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Codicia individual y estatal o reciprocidad humana cooperativa

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Por Roberto Fermín Bertossi (*)

¿Qué entendemos por codicia?

Ambición insaciable y apabullante, sin escrúpulos ni pausas para tener más, muchísimo más de lo que necesita para vivir. De allí que pueda llevar a personas, empresas y Estados a tener conductas al margen de la ética, de la legalidad y del cuidado de la “casa común”, profundizando desaprensiva e indolentemente la corrupción, la desigualdad y los privilegios. Con ello, consecuente y concomitantemente, un cruel descarte humano en todas sus versiones de desprecio, exclusión e insolidaridad generacional.

La codicia humana posee la paternidad irresponsable de la tragedia ecológica, la del covid-19, la de guerras (vg., actualmente entre Rusia y Ucrania, por ahora) y de tantas miserias irremontables, conocidas y desconocidas.

El himno del cantautor y músico argentino León Gieco Sólo le pido a Dios resume significativamente las consecuencias de la codicia humana precisamente cuando destaca: “… que la guerra no nos sea indiferente, / que es un monstruo grande y pisa fuerte / toda la pobre inocencia de la gente. (…) que el dolor no nos sea indiferente / y que la reseca muerte no me encuentre / vacío y solo sin haber hecho lo suficiente”.

Precisamente la codicia humana, insuflada de voracidad y perfidia, es indiferente a toda injusticia, a todo dolor, a toda solidaria reciprocidad, a toda fraternidad cooperativa, a toda libertad e igualdad, a todo derecho y garantía, a toda justicia, a toda verdad, a todo futuro, como verificamos en cada humano descartado que, desahuciado, involuntaria y desgarradoramente tiene que emigrar a lidiar con su vida y la su familia en una cultura diferente, no siempre hospitalaria y frecuentemente hostil.

Y, ¿qué entendemos por fraternidad humana?

Sobre ésta se manifiesta, interpelante y claramente, la encíclica Fratelli tutti, pero el imperio real de la codicia global e individualista diezmó fraternidades, vidas, valores, esperanzas, proyectos, ilusiones y buenos tratos propios de sanas, pacíficas y satisfechas convivencias humanas, imbuidas de respeto, altruismo y cooperación.

La ausencia de valores y predominancia de disvalores, de decoro, sobriedad y honestidad ante este momento crucial de la especie humana solamente encontrará eficaces contrafuegos en solidaridades, reciprocidades, fraternidades y mancomunidades continuas, permanentes e inmediatas.

La tercera encíclica del papa Francisco se ubica, cual faro fraterno rector, desde el contexto de la crisis del covid-19 y propone lo que debería ser cada sociedad nacional y el sistema del mundo después de la pandemia. Es un documento de análisis y de propuesta fechado en Roma el 3 de octubre de 2020.

¿Qué valores nos invitan a vivir la fraternidad?

Según Francisco, la verdadera fraternidad elimina las diferencias jerárquicas y nos hace solidarios con los demás, aprendiendo a mirar fuera de nosotros mismos. Todos poseemos la misma dignidad. La grandeza del otro embellece nuestra vida. La fraternidad siempre necesita de la libertad individual para elegir a los otros como hermanos.

Por su parte, el antropólogo Dominique Temple es promotor de la teoría de la reciprocidad. Esa idea de la acción solidaria está apoyada en la reciprocidad de dones y no en el intercambio desigual y la acumulación en unos pocos y empobrecimiento de la mayoría. Reciprocidad que ya en Aristóteles era el fundamento de la justicia, de la amistad y de la responsabilidad.

Fratelli tutti también nos exige encarnar el derecho de los migrantes a buscar una vida mejor y al que tienen los indígenas de que se respeten su tierra, cultura y costumbres. Habla también de los derechos de las mujeres. Ofrece su concepción del pueblo que ciertamente no coincide con la de los actuales populistas de izquierda y de derecha.

¿Qué nos enseña Fratelli tutti?

La sana política que propone el papa consiste en promover el bien de todos y facilitar el desarrollo de todas las esferas de la vida social y comunitaria; generar fuentes de empleo; propiciar y vincular a personas con oportunidades de crecimiento; y velar por el acceso igualitario y equitativo a todos los servicios.

Pero, atendiendo a encrucijada tan inédita con consecuencias y secuelas tan difíciles, agudizadas por una lacerante desigualdad por la que atraviesa o se desplaza como puede nuestro país y el mundo entero, resulta de particular importancia el entusiasmo, la esperanza e inspiración propios del papa Francisco destacados en la Fratelli tutti. Aspectos vívidos que nos pueden iluminar y despertar para la construcción de un mundo más inclusivo, menos fragmentado, más creativo y fecundamente abarcativo.

