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El enorme testamento ético-político del maestro Daniel Barenboim

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Como la memoria colectiva es frágil y antojadiza, de vez en cuando es menester sacudir las alfombras y acabar con las telas de araña que enturbian el cerebro, en un intento de despertar las conciencias.

Los argentinos somos particularmente ingratos. Desechamos, por cuestiones de política menuda, reconocer la carrera de auténticos talentos y se decreta de oficio su cancelación por no comulgar con la ideología del gobierno de turno.

Esta columna, iconoclasta por definición, rinde tributo a los dos más grandes pianos del siglo XX: Marta Argerich (n.1941) y Daniel Barenboim (n. 1942), que han forjado un inmenso legado artístico e intelectual de más de 60 años de actividad artística y compromiso humanista que, en casa, relegamos al más oscuro rincón del desván.

Esta vez nuestra mirada se posa en el enorme Daniel Barenboim, figura casi excluyente que ha ocupado gran parte del siglo XX y los años ya transitados de este controversial siglo XXI con perfiles propios. Tan personales que nunca ha dejado de encender ardorosas porfías y vehementes discusiones de las que nadie ha podido escapar.

Pianista precoz, con rapidez se hizo un lugar en el complejo mundo de la música. Tal fue su performance que muy pronto fue dirigido por las más altas batutas, hecho que lo situó como  uno de los intérpretes más respetados del mundo.    

Los críticos aseguran que las grabaciones de las 32 sonatas para piano de Beethoven y de los dos conciertos para piano de Brahms encontraron en Barenboim la “perfección”. Atributo que Euterpe concede a un puñado de elegidos. 

Pero hay otra faceta tan o más importante en este Barenboim nuestro que merece especial atención. 

Junto al filósofo, orientalista y melómano palestino Edward Said (1935-2003), creó la Fundación Barenboim-Said, que fue la base del mayor proyecto humanista de este tiempo que une la ética y la estética: West-Eastern Divan Orchestra (La orquesta del Diván de Este y Oeste), un conjunto orquestal conformado por músico judíos y árabes. 

El fundamento de la West-Eastern Divan Orchestra es evidente: la música y el arte son capaces de unir de forma armoniosa aquello que la política, los intereses económicos, el militarismo y las diferencias religiosas separan.  

Por ello, Barenboim ha alentado en todos los foros mundiales la idea de que Israel reconozca al Estado palestino.  

El 9 de mayo de 2004 pronunció el discurso más controvertido de su vida. Fue en el seno del Parlamento israelí, en ocasión de la entrega de los premios entregados por la Fundación Wolf.

Ese discurso, que ahora traemos a la memoria, integra la colección de documentos, declaraciones, discursos y manifiestos que conforman el entramado político e ideológico que sostiene nuestro compromiso antibélico y en favor de la paz. 

Responsabilidad que asumimos en plenitud cuando un general dipsómano  embarcó al país en una guerra absurda – como toda guerra- que costó cientos de muertos y marcó el camino de la pobreza de los argentinos.

Porque desde entonces nadie ha puesto en números el costo de la derrota y los alcances de los embargos internacionales que sufre la República Argentina.

Resulta imprescindible volver a aquel lejano 9 de mayo para escuchar al eximio Daniel Barenboim que, tras recibir el premio de la fundación, dijo:

“Quisiera expresar mi profunda gratitud a la Fundación Wolf por el gran honor que hoy se me está concediendo. Este reconocimiento es no sólo un honor, sino también una fuente de inspiración para mi actividad creativa adicional».

Recuerda el artista: «Fue en 1952, cuatro años después de la declaración de la independencia de Israel y siendo un muchacho de diez años cuando, junto con mis padres, llegué a Israel desde la Argentina. La declaración de la independencia fue una fuente de inspiración para creer en aquellos ideales que nos transformaron de judíos en israelíes. Este notable documento expresaba este compromiso: ‘El Estado de Israel se consagrará al desarrollo de este país, para el beneficio de todo su pueblo. Se fundará en los principios de libertad, justicia y paz, guiado por las visiones de los profetas de Israel. Concederá los derechos de igualdad social y política a todos los ciudadanos, sin importar diferencias de creencia religiosas, raza o sexo. Asegurará la libertad de religión, conciencia, lengua, educación y cultura’ (1). Los padres fundadores del Estado de Israel que firmaron la declaración se comprometieron, en su nombre y en el nuestro, a ‘buscar la paz y las buenas relaciones con todos los Estados y pueblos vecinos’ (2)«. 

Al respecto, Barenboim pregunta e interpela con profunda aflicción: ¿»Podemos nosotros, a pesar de nuestros logros, ignorar la intolerable brecha entre lo que la declaración de la independencia prometía y lo que cumplió, la brecha entre la idea y las realidades de Israel? ¿Se ajusta la condición de ocupación y dominación sobre otro pueblo a la declaración de la independencia? ¿Existe algún sentido de independencia de unos a expensas de los derechos fundamentales de otros?

¿Puede el pueblo judío, cuya historia es un registro de continuos sufrimientos y despiadadas persecuciones, permitirse ser indiferente ante los derechos y los sufrimientos de un pueblo vecino? ¿Puede el Estado de Israel permitirse el sueño irrealista de buscar un fin ideológico para el conflicto en lugar de perseguir un fin pragmático y humanitario, basado en la justicia social?».

También agrega: «Creo, a pesar de todas las dificultades, tanto objetivas como subjetivas, que el futuro de Israel y su posición en la comunidad de las naciones ilustradas dependerán de nuestra habilidad para realizar la promesa de los padres fundadores, tal como ellos la canonizaron en la declaración de la independencia.

Siempre estuve convencido de que no existe solución militar para el conflicto árabe-judío, ni desde lo moral ni desde lo estratégico. Y ya que buscar una solución es inevitable, me pregunto: ¿por qué esperar? Esta es la verdadera razón por la cual fundé, con mi difunto amigo Edward Said, un taller para jóvenes músicos provenientes de todos los países de Medio Oriente, judíos y árabes. A pesar de que, por ser un arte, la música no puede comprometer sus principios y de que la política, por otro lado, es el arte del compromiso, cuando la política trasciende los límites de la existencia presente y asciende a la más alta esfera de lo posible, ella puede ser acompañada por la música.

La música es el arte de la imaginación por excelencia, un arte libre de todos los límites impuestos por las palabras, un arte que toca la profundidad de la existencia humana, un arte de sonidos que atraviesa todas las fronteras. Como tal, la música puede llevar los sentimientos y la imaginación de israelíes y palestinos hacia nuevas e inimaginadas esferas. Por lo tanto, he decidido donar la dotación de este premio a los proyectos de educación musical en Israel y Ramallah. Muchas gracias».

La polémica estalló en el mismo momento en que se conoció la el resultado de la premiación. El presidente del Parlamento israelí no asistió a la ceremonia y el discurso de la ministro de Cultura estuvo cargado de odio. Odio que se volcó a las calles donde los ultra fundamentalistas clamaban matar al más grande director de orquesta que nuestro país entregó a la cultura universal. 

(1) y (2): Citas textuales extraídas por Daniel Barenboim de la Declaración de la Independencia de Israel.

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