse sin gafas”.

El invento de Gutenberg generó un salto abismal para la escritura, ya que facilitaba considerablemente la producción de libros, lo que con los métodos antecedentes resultaba imposible. «La producción de material impreso comenzó a dispararse. Se imprimieron más libros en el primer siglo después de la imprenta que los que se habían copiado a mano en toda la historia de Europa anterior a Gutenberg», cuenta la BBC. La producción en masa también trajo consigo el abaratamiento de los libros, lo que facilitó el alcance de éstos por parte de clases con menores recursos.

Gutenberg había logrado pasar a la historia, pero no todo terminaría bien, ya que las deudas que había contraído para hacer realidad su obsesión era mucho mayor que las ganancias que obtenía. El último de sus prestamistas se negó a ampliarle el crédito y lo demandó, por lo que el gran inventor perdió su imprenta, todo su material e incluso los libros impresos. Quedó sumido en la total oscuridad hasta que finalmente, el 3 de febrero de 1468, mientras muchos otros se llenaban de dinero con su invento, Gutenberg murió con mucha pena y poca gloria.

* Agente de la propiedad industrial ** Abogada

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