Francisco critica el sistema económico que convierte al ser humano en un ser de consumo. Dice: “Hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores. El avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes. De este modo, la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales que aplican el ‘divide y reinarás” (FT, 12).

Así las cosas, lo que aquí y ahora está en juego es toda la supervivencia humana, la sustentabilidad ecológica suficiente para la vida y para toda vida, no sólo embrionariamente humana sino también vida celular y microbiana de la tierra, vida vegetal de los cultivos, vida animal del ganado y, finalmente, vida humana de personas jóvenes y viejas (productores, agricultores, colaboradores, usuarios, consumidores, adultos mayores, profesionales). Vidas que, recíprocamente, se sostienen unas a otras.

Cabe preguntarse entonces dónde quedaron los caminos y avenidas con expectativas para todos según esa noble igualdad establecida e instituida en el Himno Nacional Argentino; dónde están los alimentos para todos conforme su originaria destinación universal y, fundamentalmente, ¿qué pasó con su vital y crucial puesta en común?

¿Cómo y cuándo se perdió el respeto y el cuidado de nuestros adultos mayores (incluso aquellos progenitores de los propios codiciosos)? ¿Quién transó la dignidad y el júbilo de pensionados y jubilados “ordinarios” por sus “ascuas permanentes” actuales? ¿Quién levantó y elevó el reino de la holgazanería, del lucro y de la intermediación parasitaria actual, en medio del cual y para el cual, pocos, demasiados pocos trabajan con su esfuerzo propio personal a destajo e infrarretribuido, carcomiendo lo poco que queda de los cimientos de nuestras obras sociales, de nuestras jubilaciones presentes y futuras? ¿Cuándo extraviamos empatía y espíritu y senderos de reconciliación?

Sospecho que Enrique Santos Discépolo anticipó muchas respuestas a tales interrogantes en las letras ominosas de su tango Cambalache; al fin y al cabo, en esta realidad humana oprobiosa, hoy hasta lucen “optimistas” en este Reino del Revés de María Elena Walsh con su hermenéutica peculiar y bullanguera del Dios de Spinoza.

Efectivamente, cómo no preguntarse dónde y cuándo extraviamos el sentido más noble y cabal de la vida humana. ¿Cuándo extraviamos el respeto por el otro, por lo ajeno, por todos los bienes naturalmente comunitarios? ¿Cuándo nos olvidamos de la ética e idoneidad y descalificamos la moral, la honestidad y la justicia en la función pública?

Cada valor e institución aludida e innegociable, solamente queda cabalmente institucionalizada y legitimada cuando su propósito o único fin no es otro que el bien común para un buen vivir que se corresponda, ecuánime y equitativamente, con la dignidad inherente a cada persona humana; digo, a todos los todos del todo social.

En las cumbres y conferencias temáticas especializadas de las Naciones Unidas, los y las admirables nuevas y viejas “Greta Thunberg”, infructuosamente una y otra vez advierten de que los plazos naturales se agotan vertiginosamente para el cuidado del ambiente y el desarrollo humano sostenible. (En 2022 se cumplen 50 años de la designación del 5 de junio como Día Mundial del Medio Ambiente en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, en Estocolmo. “Una sola Tierra” fue el lema de esa conferencia, celebrada en 1972, que 50 años después sigue vigente: este planeta es nuestro único hogar y es responsabilidad de la humanidad salvaguardar sus recursos finitos. Esta vez, la consigna “Una sola Tierra” destaca la necesidad de vivir de forma sostenible, en armonía con la naturaleza, por medio de cambios sustanciales impulsados por políticas y elecciones cotidianas que nos guíen hacia estilos de vida más limpios y ecológicos). El inevitable ultimátum podría ser de ejecución tan ficta como omnicomprensiva y autoexterminadora de la raza humana.

Finalmente, con tanto “Babel”, tanta esterilidad e incomprensión, no sorprendería un epitafio sobre cuando, egoístamente, la humanidad se eyectó -autodestructivamente, con toda insolencia e insolidaridad generacional- de este mundo bello, mágico y maravilloso, el único y mismo del que nos supo cantar Louis Armstrong.

Por último, ¿estamos a tiempo y aún conservamos la crucial opción “codicia individual y estatal o fraternidad humana y cooperativa”?


(*) Docente, profesor e investigador universitario

Comentarios 1

  1. Norma Caon says:

    TODO ES UN DESASTRE…. MIENTRAS NO HAYA JUSTICIA EN TODOS LOS SENTIDOS Y EN TODOS LOS ÁMBITOS, EN VEZ DE VIVIR, MORIREMOS TODOS LENTA Y SILENCIOSAMENTE…

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