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De escarnio judicial a la fama literaria

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Tuvo, en su particular vida, éxito literario a causa de una condena penal

Por Luis R. Carranza Torres

En mayo de 1703, Daniel Defoe, un comerciante sin éxito, deudor consuetudinario, contestatario político y escritor burlesco en su tiempo libre fue condenado en Londres por el juez Salathiel Lovell por libelo sedicioso, un escrito de 28 páginas en que se tomaba a risa y hablaba en burla del gobierno y el partido dominante en Inglaterra.
El magistrado, a quien Defoe ya había tomado antes para la chacota en unos versos, no tuvo mucha contemplación a la hora de dictar sentencia. Le impuso, a más de una multa elevada, el ser expuesto públicamente en la picota durante tres días.
Cabe destacar que la pena de exhibición en la picota, que entre nosotros fue legislada ya en el siglo XIII, en el libro de Las Partidas, de Alfonso X, se consideraba la más grave de las penas leves para los delincuentes, destinada a castigar mediante la deshonra.
Ello suponía, en la versión inglesa, estar en un cepo inmovilizado de brazos, cabeza y piernas a fin de que los transeúntes del lugar se burlaran o le arrojaran cosas, desde comestibles hasta barro y piedras.
Pero el caso es que Daniel Defoe, antes de ser «empicotado» -es decir, puesto en la picota como escarmiento-, desde su prisión escribió unos versos respecto a la injusticia que se cernía sobre su persona: «Aprende la justicia a adaptarse al interés/ y lo que ayer fue mérito, hoy delito es:/ las acciones dependen del color de los tiempos,/ y son virtud o crimen según les venga el viento./ Tú, que la trampa eres de la ley y el estado/ ni acabas con el malo ni asustas al honrado;/ el uno está curtido por la ofensa,/ al otro lo protege su Inocencia».
En tanto el autor cumplía su pena, sus amigos distribuyeron el poema, que resultó un éxito literario casi instantáneo. Se repitieron sus estrofas de boca en boca y quienes se acercaron a Defoe no sólo no lo insultaron sino que lo vivaban y le tiraban flores en lugar de basura, como usualmente sucedía.
Algunos hablan de que eso en realidad no sucedió y es parte de un mito de la época. En contraste, el historiador John Robert Moore, autor de una investigación sobre el novelista, expresó que «ningún hombre en Inglaterra, excepto Defoe, estuvo en la picota y luego se hizo famoso entre sus semejantes».

Como haya ocurrido su pública exhibición, luego de ella Daniel Defoe fue ingresado en la prisión londinense de Newgate, donde quedaría indefinidamente recluido hasta poder pagar la multa. Por fortuna para las letras inglesas y el espíritu libre de Defoe, la fama adquirida hizo que Robert Harley, primer conde de Oxford y líder torie, pusiera el metálico necesario para liberarlo. Claro que, a cambio, lo obligó a trabajar para él.
Fundó, al efecto, el periódico «A Review of the Affairs of France», dedicado a hacer panegíricos de su liberador. Antes de eso, luego de un ciclón que arrasó el sur de Inglaterra causando miles de muertos, había escrito una narración titulada «Thestorm», que se considera un precedente del periodismo moderno por reflejar en el texto el testimonio de testigos.
Luego de la muerte de la reina Ana, dejó el bando torie para sostener a los whigs. Pero el éxito literario que la pena de la picota generó, resurgió en 1719. El 25 de abril de ese año publicó la obra que iba a tornarlo famoso en su época y más allá de ella. El extensísimo título, a la usanza de la época, era: La vida e increíbles aventuras de Robinson Crusoe, de York, marinero, quien vivió veintiocho años completamente solo en una isla deshabitada en las costas de América, cerca de la desembocadura del gran río Orinoco; habiendo sido arrastrado a la orilla tras un naufragio, en el cual todos los hombres murieron menos él. Con una explicación de cómo al final fue insólitamente liberado por piratas. Escrito por él mismo.

Tal historia de un náufrago inglés que pasa 28 años en una remota isla desierta tuvo un éxito inmediato y una difusión universal, siendo considerada no sólo la primera novela inglesa sino la novela inglesa más popular de todos los tiempos. Al punto de, a finales del siglo XIX, tener la mayor cantidad de ediciones, traducciones y afines que ningún otro libro en la historia de la literatura occidental. No pocos lo consideran, por ello, el equivalente en inglés al Quijote de Cervantes.
Aprovechando el suceso, Defoe escribió una continuación menos conocida, Nuevas aventuras de Robinson Crusoe. También surgieron de su pluma otras obras muy populares en su tiempo, como La vida del capitán Singleton o Fortunas y adversidades de la famosa Moll Flanders. Ganó más que suficiente con ellas como para tener una vida acomodada. Pero las finanzas no eran lo suyo: perdió o gastó más de la cuenta, por lo que cuanto falleció, en 1731, se hallaba, como casi siempre, acosado por acreedores.

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