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Breve historia de los servicios secretos (3/4)

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Existe una tendencia generalizada que criminaliza la tarea de los servicios secretos. Quienes lo hacen pretenden ignorar ex profeso su función vital para garantir los fines, la seguridad y la defensa del Estado.

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Por lo tanto, se ha explicado hasta el hartazgo, tienen la misión de asegurar que los demás Estados no puedan conocer sus intenciones y pretensiones geopolíticas y geoestratégicas y protegerse frente a amenazas o peligros que provienen del interior o de fuera del propio Estado. En este sentido, “se manifiesta la relevancia de mantener en secreto o, lo que es lo mismo, sin publicidad, los objetivos y las políticas de seguridad interna y externa del Estado.”

El Estado y el secreto, anota, por su parte, Ana Aba Catoira, de la Universidad de La Coruña, van unidos en el ejercicio del poder: “Es que el mayor poder –nos dice- es el que trae el conocimiento obtenido por medio de la información. Por eso los gobiernos tienen la necesidad de actuar bajo secreto y por eso los gobernados se convierten en seres transparentes ante los gobernantes. Ya Francis Bacon –en su obra El Avance del Saber- señaló que ‘las naturalezas y disposiciones del pueblo, sus condiciones y necesidades, sus divisiones y combinaciones, sus animosidades y descontentos, deberían ser, habida cuenta de los diversos medios de información de que disponen (…) en gran parte claros y transparentes”.

Con el constitucionalismo y la instalación del Estado de Derecho –continúa la doctora Aba Catoira- el secreto y el desconocimiento por parte de los gobernados de los asuntos públicos deja paso al principio de la publicidad como “requisito imprescindible para el debate democrático que exige la formación de la voluntad general (…) pero que también admite excepciones que dan entrada a la utilización del secreto. En todo caso, la regulación, como excepción al principio democrático de publicidad o transparencia, ha de partir del presupuesto básico en un Estado de Derecho, esto es, la libertad de dar y recibir información. El secreto de Estado es, pues, una cuestión que está ahí desde el surgimiento del propio Estado como forma de organización del poder”.

La discusión se torna interminable, sin tiempo. Cuestionan la naturaleza del Estado y el sistema de representación. Planteo que esconde la idea de la disolución de la Nación y la desaparición del orden jurídico, tal como lo advirtió José Ortega y Gasset, en su segunda visita a la ciudad de Córdoba, cuando estaba en auge el despertar fascista en Argentina.

Estas disquisiciones han tenido por objeto establecer un marco referencial al tema central que nos ocupa. La búsqueda del nuevo escenario nos lleva a China. Desde la configuración del Imperio en -221 a.C-, los emperadores aceitaron un poderoso mecanismo de vigilancia y delación que les permitía monitorear el pensamiento de las cientos de nacionalidades que albergaba en su seno. Se cuenta que en tiempos de la dinastía Qin armaron un ejército paralelo cuyos jefes actuaban como si se tratara de verdaderos procónsules de inconmensurable poder. La dinastía siguiente –los Han- procedió a realizar la primera gran limpieza racial de la que se tenga memoria, ejecutada por su servicio secreto que comandaba un general mongol, Misaila Osejo.

Entrado el siglo XIX estalló la Primera Guerra del Opio. Los prolegómenos del enfrentamiento entre Gran Bretaña, Irlanda y China fueron crueles. Era una guerra silenciosa protagonizada por espías. Cientos, miles de habitantes fueron sacrificados en forma clandestina. Cuando tronó la metralla y la guerra concluyó con la firma del Tratado de Nankin, el 29 de agosto de 1842, las potencias triunfantes impusieron severas penas a Pekín. Incluían la prohibición de exportar opio a Occidente. Los puertos de Cantón, Amoy, Foochow, Ningbo y Sanghay vieron arriar la bandera china mientras la fanfarria británica saludaba el izamiento la de la Unión Jack. Tuvo que desarmar su ejército y “licenciar” a los miembros del servicio de inteligencia chino que fueron deportados a las posesiones británicas en el Caribe. Ingreso no registrado por las prolijas autoridades coloniales inglesas.

El salto histórico se justifica porque nuestro espacio comarcal es escaso. En 1949 fue creado el Ministerio de Seguridad Estatal de la República Popular China (MSS) apenas se proclamó el nuevo régimen. Su control, junto con el de las fuerzas armadas, depende del Partido Comunista Chino y no del Estado. Como todos los organismos de su especie, centran sus labores en la seguridad china a un lado y otro de las fronteras.

Si bien no se han podido detectar operaciones de resonancia, sus redes de espionajes son numerosas y extensas. La comunidad china desplegada en los cinco continentes es la nave madrina que los contiene. Las desplegadas en África, Asia, Europa, América Latina y Estados Unidos proporcionan informaciones excepcionales que son miradas con lupa por la central de informaciones china. El contraespionaje estadounidense han destapados verdaderos escándalos. Las fuerzas armadas de Estados Unidos como sus partidos políticos están pobladas de espías. Sin embargo, hoy, no es ésa la preocupación central de las autoridades de Pekín. Temen el levantamiento de la China musulmana y su unión con los resistentes del Tíbet. Los observadores militares suponen que cerca de 30 mil espías han sido desplegados en la zona y están autorizados a matar a los líderes secesionistas.

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