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Cordobazo: algunas cuestiones en el cincuentenario

Roberto Ferrero Exclusivo Comercio y Justicia
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Por Roberto A. Ferrero (*)

Cada vez que se celebra un aniversario del Cordobazo aparecen refritos numerosos en todos los medios que recuerdan de modo rutinario aquel gran acontecimiento que dio nuevos rumbos al país.
Muy conocidos como lo son los hechos que constituyeron su trama fáctica, en este cincuentenario consideramos que antes que volver a ocuparse de sucesos y personajes que están ya incorporados a la memoria popular, resultará más productivo reflexionar acerca de algunos temas controvertidos o poco abordados de aquel 29 de Mayo, que aún atraen la atención de memorialistas, periodistas e historiadores.
Uno de ellos es la tradicional disyuntiva entre organización o espontaneidad, en referencia a la característica central que revistió el Cordobazo. Por la primera explicación se han pronunciado quienes ponen de relieve que la marcha al centro fue consensuada entre los tres líderes principales: El “Gringo” Tosco, Elpidio Torres y Atilio López; que hubo reuniones previas entre el comando obrero y las organizaciones estudiantiles del Reformismo y el Integralismo que habían decidido acompañarlos; que se planificaron las rutas que los manifestantes debían tomar y hasta se previó el enfrentamiento con la policía y los medios para luchar, desde bulones y hondas hasta bolitas para los caballos de los represores.

Todo esto es cierto, pero no se contrapone a la versión opuesta -la del espontaneísmo del movimiento- sino que la complementa, porque las previsiones organizativas llegan hasta el nivel sindical-estudiantil mencionado, pero son superadas en el curso de las acciones callejeras, cuando impensadamente se incorpora masivamente la clase media urbana que algunos ensayistas denominan equivocadamente “los vecinos” (porque vecinos son todos, los del centro como los de los barrios y no constituyen una clase). Este aporte, así como la suma de miles de estudiantes no considerados, el carácter de la lucha con incendios de entidades simbólicas del poder opresor y el control del espacio público por parte del movimiento, fueron todos rasgos que aparecieron espontáneamente y desconcertaron por momentos a la dirección sindical. De manera que la disyuntiva planteada es inexistente en si misma: el Cordobazo fue un acontecimiento que combinó históricamente organización con espontaneidad.
Otro aspecto muy debatido, aunque en voz baja, es el de la preterición de Elpidio Torres, el dirigente máximo del Smata por una década. En efecto: el grueso, por no decir la totalidad de la historiografía, nacional y extranjera (digamos, por ejemplo, James Brennan) en manos de autores de izquierda, ha puesto de relieve el rol dirigente de Agustín Tosco, el secretario General de Luz y Fuerza, un gremio bastante de aristocracia obrera, un hombre culto, idealista, honesto, lector de los textos marxistas, gran orador y, sobre todo, factótum de grandes conquistas laborales para los trabajadores de la electricidad, que aun ahora la reacción no ha conseguido anular pese a su empeño.
Su entorno inmediato estaba formado por radicales y comunistas, no por militantes del peronismo. Por sus virtudes y su accionar, Tosco era más admirado por los estudiantes que por los trabajadores de los demás gremios quienes, no obstante las diferencias ideológicas, tenían por él un gran respeto. Todo cuanto se diga en favor de Tosco es merecido.
Todo esto es indudable, como es indudable la intervención decisiva que tuvo el “Negro” López, líder de la UTA (Unión Transporte Automotor) en la parálisis de los medios de transporte urbano y en las luchas precedentes y posteriores contra la dictadura y la defensa de la clase obrera de Córdoba.

