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Atenas profundiza la confusión de Europa

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Por Silverio E. Escudero

Grecia acaba de dar otro férreo golpe ¿inesperado? a la Unión Europea. Alexis Tsipras, aquel líder griego que traicionó a sus electores para complacer a las exigencias de la Troika europea, tras los resultados de las elecciones británicas por la salida ha lanzado una nueva “gesta libertadora”.
Epopeya que tiene mucho del pseudo progresismo latinoamericano, en el cual lo escenográfico tiene importancia capital a la hora de seducir a un electorado que deberá hacerse a la idea de la “inefabilidad e infalibilidad” de su líder. Dispositivos usados por toda la tradición religiosa judeocristiana y transmitida por toda la cultura occidental a todo el mundo greco-romano.
Pretende el partido de los gobiernos sancionar una mueva constitución fundacional de la “Grecia del Siglo XXI”, con el objeto de construir una “sociedad más justa, más democrática, más equitativa y solidaria” que restrinja participación, en la escena pública, de los partidos políticos. Y, por cierto, geste una nueva alianza política entre quien ejerce el poder real –Tsipras- y el pueblo, forjada en un asambleísmo que debe “terminar con lo viejo” para cambiar las estructuras estatales y corregir sus defectos “propios de un Estado burgués, prebendario y anquilosado.”
La solución elegida tiene mucho de latinoamericanismo explícito. Ataca las representaciones políticas. Considera que hay que reducir el número de representantes al parlamento y afrontar la crisis política “mediante una revolución democrática”. Revolución que requiere un procedimiento rápido, ejecutivo, exprés en la sanción de las leyes “con la participación directa del pueblo, y no entre las cuatro paredes del hemiciclo”, desechando, de paso, cualquier intento de control de los actos del Poder Ejecutivo. Y, de paso, someter al Poder Judicial a la voluntad del gobernante mediante la creación de mecanismos anti-republicanos similares a los utilizados en América Latina para someter y amedrentar a jueces y fiscales que, aferrados a la ley, defienden su potestad jurisdiccional.
Anunció, además, como avance, modificaciones en el régimen municipal. A partir del primer día de septiembre los alcaldes perderán autonomía política y funcional. No podrán tomar resoluciones sin la participación popular en los ayuntamientos y administración local. El diálogo con los ciudadanos y vecinos es excluyente y a él no pueden acceder los extranjeros. Los opositores han señalado las debilidades del sistema: restringe la autoridad ejecutiva, por ejemplo, en casos de catástrofe o tragedias humanitarias.
Cuando -en la próxima primavera- finalice esta ronda de asambleas que debe llevarse a cabo a lo largo y ancho de la antiquísima Helade, será el turno de los partidos políticos que analizarán las propuestas populares pero no podrán alejarse de lo resuelto por los asambleístas aun a sabiendas “de que habrá discusiones, nuevas ideas, grandes dilemas (pero no) debemos temer estos dilemas, tenemos que tener en consideración lo que diga el pueblo”, afirmó el jefe de gobierno.
En tanto, el pueblo está siendo instruido por el aparato publicitario y político del gobierno para que todo el poder se concentre en la figura presidencial. Único capaz de superar todos los padecimientos a los que han sido sometidos los griegos tras sus reiteradas quiebras, exaltando sentimientos propios del mágico colectivo. Recurriendo, en importantes tramos de la publicidad, a las figuras de los dioses más poderosos y populares del antiquísimo, pero siempre prestigioso, Olimpo.

La historia reciente nos avisa que por estas fechas el pasado verano el gobierno de Syriza -una coalición de la Izquierda Radical-, temido en Bruselas por su discurso anti-austeridad y en Madrid por sus avenencias con Podemos, llevaba ya meses gobernando Grecia tras ganar las elecciones en un giro histórico de la política griega, que había sido durante décadas propiedad exclusiva de dos grandes partidos, el conservador Nueva Democracia, y el socialista Pasok.
Respaldado por su enorme popularidad, el Ejecutivo dirigido por Tsipras, con su controvertido ministro de Finanzas Yanis Varoufakis a la cabeza, negociaba el tercer rescate en cinco años, con una posición inicial mucho más combativa que la de sus predecesores; la complicada situación llegaba a su punto álgido con la convocatoria del referéndum sobre la aplicación de las medidas de ajuste el 5 de julio, que ganaría el “No” con 61,31%.
A pesar del espaldarazo popular, Tsipras acabaría plegándose a una troika cansada de negociar y Syriza se dividía, mientras la población volvía a tomar las calles. Con los acreedores más tranquilos, Tsipras se presentaría ante su población como el esforzado representante de sus reivindicaciones ante Bruselas, conservando así su prestigio tras el giro político.
Llegados a este punto, al primer ministro le quedaban varias opciones que jugar. Se decidió por una ágil maniobra: renunciar al poder el 20 de agosto, una vez que el tercer rescate estaba ya aprobado y en marcha, y convocar a nuevas elecciones para el 20 de septiembre, a sabiendas de que su popularidad todavía era alta y no bajaría demasiado en poco tiempo y de que sus oponentes no estaban preparados para hacer una campaña estival y tan corta. No en vano se dijo que las elecciones eran “el rescate de Tsipras”.
Para cuando Syriza volvió a ganar las elecciones en septiembre con 35,46% -no lejos del 36,3% de enero- las aguas ya se habían calmado bastante y los medios se ocupaban de otras cosas. Fuera de los ámbitos especializados, la vorágine informativa griega se apagó y no supimos mucho más desde entonces.

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