Pero Elpidio Torres sólo figura en tercer lugar en el triunvirato obrero de aquel lejano Mayo del 69. Arrastraba su fama inmerecida de “burócrata”, y esta caracterización hecha desde fuera y desde dentro por las corrientes de izquierda lo condenó al casi anonimato, a una figuración borrosa. La historiografía peronista, prácticamente inexistente, no pudo por tanto defenderlo y poner las cosas en su lugar, salvo el esfuerzo del Dr. Lucio Garzón Maceda, quien lo conoció de cerca. Porque Elpidio no era un “burócrata”, al menos en el sentido cabal de ese término -que implica estar encaramado en el poder sindical por el fraude y las malas artes y servirse del gremio en su propio beneficio y en el servicio a la patronal-. Elpidio Torres podrá haber sido un “maniobrero” reprobable en muchas de sus actitudes, pero su liderazgo en el gremio de los mecánicos provenía del apoyo de sus bases, expresadas en los actos electorales y en las continuas consultas a sus afiliados en convocatorias culminantes del estadio Córdoba Sport de la calle Alvear, que albergaba cada vez entre 5.000 y 6.000 asistentes, donde cualquier trabajador, así perteneciese a las listas opositoras, podía hacer oír su voz. Por lo demás, ignorando las cuestiones ideológicas esgrimidas para descalificarlo y absteniéndonos de especular sobre sus deseos subjetivos, ateniéndonos sólo a los hechos, no se puede dejar de señalar dos circunstancia decisivas: una, que pese a su naturaleza de “Vandor cordobés”, tuvo la sensibilidad suficiente para receptar las presiones para parar que venían de abajo, de sus propios seguidores, y, dejando de lado sus diferencias con Tosco y los “marxistas” del lucifuercismo, buscó la unidad en la lucha con los jefes de Luz y Fuerza y de la UTA; y otra, que su poderoso sindicato puso en las calles los varios miles de obreros de las fábricas automotrices y metalúrgicas, sin los cuales el Cordobazo no hubiera existido, porque los otros dos gremios eran bastante menos numerosos.

Finalmente, otro asunto, sobre el que han reflexionado acertadamente algunos sociólogos, fue aquel que destruye las frágiles semejanzas que se han encontrado entre el Mayo Francés de 1968 y nuestro Cordobazo del año siguiente. Ellas existieron, sin duda, en el grado de las movilizaciones y en el hecho de que ambos fenómenos causaron la corrosión y la posterior caída de regímenes autoritarios: uno, más disimulado, el del general Charles De Gaulle en Francia, y el otro, sin disfraz civil, entre nosotros: el del general Juan Carlos Onganía, cuando ya era el gobierno del general Lanusse. Pero hubo entre ambos una diferencia esencial. Para decirlo en dos palabras: mientras que en aquel país europeo el Mayo fue una gran movilización estudiantil con consignas más bien de orden cultural, muy imaginativas, que logró arrastrar sólo una parte de los sindicatos y la mayoría de los grupos de izquierda, en Córdoba el caudillo social fue el proletariado industrial, al que siguieron -reconociéndolo como tal- el movimiento estudiantil, los sacerdotes tercermundistas y “los vecinos”, contando con la hostilidad de los grupos de izquierda que repudiaron la movilización programada porque era una “maniobra” más de la odiada “burocracia sindical”. Como ha dicho Héctor Menéndez, el pequeño burgués odia más las direcciones sindicales que las patronales, disfrazando de “revolucionaria” su hostilidad, que tácitamente lo es a la propia clase obrera. Además, ninguna de las frases ingeniosas que adornaron las calles de París en el 68 tuvo la profundidad política de aquella que en el barrio Clínicas proclamó en una esquina: “Córdoba, territorio libre de América”. Era el resumen de una realidad momentánea y un pronóstico de extensión continental de una nueva etapa -efímera, por cierto- de la Revolución Colonial de la periferia. Cuba había abierto el camino. Córdoba estaba transitando por él.
Como dice el Evangelio, “la verdad nos hará libres”, así que no temamos buscarla también en disidencia de las verdades consagradas por una versión unilateral de la historiografía laboral.

(*) Ex presidente de la Junta Provincial de Historia de Córdoba. Investigador Invitado del Instituto Interdisciplinario de Estudios e Investigaciones de América Latina (Indeal) de la UBA

Comentarios 1

  1. Un aporte sustancial para el conocimiento del Cordobazo, lúcido y esclarecedor.

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